Hay una fotografía que es historia del antisemitismo. Adolf Hitler sentado en una reunión junto a Mohamed Amín al Huseini, gran muftí de Jerusalen de 1921 a 1937, y líder religioso del pueblo palestino en aquel momento. Una imagen que enseña lo que la aversión puede unir. Esa fotografía cuenta la historia del líder palestino acudiendo a Berlín para lograr forjar una alianza con quien estaba masacrando a los judíos. Era un socio necesario. Aquella fotografía ha sido parte de la propaganda del sionismo desde hace décadas y con motivos más que sobrados para ser usada. El odio a los palestinos por parte de Benjamin Netanyahu es de tal dimensión que utilizó esta foto para exculpar a Hitler del Holocausto atribuyendo la responsabilidad a Mohamed Amín al Huseini a pesar de que la reunión entre ambos se produjo en 1941 y en esas fechas el campo de Auschwitz ya se había construido. Aquella imagen de un líder palestino con el gran aniquilador de los judíos es una muestra de las alianzas que se construyen con el odio a un enemigo compartido. La fotografía de Abascal y Netanyahu es el negativo funesto de la misma historia.
Abascal y Netanyahu en una misma sala es una buena noticia. Hay fotografías que pasan a la historia como símbolo de lo más bajo de la condición humana y tanto el líder de VOX como el criminal de guerra sionista se merecen aparecer retratados juntos, para siempre, en la historia, como la escoria inmunda que son. El pie de foto podría escribirse como el criminal de guerra y el payaso que busca su aceptación. La imagen cuenta más que cualquier crónica sobre la internacional fascista. El poder de la fotografía tiene la capacidad de sublimar en una sola imagen la esencia de las emociones. El retrato de Abascal y Netanyahu tiene la capacidad no solo de provocarnos repulsión, sino que si uno se queda un tiempo mirando puede superar la capacidad sensorial visual y trascender a la olfativa. Porque huele, la foto huele, traspasa las dos dimensiones y provoca nauseas ese hedor a putrefacción. Esa foto huele a sangre pútrida de palestinos muertos.
No hay paradoja en la amistad necrófaga. La comitiva de VOX que se ha reunido con Netanyahu llevaba a Herman Tertsch. En Franquismo S.A (Akal, 2019) cuento la historia de su padre nazi. Ekkehard Tertsch fue un periodista austrohungaro nacido en Trieste que se afilió al NSDAP en el año 1933 con 27 años. Perteneció a las Sturmabteilung (las SA) con el rango de Sturmführer y estuvo en misiones diplomáticas de Zagreb y la Francia colaboracionista de Vichy. En Madrid estuvo a las órdenes de Josef Hans Lazar, que era el hombre de Goebbels en España, y estuvo encargado de coordinar la propaganda nazi en el régimen franquista. Es una dinámica lógica de la historia que el sionismo criminal de Israel acabe asociado con los herederos de los nazis y los familiares de quien los gaseó porque solo quien tiene en su cultura política lo más abyecto de la humanidad puede comprender, tolerar y respetar el genocidio que Israel está cometiendo contra la población de Gaza.
El enemigo común de los ultras construye estas dinámicas de alianzas y por eso no es extraño que quien se reunía hace diez años con líderes de Hezbolá por su antisemitismo tolere estar en un partido que se reúna y apoye al líder de los sionistas porque comparten el mismo odio al mundo árabe. No hay ningún problema en pasar de leer los protocolos de los sabios de Sión a la Torá porque los fascistas se construyen a través del odio al otro, y ese otro puede cambiar atendiendo a las circunstancias históricas y coyunturales. La islamofobia de nuestro tiempo es el antisemitismo de los años 30 del siglo pasado.
La izquierda suele confundirse al ver incoherencia en un sionista reunido con nazis. Pero es la alianza más natural porque el fascismo siempre se ha vinculado a través de la muerte de un enemigo y ellos lo comparten. No hay incoherencia en la consecución del poder sobre cualquier circunstancias y en la defensa de un etnoestado aliándote con los enemigos del pasado para eliminar al adversario presente. Es la lógica de la acción fascista. A Santiago Abascal le da igual porque su único objetivo es seguir viviendo con más de 100.000 anuales, pero cuando pase el tiempo tener esa foto con una genocida como Benjamin Netanyahu significará lo mismo que significó para Eduard Limónov haberse dejado grabar junto a Radovan Karadzic disparando desde las colinas de Sarajevo contra los bosniacos. La sangre siempre mancha y Abascal se merece pasar a la historia como lo más bajo del ser humano. Esa foto ayudará al cometido.