Año 2050. Barcelona es una urbe independiente gobernada por una asamblea de manteros que han convertido la antigua capital de Cataluña en una potencia mundial dedicada a la exportación de productos falsificados. España no existe tal y como la conocemos, es solo un reducto de aldeas que sobreviven como mano de obra barata para el emporio mantero. La seguridad de la ciudad, otrora catalana, ha pasado a estar a cargo de un colectivo okupa. Lo lidera Ada Colau y tiene como único objetivo impedir la entrada de turistas que se agolpan en la frontera intentando cruzar para tomarse un chocolate junto a Valls en La Pallaresa .
Todo empezó cuando un mantero con listeria llegado a bordo del Open Arms convirtió Barcelona en una ciudad sin ley al expandir un virus a través de sus bolsos Gucci de imitación que usaba como troyanos. Aprovechó el vacío que habían dejado Amazon, MRW y SEUR en el barrio de la Mina para distribuir sus productos sin competencia alguna por grandes zonas de la ciudad. El contagio fue generalizado. Con su ponzoña tuvo especial incidencia en todo nacionalista que, despistado, observaba las mantas y se infectaba convirtiéndose en un huésped que solo compraba productos de imitación mientras contagiaba a todos con un arma de destrucción masiva aplicada durante años de entrenamiento procesista. La turra.
El plan fue demoledor y acabó destruyendo el tejido local y las empresas nacionales. La irresponsabilidad de los trabajadores, que no dejaban de ir al baño ocasionando daños irreparables a los heroicos empresarios acabó por destruir la raza más valiosa de nuestra sociedad: el emprendedor. El colapso fue paulatino. La bolivarización se fue extendiendo por todo el territorio nacional e incluso Marcos de Quinto acabó contagiado consumiendo vino portugués en vez de español. Creo que esta fue una de las primeras fases.
Los manteros llegaron en masa a nuestras costas remolcados por buques de la Armada. Habían abandonado la comodidad de sus países en guerra, asolados por la miseria y el hambre, porque habían visto en un canal de Telegram de VOX que en España tenían una pensión mayor que la de los españoles que llevaban cuarenta años trabajando.
Santiago Abascal al constatar la destrucción de España intentó parar el derribo de la patria cabalgando desnudo enarbolando una pulserica de España como única protección contra la invasión de las copias de segunda mano promocionada por los globalistas y Soros. Pero cuando llegó a Barcelona el gobierno de los manteros le montó una fundación que se dedicaba a la promoción de la Ratafía. Ahora es Payés. Pedro Sánchez pasó de formar gobierno y continúa en funciones. Se encerró en Moncloa junto a Iván Redondo y Félix Tezanos después de que le hicieran creer que ganó el Nobel de la paz por su gestión del Aquarius. Albert Rivera sobrevive haciéndole los coros a Malú en las giras que esta hace por las fiestas patronales y conmemorativas de la secesión barcelonesa.
Amancio Ortega aprovechó el brote de listerioris para convertirse en el ministro de Sanidad barcelonés tras donar un par de estetoscopios a cambio de quedarse con la distribución y venta de todos los productos textiles manufacturados en Barcelona. Pablo Iglesias es el presidente de su fundación y nuevo propietario y gestor de Airbnb en la capital tras su impresionante éxito en el sector inmobiliario. Dejó su antigua residencia en Galapagar como hogar de acogida para migrantes después de hacer caso a sus críticos. Su decimoséptimo hijo se llamó Hugo Nicolás. Pablo Casado siguió dejándose la barba larga y ahora es yogui.
Este relato es una caricatura de noticias y argumentos reales que se están dando en el debate público español con asiduidad. Mientras, el amazonas y Gran Canaria arden. Las personas migrantes siguen muriendo en el mediterráneo y Donald Trump ha promulgado una ley que permite retener de forma indefinida a menores migrantes. Lo que ocurre es demasiado serio para que gastemos el tiempo comentando de forma cotidiana lo absurdo.