Es difícil no sentir empatía con quienes sienten rechazo hacia todo lo que políticamente representa Madrid. La capital es una sublimación de la ambición, el desprecio y la soberbia que alcanzan un nivel superior cuando es Isabel Díaz Ayuso la que representa a los madrileños. Una inepta cegada por el fanatismo que se siente concernida por un mandato divino en su lucha contra el socialcomunismo y en pos de la libertad. Pero dirigida, por Pablo Casado y Miguel Ángel Rodríguez. Porque Ayuso es demasiado pusilánime y limitada para que la estrategia de incendiar España usando la vida de los madrileños haya salido de su escaso conocimiento.
Pablo Casado sabe que está políticamente muerto y ha decidido jugar con la vida de los españoles utilizando a una persona con las capacidades limitadas como Ayuso, algo muy visible cada vez que habla, para intentar sobrevivir un tiempo más. Los madrileños moriremos antes con la estrategia de tierra quemada pero el incendio se extenderá al resto de España. Casado usa a una persona con graves problemas cognitivos para mantener su poder de forma negligente. Una persona con graves limitaciones que ha enfermado es la encargada de comandar su política de acoso y derribo al gobierno de la nación.
El síndrome de Hibris suele afectar a los que el poder ha cegado y la locura y desmesura guían su proceder, se sienten llamados por un mandato superior que los mortales no son capaces de comprender y por eso su actuación es incomprendida por los infraseres. Una enfermedad que les lleva a actuar no por el bien común sino con el único objetivo de glorificarse y mejorar su posición personal. La denominada enfermedad del poder ha afectado de manera inquietante a Isabel Díaz Ayuso en tan solo un año. Sus comparecencias hacen comprender que algo no va bien dentro de la presidenta. Ojos perdidos, palabras inconexas, gestos desencajados. Da miedo.
El síndrome de Hibris tiene varias características que ayudan a diagnosticar a quien tiene esta patología. Una preocupación desmedida por la propia imagen y la estética. La confusión entre el yo y la nación, porque Ayuso es Madrid, que es España en España. Una excesiva confianza en sí misma, algo verdaderamente llamativo cuando encima es notoria su incapacidad hasta para hilar una frase. Un desprecio hacia los demás, que Ayuso muestra cada vez que se dirige a todo aquel que no le sigue en su integrismo ideológico. Pérdida de contacto con la realidad, esta característica no hace falta concretarla cuando en Madrid están muriendo a cientos y Ayuso sigue jugando al relato para ver cuánto tiempo aguanta el pulso a Pedro Sánchez. Una obsesiva recurrencia a la imprudencia y las acciones impulsivas. Desobedecer una orden ministerial que busca reducir el riesgo de contagio de un virus que ha acabado con la vida de miles de españoles es la obra culmen de una persona enferma. Porque Ayuso lo está.