Cuando los niños tienen miedo se suelen tapar los ojos para hacerse invisibles y que el peligro pase por delante. No viendo lo que tienen frente a ellos tienen la falsa sensación de estar protegidos. Otra variable de este comportamiento y esa sensación ilusoria de salvaguarda suele darse cuando después de limpiar se mete la mierda debajo de la alfombra y así se gana tiempo para que la estancia aparente pulcritud. La Casa Real actúa de esa manera pero proyectando, considera a la sociedad infantilizada y por lo tanto cree que ocultando al emérito en la República Dominicana, Estoril, una dictadura árabe o algún paraíso tropical la institución estará a salvo. Tiene razones fundadas para reírse del vasallaje y pensar que colará.
El vodevil de la fuga borbónica parece escrito para un público poco exigente y de risa fácil con chanzas grotescas, caídas a destiempo y chistes verdes. Una obra mala de humor zafio y simplón que, consciente de que el espectador se traga cualquier chascarrillo con carcajada cortesana, le ofrece un entremés con poca chicha y mucho nervio para que la engulla con nula conciencia crítica. Les ha funcionado durante cuarenta años, hay que seguir intentándolo. Para Dorio de Gadex, uno de los personajes que esbozó Valle Inclán en Luces de Bohemia, el primer humorista de este país era Alfonso XIII por nombrar presidente a Manuel García Prieto. Su interlocutor, Don Filiberto, más institucional, le decía: “Tiene la viveza madrileña borbónica”, intentando mitigar la afrenta del de Gadex. El monarca ya no hace política como en tiempos de Valle Inclán, ahora solo hace dinero.
A ese lucro constante acumulado en Suiza lo llama el Emérito en su comunicado “acontecimientos pasados de su vida privada”. Hay que ejercer mucho la campechanía para decir que es algo del pasado mantener una fortuna ingente en el extranjero sin declarar al fisco a día de hoy. Una muestra más de comicidad es considerar que la vida privada de quien ostenta un cargo por razón filial no está ligada de forma troncal a la institución. El rey no lo es sin su familia, su familia es la corona y sin familia no hay monarquía. La monarquía subrogada creada por Juan Carlos I en la que la reina Sofía es solo una paridora que perpetúa su legado y la pervivencia de la corona es solo una muestra más de lo anacrónico de esta forma de Estado.
El espectáculo dado, sin embargo, no supera al de su palmerada. Llevan años ejerciendo el noble arte de la genuflexión exagerada y no saben parar ni cuando el monarca se va de su país después de haberse dedicado a utilizar España como una empresa con la que lucrarse de manera indecorosa. La claqué de Juan Carlos I considera que pertenece al ámbito privado el hecho de que el monarca utilizara los viajes de Estado y su condición de rey para recibir millones de euros de dictaduras árabes a cambio de blanquear sus crímenes y atentados contra los derechos humanos. Sí es cierto que hay que poner en valor la visión empresarial del que fuera durante cuarenta años rey de España. Montó una start up de abrazos y fotografías con sátrapas en apuros de imagen que le reportaba cifras de 100 millones de euros.
El campechano se va con sus chistes y chanzas a otro país. La monarquía está herida. Queda sustentada por unos pilares temblorosos que mantendrán la choza zarzuelina bunkerizada en una reforma constitucional imposible. Conseguirán sostenerla mientras se va degradando poco a poco hasta que caiga por su propia decadencia. La monarquía ha pervivido durante años por un falsario relato de ejemplaridad histórica y comportamiento intachable. La imagen del hombre que quisieron construir engañando a todos los españoles se ha desmoronado, el retrato de monarca heroico que trajo la democracia a España y que se enfrentó a los golpistas en el 23F, padre de familia ejemplar y el primer embajador de nuestro país ya no lo pueden sostener ni sus propios constructores. El rey ideal era solo un hombre corrupto que usaba la patria y sus instituciones como instrumento para enriquecerse y entregarse a la vida contemplativa y canalla lejos de su familia. El ciudadano Borbón ha destruido la obra que otros construyeron y huye de España, como es tradición en su familia, cuando su comportamiento indigno ya no se puede esconder a la corte. Enroquen a Felipe VI, que la partida ya la han perdido.