Ha habido miedo estos días. Era necesario neutralizarla llama que prendía en Cádiz para alumbrar España entera con la solidaridad obrera. Así que se han movido todos los resortes necesarios para mitigar la protesta. Han trabajado los enemigos muy duro, pero también los colaboracionistas. Neutralizar algo que comenzaba a poner en el foco de la opinión pública el conflicto de clase precisa de todos los actores que a lo largo de la historia obrera han diluido los conflictos y las reivindicaciones de lucha. La represión, siempre presente, y los sindicatos institucionales que una vez más han decidido por arriba sin contar con todos los trabajadores y dividiendo los derechos entre fijos y eventuales. Un acuerdo de desconvocatoria de huelga en la que no han contado con el resto de sindicatos tomando unas decisiones que han refrendado solo los delegados para llevarlo a empresas en las que no existe capacidad negociadora por su tamaño y sin realizar una asamblea de trabajadores en la que también cuenten los votos de aquellos trabajadores sin sindicar o que no estén en los sindicatos mayoritarios. Otra negra mancha para el sindicalismo.
De los sindicatos oficialistas, CCOO y UGT, se espera que protejan los derechos de los trabajadores y no estén templando fuerzas para apagar un conflicto que estaba empezando a conseguir la fuerza suficiente para lograr unas reivindicaciones justas. Es normal que las cúpulas de los sindicatos que viven única y exclusivamente de la negociación colectiva como método, rehuyan el conflicto y la confrontación como verdadero motor de la consecución de derechos. De las cúpulas se entiende, pero los centros sindicales tienen que dejar de ser correa de transmisión de unos intereses que van mucho más allá de los derechos de los trabajadores en conflicto. Protestar desde dentro es imprescindible para transformar unos sindicatos que miran más por la paz social que por la ampliación de derechos laborales. Quienes han negociado el acuerdo con la patronal del metal han dejado vendidos a los trabajadores eventuales que representan más del 60% de los trabajadores del sector auxiliar del metal en Cádiz. Y esos abandonos son el capital máximo que la patronal tiene para la desmovilización, dividir para vencer. ¿Por qué van a confiar los eventuales en sindicatos que los abandonan a las primeras de cambio?
Sacrificar a los eventuales y marginar a los sindicatos minoritarios en un conflicto obrero es el camino más corto para atomizar a la clase trabajadora. Pero en eso tienen experiencia los sindicatos mayoritarios, lo hicieron en la Naval Gijón firmando un acuerdo que dejaba en la calle a los eventuales mientras Morala y Carnero de la Corriente Sindical de Izquierdas comieron cárcel. Los preocupados por la división de la clase trabajadora tendrían que empezar a mirar hacia la labor de los sindicatos mayoritarios troceando a la clase obrera entre fija y eventual. El conflicto del metal en Cádiz tenía los mimbres para convertirse en vanguardia que empuje hacia los intereses de los trabajadores en un momento en el que la reforma laboral se está negociando y ha sido un fiasco gracias a la actitud de gobierno y sindicatos.
Porque sí, también el gobierno ha sido responsable de este golpe. Una tanqueta de la UIP ha sido la otra protagonista de la respuesta a la movilización. Una jodida tanqueta dirigida por el gobierno más progresista de la historia para reprimir a los trabajadores de Cádiz. La cultura colectiva de la izquierda que da apoyo a Unidas Podemos y late en los sindicatos se ha construido contra la imagen de la represión policial que la desindustrialización del PSOE produjo en los años 90. Una de las causas fundamentales de las diferencias entre ambos proyectos se ha conformado precisamente por estar en diferentes trincheras cuando se produjeron incidentes como los de Cádiz, Reinosa, Gijón o Cartagena.
La imagen de una tanqueta en términos simbólicos es demoledora para Unidas Podemos, porque el PSOE ya está acostumbrado a gestionar la represión policial contra los trabajadores, pero para el socio de coalición supone un golpe al imaginario ideológico que solo se podía revertir siendo tremendamente duros con el responsable de ordenar ese tipo de represión. Yolanda Díaz ha perdido la ocasión de defender su patrimonio, ganado de manera legítima y concreta en su defensa de los trabajadores, al no exigir responsabilidades ante la acción del ministro del Interior. No ha sido suficiente hacer pública una protesta interna ante Moncloa, la situación era lo suficientemente grave como para realizar una acción visible y contundente que marque los límites ante quienes quieren actuar contra los trabajadores que protestan por su pan con porra y tanquetas. Nadie pone en duda el compromiso de la ministra con los derechos laborales, pero no siempre es suficiente quemar todas las naves en el ámbito de la negociación. Se ha echado en falta la contundencia que mostró para defender sus posiciones ante Nadia Calviño, y esos errores no pueden repetirse cuando las movilizaciones van a ser muchas, y con razón, porque el IPC está disparado y sin derogar la reforma laboral los convenios no van a recoger una subida acorde a la carestía del precio de la vida. No basta la negociación, hace falta proteger a los que salen a la calle a presionar, poner la confrontación como arma de negociación y ponerse en el mismo lado de su trinchera de manera inequívoca.
La lucha de clases tiene bandos claros y no sirve ponerse de perfil. Los sindicatos mayoritarios se han ido adocenando junto al PSOE hasta convertirse en los máximos garantes de la pervivencia de unos usos y costumbres que priman su propia organización a los derechos de todos los trabajadores en conflicto. Porque CCOO y UGT no tienen que defender únicamente los derechos de sus delegados y afiliados, sino de todos los empleados que participan en una huelga. Esa máxima han vuelto a olvidarla en Cádiz. Porque todo tiene un origen, e igual que el PSOE, también CCOO tuvo su Suresnes virando a la derecha.
Año 1996. Se celebraba el sexto Congreso de CCOO en el que se dirimía la defunción del sindicalismo de clase que Marcelino Camacho había conformado. El histórico dirigente fue expulsado de la presidencia en una asamblea en la que Antonio Gutierrez y José María Fidalgo confirmaron la defunción de un sindicalismo combativo para convertirlo en una órgano burocrático que tuviera la negociación con la patronal como único elemento troncal de su funcionamiento. Marcelino Camacho declaró a la salida del Congreso: "El ejemplo que han dado es terrible, quieren a toda costa eliminar a los que tratan de defender el sindicalismo de clase y democrático e implantar, como decía yo hoy al final cuando he intervenido, pues un sindicalismo tipo socialdemócrata, muy, muy de derechas". No es preciso explicar cómo la historia dio la razón a Marcelino Camacho. Antonio Gutierrez acabó siendo diputado del PSOE durante muchos años y José María Fidalgo participando en FAES y los Congresos del PP de Pablo Casado. Pero CCOO perdió la oportunidad de volver a mirar a Marcelino en el último congreso donde Nadia Calviño fue una de las invitadas y Antonio Garamendi después de ser aplaudido al subir al estrado dijo a todos los delegados "Ustedes no son los cocos, son las comisiones obreras".
Los sindicatos de clase son más necesarios que nunca. El sindicalismo y la organización es el único arma de los más vulnerables. Por eso es imprescindible que los sindicalistas que se baten el cobre en los centros de trabajo empiecen a denunciar a sus cúpulas, porque la palabra sindicato es una herramienta al servicio de la clase obrera, no es un tótem intocable, que también lo son los amarillos, o el fascista de Solidaridad, y para que sean efectivos tienen que dejar de funcionar como órganos burocratizados que busquen el favor del poder. La única vía es defender de manera radical los intereses de los trabajadores y no dejarlos vendidos cuando empiezan a perturbar el orden burgués. Que CCOOUGT se bajen de la tanqueta.