Pedro Rosemblat en su programa Somos Gelatina intentaba explicar con frustración qué pasaba con la interna del peronismo entre Axel Kicillof y La Cámpora mientras Javier Milei está destruyendo el país. La desesperación en su editorial se mascaba cuando clamaba diciendo qué mierdas están discutiendo que nadie en las bases comprende. No es consuelo ver que en Argentina sucede lo mismo que en España, pero sirve para entender con simplicidad que no existe ninguna discusión política de base sino un simple intercambio de odios para beneficiarse política y económicamente. Que hay que pagar hipotecas costosas.

Hay dos hechos incontestables y contradictorios que conviven y que son ineludibles. No hay posibilidad de comparecer en unas elecciones con una mínima posibilidad de ganar sin que la izquierda que compite con el PSOE vaya unida, pero es imposible que en las condiciones de corto y medio plazo vaya unida. Es decir, no hay ninguna posibilidad de que en las próximas elecciones la izquierda sea un factor de posibilidad de victoria con los actuales liderazgos. Vamos a tener a los ultras destruyendo todo lo avanzado en los últimos 30 años porque su capacidad destructiva es mucho más eficiente y duradera que lo que la izquierda es capaz de reconstruir cuando accede al poder. Es una irresponsabilidad histórica, pero hay dirigentes que solo piensan en su cuenta corriente. Les importa una mierda la clase trabajadora y sus condiciones.

Hay al menos 30 circunscripciones en las que sería imposible sacar representación si la izquierda concurre por separado, por lo que haría que VOX consiguiera una mayor capitalización en escaño. Es decir, sin la unidad de la izquierda tendremos a Santiago Abascal de vicepresidente. Lo cierto es que eso es lo que quieren algunos empresarios para poder ejercer de contrapoder y amasar más dinero. Entre matar a Yolanda Díaz o Santiago Abascal en Podemos tienen claras las prioridades. No hay nada que hacer y hay que empezar a pensar en el largo plazo porque el posibilismo ya ha demostrado que tiene unos márgenes muy estrechos con la actual correlación de liderazgos. Las direcciones de los partidos de la izquierda poscomunista quieren destruirse y pasarse cuentas pendientes. Hablar de unidad es una entelequia voluntarista sin ninguna posibilidad de producirse.

Los mismos votos logrados por la izquierda poscomunista en las elecciones de 2023 yendo juntos harían que consiguieran muchos menos diputados que permitieran ganarle las elecciones a la derecha y la extrema derecha. Eso lo saben todos los líderes de las diferentes formaciones de izquierdas, Yolanda Díaz, Antonio Maillo, Pablo Iglesias, Mónica García y resto de formaciones que confluyen electoralmente con las mismas ideas y muchos odios cruzados. La presencia en el gobierno de la izquierda está agotada porque se ha demostrado que se puede lograr lo mismo, o más, estando fuera y presionando con los votos que se tienen que manteniendo la cortesía gubernamental y presionando desde dentro. Porque se presiona poco y la sensación que se traslada es la de inmovilismo, inoperancia y complicidad con decisiones ajenas aunque no se compartan.

La estrategia de salar la tierra de los liderazgos salientes en Unidas Podemos ha encontrado en los liderazgos entrantes de Sumar una complicidad por incomparecencia. La fortaleza que podía tener Yolanda Díaz como líder la ha perdido ahora convirtiendo a esa supuesta plataforma unitaria en un partido sin ningún poder real ni influencia y ha propiciado que aquellos que fueron apartados o perdieron la disputa en 2023 tengan como única objetivo cobrarse las cuentas pendientes.

La única posibilidad para conformar una organización de izquierda instrumental, o sea, útil, es el aceleracionismo y derruir hasta los cimientos las direcciones de todas las organizaciones de izquierda del momento para volver a construir unos liderazgos basados en la construcción horizontal sin deudas pendientes entre sí. No es posible establecer alianzas con quienes se encuentran en una lógica de aniquilación del espacio para heredarlo todo. La única política existente ha sido la búsqueda del traidor como estrategia troncal de las organizaciones en proceso de destrucción o que han sufrido procesos de ataques masivos. Una situación que se ha radicalizado hasta el paroxismo solo pudiendo permanecer en las organizaciones de izquierdas aquellos que son soldados fieles de la dirección. Cualquier disensión es traición y merece la destrucción personal, social y si es posible física.

Falsos camaradas es un libro del historiador Fernando Hernandez que es imposible leer sin traerte a la actualidad de la izquierda en España y que además sirve para huir del adanismo de quien cree que ha inventado la historia en los últimos 10 años. Quien se acerque al libro de Fernando Hernandez encontrará que por no inventar no inventaron ni la autodestrucción. Hay una subtrama en la construcción del libro que me interesa mucho más como periodista que la persecución de la policía franquista al PCE. Y es la cizaña, que lleva a la desconfianza y la paranoia. La desconfianza como un virus que destruye organizaciones. La extensión generalizada de la sospecha.

La lógica schmittiana hace que sea imposible unirse con el enemigo. Existe una dinámica de guerra entre Podemos y Sumar y todos los partidos que aún perviven en él. Los que perdieron ayer, hoy solo les vale la destrucción y la victoria por aplastamiento. Decía Pablo Iglesias en RNE que Sumar está muerto, tiene razón, pero es que Podemos ya murió y aun no se han dado cuenta que la momificación tampoco es un proyecto político viable y lo han convertido en una sociedad unipersonal. En las próximas elecciones por fin lo conseguirán y los fascistas tomarán el poder. Es lo que llevan buscando hace tiempo, son solo negocios.