Gilles Deleuze y Félix Guattari explicaron lo que está haciendo Pablo Iglesias con la mercantilización en beneficio propio de Podemos y el activismo político a través del deseo, las comunidades en línea y la creación de subjetividades. El antiedipo le enseñó a Iglesias cómo funciona el capitalismo y ha decidido utilizarlo en beneficio propio. Deleuze y Guattari argumentaron cómo el capitalismo no reprime el deseo, lo canaliza a una lógica de mercado que alimenta el consumo. Esto es posible gracias a la creación de comunidades en línea que comparten intereses e identidades que facilitan la deriva de ese deseo hacia el consumismo que el capital precisa. Puede ser un producto o puede ser un fetiche, en el caso del activismo político puede ser una foto del líder a modo de estampita que lograr pagando una cuota para el crecimiento de la empresa del adorado. Para lograr ese cometido es preciso construir subjetividades a través del discurso. El deseo no está, se crea. Para pagar por una foto del líder a través de engordar a su empresa es necesario crear una identidad que produzca deseo, y ese deseo es modelable para hacerlo funcional al capital. Si crees que Podemos es la izquierda, que Pablo Iglesias es el antifascismo, que en ellos está la verdad y la virtud desearás formar parte de ese grupo y participar de ello y será más fácil convertirte en cliente y consumidor.
La mercantilización de las causas sociales y la izquierda hasta diluir su carga política es una de las especialidades del capitalismo más salvaje. La hucha de Karl Marx que durante años se vendía en la librería La Central era uno de esos productos que explicaba de manera sintética esa forma de monetizar cualquier fetiche de la izquierda, lo mismo que ocurrió cuando Mediamarkt promocionó la apertura de su nueva tienda en Vallecas apelando al orgullo de barrio con un puño en alto. El feminismo de clase tiene una palabra para advertir de esa cooptación de su lucha a través de eslóganes en camisetas de grandes cadenas de moda: el femvertising o capitalismo morado.
En definitiva, se trata de descafeinar las reivindicaciones sociales para hacer negocio con ellas. Usarlas en beneficio propio y adquirir capital social, simbólico o económico, degenerándolas. Instrumentalizar el antifascismo por haberle lanzado el micro a Vito Quiles para ampliar su negocio de hostelería pidiendo 140.000 euros es un bochorno que obedece a esa dinámica. Porque todo esto afecta a toda la izquierda haciendo un daño irreparable, imposibilitando defender estas causas justas, cuando sus enemigos usan estos casos para despreciar las ideas colectivas que nos conforman como individuos dentro de un grupo.
Pablo Iglesias ha unido de manera indisoluble sus negocios al partido haciendo una campaña para "Taberna Garibaldi S.L" en la Quinta Asamblea de Podemos. El líder en la sombra de la formación asegura que no hace eso para ganar dinero -porque debe considerar que 140.000 euros no son dinero- regalando frases que por sí solas marcan la distancia con la gente normal sin necesidad de explicarlas. Pablo Iglesias lo quiere vender como una acción social y política porque asegura que ese dinero lo va a reinvertir. Hay que creerle, porque se trata de fe. No hemos visto todavía un ejercicio de transparencia en Canal Red o la Garibaldi haciendo públicas sus cuentas detallando de dónde sale el dinero y a dónde se destina.
No se ha visto porque se descubriría el truco. Porque hay mucho truco. Nunca un bien colectivo político y social está en manos de un empresario. Si hubiera querido un bien social, al menos Canal Red sería una cooperativa donde quien pone dinero tiene capacidad para decidir. Es tan básico que es desesperante tener que perder tiempo explicándolo. Hay multitud de ejemplos de asociaciones y colectivos sociales que hacen lo que Iglesias dice que quiere hacer pero sin poner a su nombre el lucro que genera. Porque siempre se ha tratado de mandar y vivir mejor a costa de una comunidad política usando las causas sociales. Siempre. Desde su alianza con Jaume Roures hasta su ruptura y aventura empresarial en solitario después de que no hubiera suficiente combustible europeo para tres chimeneas.
Hay una delgada línea de coherencia entre el momento en el que Pablo Iglesias decidiera someter a referéndum la compra de su chalé en Galapagar y que ahora haya pedido que la militancia le pague la ampliación de su negocio de hostelería. El partido ya es solo un órgano al servicio de su vida privada y de procurarle un nivel de vida lo suficientemente holgado como para poder decir que es la única izquierda mientras se aprovecha de inocentes con la suficiente inopia como para no ser capaces de ver que les están toreando. No hay diferencia entre la militancia morada que financia todos los caprichos del exvicepresidente y esos seguidores de Alvise que le siguen mandando perras a su patreon.
No es necesario explicar por qué es indecente pedir dinero a la militancia de Podemos para ampliar el negocio privado de hostelería de Pablo Iglesias y sus dos socios, porque si a estas alturas hay que explicar lo más básico en la izquierda es preciso cerrar e irnos. Los menesteres empresariales del exvicepresidente tendrían que estar apartados de la vida orgánica del partido, es de una ética tan básica que resulta escandaloso que tengamos que discutir un hecho tan evidente. La propia Ione Belarra no tendría que permitir que se mezclara el partido con los negocios privados de un empresario particular, pero está Belarra como para llevar la contraria a los que de verdad mandan. No hay que pedirle imposibles.
La emprendeduría es un trabajo ingrato y renunciar a los bancos es algo que no pudieron hacer con la hipoteca pero ahora ya es posible gracias a haber convertido a su militancia en un pozo sin fondo para sacarles los cuartos. No habría nada que objetar en que cada uno pierda dinero donde quiera si no fuera porque los negocios son subalternos de un partido político con representación en el Congreso sacada del fraude electoral de haberse presentado con Sumar para convertirse en tránsfugas. Han convertido a Podemos en un apéndice con dinero público que sirve para sustentar los negocios de la pareja y así poder mantener un tren de vida que nunca habrían podido tener antes de entrar en política.
La instrumentalización de la causa palestina -hay que recordar que pidieron dinero para llevar a un reportero a Gaza sabiendo que era imposible entrar- y del antifascismo como estrategia de marketing para ampliar el negocio es uno de los episodios más penosos de la política moderna en la izquierda en la que todo ha quedado subyugado a los intereses económicos de Pablo Iglesias. Pensé que habría pudor. Sobre todo cuando uno de los elementos principales de su discurso, quizás el único, es juzgar a quien considera enemigo como un sacerdote propietario de la moral por no hacer exactamente lo que él quiere, como él quiere y de la manera que él quiere, para así poder garantizarle sacar más pasta de sus empresas. El líder morado emérito amerita cada una de las máculas que pretende lanzar en modo de fatua contra quienes no le han servido, en su acepción más genuflexa posible. Puede que no se haya dado cuenta aún de la devaluación de la política que algún día ejecutó, aunque creo que la ampliación de su garito a cargo de la militancia ha sido un paso en falso que en su fuero interno sí ha golpeado su ego. Nunca quiso quedar como un simple eurocomunista y está pasando a la historia como un efectivo capitalista.