Un corpus de hombres blancos acojonados de mediana edad se ha convertido en un agente preferente al que prestar atención en la campaña electoral para poner en el centro de la agenda sus temores y odios. El sector privilegiado que siempre había sido el objeto de todas las políticas y prioridades de manera exclusiva ha vuelto al debate público poniéndolo en el centro como sector agraviado por el avance de las políticas feministas. El hombre temeroso tiene a Irene Montero como blanco de sus miedos e ira por haber representado la figura pública que ha cristalizado la concreción en políticas públicas del avance del movimiento feminista que trasciende su figura. Su presencia es en sí misma una concreción de la reacción.
Pedro Sánchez ha puesto en el centro de sus críticas a Irene Montero y acudió al rescate de los hombres temerosos, los egos heridos, y el desconcierto existencial de aquel cuerpo social que ha sido siempre el más mimado por las políticas públicas, las preferencias económicas, los favores estructurales y que siempre había tenido sus gustos, querencias e intereses en el centro del debate público, mediático, publicitario, sociológico, urbanístico y sexual. Es imposible encontrar un colectivo que tenga la vida más fácil y que tenga más recogidas sus preferencias en la realidad social que el de los hombres blancos de clase privilegiada de 40 a 50 años.Porque hay que dejar claro que en esa sensibilidad política en la agenda publica electoral hacia sus intereses y miedos de estos días no se están refiriendo a los derivados de la clase, ni a las condiciones materiales, sino a su condición sexual y al temor por el avance feminista. Las realidades materiales de los hombres de clase trabajadora solo están presentes para ponerlas en el centro para referirse a sus privilegios como varón. El debate sobre ese colectivo de hombres blancos asustados que no comprenden el feminismo va asociado a los intereses de una clase privilegiada que tiene voz y poder para poner sus prioridades en el centro de la agenda pública. Nace de arriba y ha impregnado a muchos hombres de abajo, pero nace de arriba.
La estrategia de Pedro Sánchez de culpar a Irene Montero y el ministerio de Igualdad del avance ultra por haber regañado en vez de integrado está basado en un hecho real constatable que se está afrontando de manera errática por el presidente del Gobierno. La presencia constante de las figuras del ministerio de Igualdad en el debate público, con sus aciertos y errores, y el avance del feminismo, ha provocado una reacción machista que es un hecho recurrente en la historia del movimiento feministay que Susan Faludi teorizó en su obra 'Blacklash'. Pedro Sánchez hace bien en tener presente la existencia de un electorado reactivo a las políticas feministas para modular el avance y las estrategias de comunicación efectivas para así hacer que las medidas perduren más allá de la existencia de su gobierno, conocer a tu país y a tu pueblo es imprescindible para establecer un programa de derechos que la sociedad integre hasta hacerlos suyos y así queden blindados de por vida. Pero Pedro Sánchez se equivoca al ser sensible a los miedos y temores de quien no quiere ceder sus privilegios para que las mujeres tengan los mismos derechos de forma efectiva que ellos. La asunción y comprensión de que esos temores son respetables es reforzar una posición que tiene como base la negación de los derechos humanos y avances en materia de igualdad. Eso es lo que refuerza a los ultras y no los avances feministas.
La actitud discursiva de Pedro Sánchez se entiende si atendemos a los equilibrios que tiene que asumir el presidente por el enfrentamiento frontal entre sectores políticos del feminismo. El Gobierno de coalición alimentó un enfrentamiento entre el sector histórico socialista, comandado de manera interna por Carmen Calvo y el rechazo frontal de muchas corporaciones feministas socialistas a la Ley trans, y el perteneciente al ministerio de Igualdad liderado por Irene Montero. El conflicto nace de la pérdida de poder por parte de ese sector histórico socialista, que puso los debates, que se habían llevado hasta el cambio de titularidad político del ministerio de manera amistosa, como un frente de guerra que acabó polarizando las posiciones hasta desintegrar la unidad que había impulsado al movimiento feminista como punta de lanza de los movimientos sociales de vanguardia. Esa guerra cruenta entre sectores feministas explica que el presidente del Gobierno se haya atrevido a mantener unas posiciones eminentemente antifeministas sin contestación interna. En otras circunstancias la actitud de Pedro Sánchez de ser sensible a la pérdida de privilegios de los hombres blancos temerosos habría sido censurado por las feministas de su propio partido. No se habría tolerado, pero al poner en el centro de las críticas a Irene Montero se permite ese mensaje por la confluencia de un interés mayor que es el de recuperar la preeminencia y la exclusividad de las políticas públicas feministas. El enemigo común que es Irene Montero permite esas licencias.
Existe un consenso mayoritario contra la ministra de Igualdad que permite establecer alianzas y discursos que de otra manera no se hubieran dado. La ley del 'solo sí es sí' estableció un ecosistema público que ha permitido que salga gratis cualquier comentario que lleve implícito una crítica a Irene Montero, por muy dura que sea, hasta incluso siendo contrario a los preceptos básicos del feminismo que el PSOE siempre ha integrado en lo más profundo de su discurso. El odio a Irene Montero se ha convertido en hegemónico y su figura polariza de tal modo que Pedro Sánchez ha identificado que la única manera de salvarse de la toxicidad de las excarcelaciones por la ley del 'solo sí es sí' es poner a su todavía ministra en el centro de la críticapara culparla de todos los males de su gobierno. Nada de la que ha ocurrido en Podemos, ni en Sumar, ni en el gobierno de coalición, ni en la estrategia discursiva de Pedro Sánchez se puede comprender sin atender a la realidad que supone la percepción pública negativa de la figura de Irene Montero en la mayoría social.
Hacer un correcto diagnóstico del humor social es imprescindible para la izquierda, sobre todo cuando la realidad dice algo que no te gusta para saber afrontar de la mejor manera una campaña electoral que tiene muy cerca la llegada de lo más oscuro del siglo XX a nuestras instituciones. La pervivencia del ministerio de Igualdad y de las políticas públicas feministas se juega en las próximas elecciones y la reacción machista saldrá victoriosa si no se juegan las cartas que se tienen de manera inteligente. Ser consciente de que los gustos e intereses personales no siempre coinciden con los del electorado es vital para no poner en primera línea a todo aquello que te hace imposible mantener o lograr el poder para seguir avanzando con paso firme en políticas que ayuden a mejorar la vida de las mujeres. Irene Montero es objetivo de ataques porque sale rentable electoralmente, para ganar es importante aceptar la realidad tal como es y no actuar como quisiéramos que fuera.