No es difícil imaginar a Pedro Sánchez con la mirada perdida en Moncloa escudriñando el horizonte para intentar comprender por qué con lo que le ha costado llegar a donde está cuando lo logra se encuentra con la mayor crisis mundial desde la II Guerra Mundial. La mayor pandemia desde 1918 crea el caldo de cultivo para equivocarse mucho en ausencia de un protocolo de actuación ante un virus desconocido y tremendamente virulento. Es comprensible confundir las medidas cuando ni los epidemiológos y científicos acuerdan cuál es la mejor manera de afrontar con seguridad cualquier fase de la epidemia. Se comprende. Es normal.
Pero lo de los niños no. No se comprende. Ni es normal. Los epidemiólogos y los científicos son los que tienen el conocimiento para indicar al Gobierno si es recomendable en términos de salud pública cuándo pueden salir los niños de forma controlada. A ellos les correspondía por su formación. Pero una vez que se decide que es posible salir no hace falta ser científico, ni miembro del Gobierno para comprender que el peor sitio posible donde puede llevarse a un menor en las actuales circunstancias es al supermercado o la farmacia. Pocos sitios más estresantes y concurridos como un supermercado, lugares donde es posible que se unan los dos vectores que se intentan mantener alejados, niños y personas de riesgo.
El anuncio de María Jesús Montero como portavoz del Gobierno de que los niños podrían salir acompañando a sus padres a los lugares ya permitidos anteriormente era una broma de mal gusto. Por encima de todo porque eso significa que no habría ningún cambio a lo ya permitido anteriormente, ya que la modificación del Real Decreto del Estado de Alarma del 18 de marzo permitía hacer lo que la ministra portavoz anunciaba como novedad para el 27 de abril. Los menores ya podían salir con sus progenitores al supermercado, a tirar la basura o al estanco. Ya estaba permitido desde el 18 de marzo.
Es por eso que cabe preguntarse el porqué de este anuncio corregido en solo unas horas y las dos respuestas que se me ocurren son igual de preocupantes. El Gobierno no sabía que la modificación del estado de alarma del 18 de marzo ya facultaba a los menores para salir en la forma en la que lo anunció María Jesús Montero, o lo sabía y por miedo a las presiones anunció algo ya permitido porque no cree seguro aún que los niños salgan a la calle de manera generalizada. Rectificar es un buen acto, más lo es no equivocarse en momentos en los que se precisa un Estado diligente, efectivo y que no sea timorato ante las presiones de una justificada ansiedad parental si las condiciones sanitarias aún no son las idóneas. Porque esa es la impresión que transmite.
En tiempos de incertidumbre la ciudadanía necesita asideros de confianza. El Estado tiene que ser el garante de las certezas en tiempos en los que se está construyendo un relato de reversión de las políticas individualistas y desreguladoras. No se saldrá de esta crisis con un espíritu del 45 si no se es capaz de asegurar que la ciudadanía vea al Estado como un ente protector. Y ayuda muy poco para ese propósito que con el mayor miedo de la ciudadanía, que es la salud de los hijos, no se actúe con contundencia, seguridad y confianza. Un Estado fuerte no se puede construir con niños en el Gobierno.