Javier Cercas se nos ha vuelto revolucionario y ya no está dispuesto a quedarse callado ante la ignominia sanchista. Ya no cree en la política y llama a la rebelión, a las algaradas, al levantamiento insurreccional, bueno, no, no se rían, llama al voto en blanco y a la lotocracia. Eso es lo máximo que está dispuesto a hacer uno de los mayores exponentes de la intelectualidad burguesa de nuestro país. Personajes públicos como Javier Cercas tienen el problema de no ser conscientes de la reacción de oprobio, cringe, que provocan cuando escriben ciertas cosas. Late en sus textos esa sensación de superioridad extemporánea de quien se cree por encima de los demás sin ser consciente de que el lector los mira con la condescendencia del que asiste al texto de un sobrado sin capacidades excepcionales. Es difícil acabar el texto sin creer que es una performance cómica o que lo mandó para el 28 de diciembre por adelantado tras irse de vacaciones a Roma a tomar notas bebiendo Aperol frente al Panteón de Agripa.
Gregorio Morán describió la prosa de Javier Cercas con una brillantez un tanto cruel: "Cercas tiene la capacidad de escribir sobre lo que no sabe". No creo que este sea el caso, porque de su privilegio nadie sabe más que él, aunque no sea consciente de que lo sabe. Porque mira que hay que tener una vida acomodada para considerar que tu problema fundamental de la vida política es una ley que no afecta en la vida material de nadie y que tu reacción máxima para algo que consideras inaceptable es apretar fuerte los puñitos y decir que apelas a la revolución votando en blanco. ¿No se da cuenta lo que transmite haciendo el ridículo de tal manera un tipo que ganando un premio ha recibido más dinero del que ganará en toda su vida un ciudadano español medio en toda su vida laboral? ¿De verdad no se da cuenta de lo que le huele el aliento a privilegio?
Si algo hay en la vida política contemporánea, son ejemplos presentes de lo que sucede cuando gobierna los que atentan de manera directa contra los derechos civiles y materiales de quien no tiene la suerte de eludir el conflicto mediante su capital acumulado. Mientras a los intelectuales inflamados les resulta una tragedia la amnistía de España, en Argentina se produce una regresión democrática mediante DNU que ha empobrecido de manera dramática a la inmensa mayoría de la población con el mayor recorte de derechos y ajuste fiscal de la historia democrática del país. No es el caso más extremo, en Palestina podemos asistir a cómo el delirio nacionalista de Bibi Netanyahu afronta con mano de hierro el genocidio gazatí (que Cercas despachó en uno de esos artículos equidistantes suyos a lo Soldados de Salamina). Esos casos son ejemplos presentes de lo que sí es inaceptable y de lo que ocurre cuando un país se entrega a lo que nos esperaba al otro lado del muro el 23J. Pero, para estos privilegiados de tribuna pública, esos son casos que nunca les afectarán y tienen que ocuparse en la espuma de la vida. Cuando no tienes necesidades de supervivencia, las preocupaciones burguesas suenan así de grotescas.
A Cercas ya se le veía venir cuando quiso blanquear la historia de Rafael Sánchez Mazas en su celebrado, y sobrevalorado, Soldados de Salamina. Una historia propia de un intelectual orgánico, más orgánico que intelectual, que por esa condición podía permitirse el lujo de encalar la historia de un fascista integral como el escritor falangista para crear una obra que sirva de relato troncal de la cultura de la transición de lucha entre hermanos, ni vencedores ni vencidos y de pliegues morales de los golpistas. Como le dijo el mismo Gregorio Morán: "Sánchez Mazas es único. Pero la ignorancia de Cercas es tal que le pone como dudando... Pero Mazas no dudó nunca. De nada. Era un fascista de tal envergadura que, en el año 65, si la memoria no me falla, visita al Caudillo para decirle que la pena que le ha puesto a su hijo es demasiado leve. Es un canalla. Cercas se atreve a hacer esto con Mazas, no se atreve a hacerlo con Goebbels".
La última diatriba de Javier Cercas, en esa carrera reaccionaria que ha contagiado a todos los que nunca fueron demasiados progresistas, es debido a la irrelevancia de su opinión. El escritor escribió un artículo en septiembre con el título No habrá amnistía. El artículo no era una opinión, o un análisis, era una orden. El autor sentía que con ese texto en El País movería la posición de Pedro Sánchez porque se considera a sí mismo un prescriptor de primer orden y el presidente no se atrevería a llevar a cabo la amnistía con una tribuna como la suya en el periódico más influyente en el espectro ideológico del PSOE. Pero claro, Pedro Sánchez siguió adelante con la amnistía y Javier Cercas sufrió una cura de humildad sobre su capacidad de influencia que no ha podido superar. Porque eso es lo que subyace en la posición editorial de estos autores que se creían con influencia para mover posiciones políticas, no soportan ser irrelevantes creyéndose imprescindibles.