Si esta legislatura ha tenido un éxito incontestable, ese se refiere en lo tocante a los avances feministas y la ampliación de los derechos de las mujeres y de los colectivos vulnerables. Un mérito que tendría que considerarse compartido por parte de todas las personas que han participado en la posibilidad de que se haya producido. Ese mérito lo tiene Irene Montero y el equipo de su ministerio de Igualdad, pero también el PSOE y las feministas que forman parte. Tendrían que sentirse todas orgullosas. No ha sido posible. El núcleo duro del feminismo liderado por Carmen Calvo no supera haber perdido el poder en igualdad y la exclusividad del movimiento que le superó en 2018 con una ola feminista, joven, moderna, con otras necesidades y modos. Las nuevas generaciones las sepultaron y no han podido pasar página y comprender que el éxito de quien las sustituye es el triunfo de todas.
No lo superan y supuran envidia. No soportan que Irene Montero haya tomado el mando. No aguantan que una feminista irredenta que no ha pedido permiso para emprender una nueva manera de afrontar los problemas a los que se enfrentaba el feminismo para trascender a las que la precedieron haya dado un golpe encima de la mesa y haya ejercido como ministra. Todo lo que ha hecho lo ha realizado de la mano del partido que acoge a esas feministas históricas que no han sabido ceder el paso. Envidian a Irene Montero. Tratan de mantener su papel mientras pierden la hegemonía y actúan como simples comparsas que no han sabido acompañar los avances que tendrían que haber hecho sentir orgullo a todo el feminismo.
La envidia solo está provocada por una simple cuestión de poder. Pero no pueden reconocerlo, así que usan debates interesados en momentos de avance para marcar posición ante el ministerio que forma parte de su propio gobierno. No es baladí que en un momento en el que se debate la nueva ley del aborto, que busca garantizar de manera efectiva el derecho ampliando medidas, las feministas del PSOE hayan resucitado el debate sobre la abolición de la prostitución, sabiendo que la postura punitivista que defienden no tiene una aceptación generalizada en el movimiento feminista. Buscan ruidos con los que fracturar el momento de avances sociales solo para que Irene Montero no pueda capitalizar las medidas. El debate sobre la prostitución no es la única trampa que se puso para dificultar el éxito de Montero. El escollo más duro planteado por las feministas del PSOE esclerotizó con la ley trans, con la infamia que supuso poner en el disparadero a personas extremadamente vulnerables haciendo pinza con la extrema derecha y facilitando un discurso de odio infame.
Si las mujeres nos gobernaran el mundo no sería mejor. Es un mantra que queriendo vestirse de feminista ignora unos males consustanciales a la actividad política, las mujeres tienen que estar en política en igualdad por justicia social, no por ser mejores ni más bondadosas por serlo. Lamentablemente, el poder pervierte la actividad humana independientemente de quien lo ostente. El triste espectáculo de un sector del feminismo al que no le ha importado poner en la diana a un sector vulnerable de la sociedad como el colectivo trans o que ha preferido crear ruido cuando tocaba celebrar un nuevo avance social ha demostrado que la mala política también puede tener nombre de mujer. La mejor política también. La que genera ilusión, la que construye avances estructurales que perviven incluso cuando la envidia ha intentado que todo fracase.