No escarmienta la derecha. No hay manera de que aprenda a relacionarse con sus complejos sin caer en cada trampa del posfacismo. La milonga de la moderación de Feijóo ya no cuela ni en la boca de los propagandistas más avezados. Una cantinela que en Madrid se suele comprar con admiración cada vez que llega a tierras capitalinas un candidato de la periferia, a la que se mira con condescendencia y desconocimiento. Feijóo nunca fue un moderado, simplemente gobernaba con la ventaja del autoritarismo institucional y mediático que le permitía modelar hacia fuera una imagen que no se correspondía con la realidad. En la derrota y la impotencia es cuando se ha visto la esencia mentirosa y extrema del amigo del narco.
No hay momento en el que Feijóo no se deje querer por el virus ultra porque se siente cómodo infectado. Hay que recordar las veces que haga falta que cuando se veía ganador y presidente del gobierno apostaba por incluir en el Partido Popular Europeo a Giorgia Meloni porque su proyecto sería la punta de lanza de la inclusión de los fascistas en la gobernabilidad europea, como lo ha sido en España con sus pactos autonómicos que hubiera realizado sin ningún complejo en el gobierno nacional. Por eso sus medidas radicales no son excepción, son la norma y serían su forma de gobierno. La última ha sido la propuesta de ilegalización de los partidos independentistas.
Miguel Tellado, el portavoz que más tardes de gloria dará a los periodistas políticos, anunció en rueda de prensa la propuesta de ilegalización de los partidos que promuevan un referéndum. Lo hizo en la misma rueda de prensa en la que intentaba normalizar el hecho de que el PP se hubiera reunido con uno de esos partidos que pretende ilegalizar para pedirles su apoyo de cara a la investidura de Alberto Núñez Feijóo. La propuesta de la ilegalización de partidos mediante una enmienda a la totalidad de la ley de amnistía es una boutade sin ningún tipo de posibilidad de salir adelante. La medida solo tiene como objetivo calmar las aguas dentro del propio partido, donde no se había entendido el acercamiento del PP a Junts a través de declaraciones, elogios insospechados y reuniones de incógnito en reservados de hotel para buscar su favor y su voto.
El PP no es consciente de que con cada bandazo hacia la radicalidad está afianzando el suelo electoral de VOX hasta hacerlo inexpugnable para sus intereses. El PP tiene una estrategia bipolar que solo garantiza que nunca consiga vencer la resistencia ultra y mermarle apoyos porque considera que el sistema es bipartidista por naturaleza y que VOX es coyuntura y por lo tanto acabará por desaparecer. El análisis, errado, es que como el partido de Santiago Abascal apareció como escisión su electorado le pertenece y acabará volviendo al redil. Para acelerar esa vuelta a la casa común, como lo llama Aznar, va soltando miguitas en forma de medidas ultras para facilitarles el camino de vuelta. Pero no funciona así. El PP lo único que consigue cuando le copia el discurso a la extrema derecha es alienar al electorado que aspira a recuperar legitimándole en sus posiciones más extremas y haciendo imposible el camino de retorno. Nunca funciona copiar a los ultras para taparles el camino, pero no aprenden.
La estrategia de Feijóo para radicalizarse cada vez más tiene unas consecuencias internas que suelen verse con las reacciones de la baronía cuando la línea bajada desde Génova no es acorde a sus intereses y estrategia. La dinámica se ve con las declaraciones que suelen hacer Juanma Moreno e Isabel Díaz Ayuso para marcar distancia con la política de Feijóo, desmarcándose de manera habitual con una voz propia y diferenciada. Moreno lo hace habitualmente para separarse cuando considera que la línea marcada por Feijóo es demasiado radical, Ayuso lo hace cuando considera que no es lo suficientemente ultra. Los bandazos tienen un problema colateral para Feijóo más peligroso que la subsistencia del propio VOX. Sin auctoritas, la cacería no tardará en surgir en su propio partido. Los restos del gallego se los disputarán en un frenesí carnívoro en Sevilla y Madrid. Los moderados y los radicales se disputarán el banquete.