La extrema derecha actúa de la misma manera allá donde pierde sus privilegios. El modus operandi golpista puede cambiar la forma que adopta pero siempre persigue los mismos objetivos y mutará para lograr sus objetivos sin modular la base sectaria de su pensamiento. En EEUU y Brasil han optado por el asalto de la turba al Parlamento tras perder las elecciones, pero existen similitudes con España que muestran que no es la forma primera en la que se concreta la pulsión golpista de la extrema derecha. En Brasil reaccionan con ira tras ser desalojados del poder, incapaces de soportar que la democracia se lo otorgue al que piensa diferente, por eso hicieron lo posible para alcanzarlo utilizando cualquier tipo de estrategia que se lo facilitara.
En Brasil ganaron el poder con las togas, con la de Sergio Moro, el juez ultra que se inventó un proceso contra Lula para inhabilitarle y encarcelarle y que fue pagado por Bolsonaro con la cartera de Justicia. La campaña fue tan grotesca que un tribunal superior tuvo que decidir años después de quitarse a Lula del camino electoral que el proceso fue tan parcial y contra tantas garantías jurídicas que tuvo que anularlo y restituir a Lula Da Silva. Ahora ha vuelto a presentarse y ha vencido de nuevo en un proceso electoral. Lo ha hecho de manera limpia.
En España la derecha ha decidido actuar mediante el lawfare y la toma del poder institucional judicial, por ahora, es solo una fase más, la primera. Habrá que esperar a ver si aceptan la derrota para comprobar si se quedan ahí o siguen la senda que marcó Donald Trump. Son diferentes modos de hacer lo mismo. Vox actuará de la misma manera que lo han hecho Trump y Bolsonaro si las circunstancias le son propicias porque consideran el poder tan suyo como las hordas bolsonaristas y trumpistas. Que lo consigan o no se decidirá por la actuación policial, que en EEUU o Brasil no han tenido ningún problema en hacer dejación de funciones cuando los ultras de extrema derecha son los que se manifiestan.
No hay buenas perspectivas en nuestro país viendo cómo los cuerpos policiales están infestados de jusapoleros que ya han demostrado ser una rama más de la extrema derecha política de Vox pero armados y con placa. Para calibrar hasta dónde llega la pulsión golpista de los ultras patrios basta con ver como la derecha tradicional del PP juega en su misma retórica deslegitimando a las instituciones y al gobierno emanado de las urnas que representa Pedro Sánchez. Los asaltos a parlamentos no brotan de la nada, están construidos con un discurso constante basado en el déficit democrático de la derecha que considera que solo es legítimo un gobierno de la derecha. No es nuevo, el PP llegó a decir de José Luis Rodríguez Zapatero que llegó al poder montado en un tren de Cercanías.
El PP es el máximo responsable de la degradación institucional que vivimos en nuestro país y que crea el caldo de cultivo necesario para generar un clima de opinión que justifique actuar contra las instituciones democráticas de todas las maneras posibles. La primera reacción de los conservadores al evento golpista en Brasil, de mano de Cuca Gamarra, es el ejemplo más reciente de lo que llevan haciendo desde que se instauró la democracia. Vox solo es un alumno aventajado que le ha ganado el pulso en ese menester. Las violencias políticas tienen grados y se van sumando. La deslegitimación de las instituciones son el paso previo para atentar contra ellas.
Viktor Klemperer en La Lengua del Tercer Reich explicaba la capacidad performativa del lenguaje y cómo influía en la formación de la violencia. Es un lento proceso que se cimienta en el discurso hasta en los procesos más terribles que ha vivido la historia de la humanidad. El ejemplo del monstruo nos sirve para comprenderlo. El 1 de abril de 1933, nada más llegar al poder, Adolf Hitler realizó un boicot a los comercios judíos que no fue respaldado por la población, la mayoría lo ignoró y los que sí fueron conocedores no le dieron ninguna importancia. Fue un fracaso absoluto. El NDSAP se dio cuenta de que el pueblo alemán aún no estaba preparado para la ejecución de su solución final para los judíos y se lo tomó con calma. El nazismo se dedicó a realizar una serie de reformas para consolidar su gobierno y comenzó una campaña de intoxicación propagandística de varios años en los que se inculcó, gracias al caldo de antisemitismo existente histórico, un enemigo identificable sembrando el odio y propiciando que la próxima vez que ejecutara su plan fuera aceptado por la ciudadanía alemana. El plan funcionó. Dos años después, en septiembre de 1935, se aprobaron las leyes de Nuremberg. El resto de la historia ya la conocemos.