José María Aznar ha hecho de sus complejos y traumas su leit motiv. No superó que le llamarán Bartolín cuando se vino de Valladolid y desde entonces necesita mostrar sus abdominales y dar muestras de su virilidad allá donde va. Y la banderita de España se ha convertido en una muestra de complejo fálico digno de estudio. El expresidente ha sido el único de los asistentes al homenaje, laico, como debe ser, a las víctimas del Covid, que ha acudido al homenaje con una banderita de España en la mascarilla. Más español que el rey, marcando paquete patrio. El típico que le quiere hacer sombra a la novia en su propia boda, o es que nadie le ha dicho al ínclito Aznar que esta ceremonia estaba pensada para la Casa Real.
Al gurú en la sombra de la nueva derecha, que no es más que la muy vieja derecha, le hubiera gustado hacer como Vox y no haber asistido al acto para poder así culpar a Pedro Sánchez e instrumentalizar las víctimas, como siempre ha hecho. El cuerpo le pedía sacar bíceps y enseñarle al presidente lo que es un patriota que ama España de verdad y no un traidor socialcomunista. Al final solo ha hecho como la mayoría de los testosterónicos que buscan marcar huevada mirando por encima del hombro con esa actitud de espalda plateada que da más grima que susto: ponerse la banderita en la mascarilla cual tercio poniendo una pica en el funeral.
Aznar tuvo la oportunidad de mostrar su compromiso con su país durante el confinamiento quedándose en su casa. Pero decidió, como muchos otros privilegiados, irse a su residencia en Marbella eludiendo todas las recomendaciones y poniendo en riesgo a los habitantes de la ciudad malagueña al salir de la ciudad más afectada por el Covid. Pudo dar ejemplo, pero prefirió pasar la cuarentena oliendo el mar y en un chaletazo donde desayunar en el jardín le aliviara la angustia. Eso sí, con la banderita en la mascarilla.
Es cierto que la extrema derecha está escandalizada porque la mascarilla de Fernando Simón tenía un tiburón y el homenaje se produjo en forma de círculo como los ritos judeomasónicos, así que mejor huimos de su agenda y marcamos la nuestra. Vamos a hablar de las mascarillas patriotas. El problema freudiano que asoma en todos los que te escupen España en la cara es evidente. Ese complejo de macho herido que necesita mostrar a todo el mundo su compromiso con la patria no es más que una muestra de una envidia penis muy llamativa.
Ponerse una bandera de España en el morro se ha convertido en un elemento de distinción. Algo que se agradece para mantener la distancia de seguridad que pautan las autoridades sanitarias. Es verlas y respetar los dos metros preceptivos. Paradójicamente, también hay un sesgo de género en la necesidad de marcarse como patriota con la enseña nacional en un lugar de higiene dudosa aún sin halitosis. Poca consideración le tienen a su bandera cuando la exponen a gérmenes, restos alimenticios y humores varios. El número de varones con la mascarilla como pendón es bastante llamativo si lo comparamos con las mujeres que deciden tener tan mal gusto. Los complejos siempre asoman en los lugares más insospechados. También en los colores de una mascarilla.