Una de las grandes conspiraciones de la extrema derecha mundial es la teoría del gran reemplazo o de la gran sustitución que defiende que existe un plan para disolver la identidad occidental con la sustitución sistemática de la población autóctona con olas masivas de inmigración. Ese marco discursivo de la extrema derecha tiene derivaciones hispanas y catalanas. Lo defienden Vox y Aliança Catalana, lo defiende también Junts. El gran reemplazo también se pone barretina.
Para el independentismo más ultramontano, los charnegos -es decir, los inmigrantes llegados de Andalucía y Extremadura- forman parte de un proceso de colonización español que tiene como objetivo diluir las ansias de independencia y la cultura catalana. Ese pensamiento, que durante el procés quedó en evidencia y por el que cada vez que hay elecciones se señala a los barrios populares para indicar que allí votan al PSC o fuerzas que consideran españolistas, uniendo xenofobia al clasismo, se traslada también a la nueva ola islamófoba que anida en Aliança Catalana y que está empapando a Junts. Para la derecha catalana, la inmigración extranjera es un factor desestabilizante de la cultura que sirve para diluir la implementación del catalán en el territorio porque los inmigrantes no aprenden catalán e incrementan la población castellanoparlante.
No voy a valorar lo concreto del acuerdo entre PSOE y Junts porque, como ocurre con todos los acuerdos que se están produciendo esta legislatura, tienen más de alharaca que de concreción real. El escándalo va a ser mucho mayor que aquello que acabe produciéndose y ya me he aburrido de hablar sobre escritos en el aire. Pero sí hay algo muy grave en el acuerdo que, a pesar de ser simbólico, sí que tiene una traslación real al mundo de los hechos. La palabra es performativa y los marcos de discursos aceptados acaban generando realidades sobre la tierra.
El hecho de que el PSOE haya aceptado que se plasme en un acuerdo que se diga que la inmigración es un problema para el idioma es una concesión terrible e inaceptable que adopta todos los marcos de la extrema derecha que dice combatir. A la izquierda le da igual que en una frontera haya un mosso o un guardia civil, son lo mismo, pero no lo es que se presente la inmigración como un problema asumiendo todo el discurso ultra contra la inmigración. Solo por eso es imposible votar a favor de esta concesión, no se puede ser cómplice de un discurso que se maneja en estos términos y Podemos hará bien en votar en contra aunque le suponga un conflicto con su posición federalizante y de comunión con ERC y Bildu. No se entenderá que Sumar no se plante frente a un acuerdo que se presenta en los actuales términos, otro error más en su escalada a la irrelevancia.
En lo simbólico también es relevante que no estemos valorando con suficiente guasa que Puigdemont esté celebrando con alborozo un acuerdo con el PSOE que certifica que la Policía Nacional y la Guardia Civil controlen las fronteras en Cataluña. Una cosa era matar el procés, pero no hacía falta humillarlo. Que el independentismo haya pasado de pedir una vía eslovena aunque hubiera muertos a conformarse con poner un mosso en La Junquera, al lado de la benemérita, es una de las mayores renuncias ideológicas de nuestro tiempo; por encima de Suresnes, cuando Felipe dijo no al marxismo para darse de lleno al capitalismo alauí.
Es necesario recordar que las mayores victorias de la extrema derecha no se producen cuando se toma el poder, sino cuando consiguen que su discurso sea aceptado con normalidad hasta por sus más furibundos adversarios. El acuerdo del PSOE y Junts es una victoria de Vox y Aliança Catalana.