Las Kellys no están contentas con la reforma laboral, pero hay quien se atreve a decirles que tienen que estar contentas con la reforma laboral. No les gusta, ya lo han dicho, porque saben que no soluciona los problemas que tenían, pero hay quien les dice que tiene que gustarles porque solucionan los problemas que tenían. Las Kellys van a aceptar lo que les han concedido desde arriba porque es mejor de lo que tenían, porque tampoco pueden hacer otra cosa que aceptar y protestar, porque nadie les ha preguntado si les gustaba antes de aprobarlo. Pero hay quien encima les pide que tienen que celebrarlo, que es histórico, que de nada sirven sus espaldas rotas, condiciones y miseria porque toca fanfarria y propaganda. No sean aguafiestas, enjuaguen el mocho y cojan sus migajas.
Las redes y la propaganda pueden servir al gobierno para minimizar el coste de haber sacado adelante una reforma descafeinada, pero cuando las reformas tienen una especial incidencia en la vida de la gente la partida se juega en la vida real. De poco servirá activar a las plumas al servicio de la burocracia y el ego propio si lo aprobado no tiene una incidencia real en la vida de la gente. Esta ley no servirá para parar a la extrema derecha, ni cualquiera que tenga este escaso calado, no porque haya críticos que analicen la insuficiencia de la norma, sino porque para que eso suceda tiene que ser algo tan efectivo y concreto que no pueda ser eludido de la vida material de la clase trabajadora.
Estos días sindicalistas de concertación ponían en valor la exposición de motivos de la ley en vez del articulado, es decir, la parte propagandística en vez de la legal. Era una buena muestra de cómo se intentan salvar los muebles propios en vez de los de la clase trabajadora, porque a esta le sirven las acciones, y no las intenciones, que es la diferencia entre una exposición de motivos y un artículo legal.
Los nuevos 'intelectuales' orgánicos deprisa querían ponerse en la piel de las Kellys o los obreros del metal argumentando que la clase obrera no rechaza una mejora, simplemente la coge. Una verdad como un adoquín, pero esta reforma laboral no se trata de lo que coge el que no puede permitirse rechazar una pequeña mejora, sino de las migajas que se le ofrecen desde arriba acusándoles de puristas si encima se atreven a decir que esto no es lo que les habían prometido. Que no es suficiente, que quieren el pan entero. El que les dijeron que tendrían.
La subida del SMI de un 22% no tuvieron que defenderla tanto. Porque se defendía sola. Era un hecho incontestable. Sin ruido ni alharacas. Lo menos comprensible de la estrategia elegida por Unidas Podemos y Yolanda Díaz, que no es compartida por todos dentro del partido, pero solo lo reconocen en privado, ha sido el triunfalismo hiperbólico con el que se ha vendido esta reforma laboral insuficiente y que no cumple con ninguno de los documentos programáticos y de coalición. Una reacción desaforada que tiene poco sustento en el papel y que hace muy complicado aceptar de manera silente que esta reforma laboral es lo mejor que la correlación de fuerzas, la situación pandémica, y las exigencias de Europa permitían. Todos conocemos los límites, pero se hace más difícil aceptarlos cuando encima exigen celebrar victorias que simplemente no son derrotas por goleada.
Es difícilmente comprensible que se regale al PSOE exonerarse del coste de no haber cumplido ni una de las propuestas más progresistas y asumir, de manera voluntaria y por falta de visión estratégica, el desgaste que supone por la izquierda no cumplir con lo prometido a su electorado. La salida para Yolanda Díaz era fácil: hemos llegado tan lejos como nos ha dejado Nadia Calviño, patrimonializar los avances de esta reforma laboral y mostrar como dique al PSOE en lo que no se ha podido ser más ambicioso. Cubrirse y avanzar. Una derrota honrosa es un discurso mucho más asumible por parte de quienes están siempre acostumbrados a perder, mucho más que una victoria histórica que solo creen los burócratas. La clase obrera está acostumbrada a alimentarse de migajas, pero no les pidan encima que las coman con algarabía.