Hay una guerra de clases y la están ganado los rentistas. El casero, para que se entienda fácil. No se trata de declararla, sino de si aceptan morir precarios en una guerra que les han impuesto. Nuestro tiempo les obliga a plantearse la dicotomía de elegir entre el suicidio para el precario o la eutanasia para los rentistas. No se culpen, no ha sido su elección, la guerra se les ha presentado en el umbral de su piso de alquiler o hipotecado y se trata de aceptar su destino con sumisión o hacer algo para cambiarlo.

Bertolt Brecht en su poema Hay muchas maneras de matar explicaba las diferentes maneras que había de acabar con una persona sin que estuviera penada por el Estado, una de ellas era la inducción al suicidio por motivos económicos. Eso es lo que le pasó a dos hermanas barceloninas de 64 y 54 años esta semana que justo antes de ser desahuciadas decidieron tirarse por el patio y acabar con su vida. Antes de eso habían dejado visible la orden de desahucio para que todo el mundo supiera que el motivo por el que se suicidaban estaba relacionado con el hecho de tener que abandonar su hogar. Nadie pagará por ello porque eso supondría establecer un nuevo tipo penal que tipificara como delito la precarización de la gente vulnerable hasta llevarles a situaciones límites de supervivencia. Por alguna razón se tolera con naturalidad, sin que nos planteemos si es algo moral, el hecho de que es lícito presionar a alguien en situación de vulnerabilidad hasta situarle al borde de la autolisis.

El motivo del suicidio de las dos mujeres era una deuda de 9.000 euros con el propietario, el rentista, que fue el causante de llevar a cabo una actividad económica extractivista que acabó con la vida de las dos mujeres. Porque hay que empezar a entender que los rentistas son enemigos de la clase trabajadora y situarlos así en el debate público cuando su actividad provoca estas consecuencias. No hay excepción moral que justifique dejar sin techo y vida a nadie con tal de ejercer una actividad económica rentista del mismo modo que está penada la usura. Los rentistas son la sublimación purulenta de la clase extractiva en el capitalismo, una estirpe parasitaria que vive de sajar a los trabajadores su salario productiva sin aportar nada a la sociedad. Todo aquel que piensa en el bienestar y en el progreso de una sociedad tiene que abogar por la erradicación masiva del rentismo.

La necesidad de extirpar a los rentistas de las sociedades que aspiran a ser sanas no es una idea de nuestro tiempo, es algo que promovían los economistas David Ricardo, Karl Marx e incluso Adam Smith, que afirmaba esto de los rentistas: "Es la única de las tres clases, que percibe su renta sin que le cueste trabajo ni desvelos, sino que la percibe de una manera en cierto modo espontánea, independientemente de cualquier plan o proyecto propio para adquirirla. Esa indolencia, consecuencia natural de una situación tan cómoda y segura, no sólo convierte [a los miembros de esta clase] a menudo en ignorantes, si no en incapaces para la meditación necesaria para prever y comprender los efectos de cualquier reglamentación pública". Estoy seguro de que pueden encajar en la definición de Adam Smith a muchos parásitos de nuestro tiempo.

La erradicación de los rentistas es una necesidad moral. John Maynard Keynes defendía la completa eliminación de la actividad de aquellos que viven de deudas ajenas o de bienes improductivos a base de la extracción de los salarios de la clase trabajadora y le daba el nombre de la "eutanasia de los rentistas". David Graeber en su obra En deuda, una historia alternativa de la economía explica cómo Keynes predijo la eutanasia del rentista en el siglo XX con el aumento del capital y con una política de tipos que dificultara el trabajo rentista, y de hecho sucedió después de la Segunda Guerra Mundial, pero la contrarreforma neoliberal de los ochenta de Margaret Thatcher y Ronald Reagan volvió a producir el afloramiento del rentismo en el que se generaban "instituciones de privilegio y de extracción de rentas" en vez de mercado libre.

La política de subida de tipos es una vuelta al privilegio del rentista. Nuestras ciudades se llenan de inversores que tienen como única aspiración vivir de lo que pagan los trabajadores con sus salarios detrayéndoles cada vez más porcentaje de lo que ganan con hipotecas y alquileres abusivos y priorizando la propiedad privada por encima de los derechos humanos. La clase trabajadora se precariza y el capitalismo es consciente de que cada vez tiene menos salario para el ocio, así que compite por detraerles aquel porcentaje del salario del que no puede recortar gastos.

La política de nuestro tiempo a nivel local, del mismo modo que la económica a nivel global, prioriza la defensa de la propiedad privada y el derecho del rentista a exprimir a los trabajadores para garantizarse una vida de lujo y placer con el sufrimiento ajeno. No se confundan, porque no es un error el hecho de que las políticas de vivienda estén destinadas a garantizar suntuosas rentas en vez de priorizar que los ciudadanos tengan acceso a una vivienda digna. El negocio es su salario y la mejor manera de lograrlo es obligarle a gastar cada vez más porcentaje de la tarta en la cuota del alquiler o la hipoteca. La eutanasia de los rentistas o la vida del inquilino, elijan trinchera.