Se podrían trazar dos líneas paralelas entre la historia del arte y la historia de la ciencia. Algunos avances científicos y tecnológicos propiciaron el surgimiento de nuevas técnicas artísticas y movimientos que de otra manera no habrían sido posibles. Por ejemplo, la invención de la fotografía, además de establecerse rápidamente como un nuevo medio artístico, también condicionó la evolución de la pintura. Los pintores empezaron a preocuparse más por las teorías del color, por cómo unos colores afectan a los colores circundantes, por cómo funcionan nuestros ojos y por cómo nuestra mente interpreta el color. Así, los impresionistas revolucionaron la pintura a finales del siglo XIX, dejando de pintar cosas y empezando a pintar la luz de las cosas. Porque ningún paisaje es igual por la mañana que al atardecer. La luz es la que pinta la realidad.
A la fotografía se le sumó otro avance tecnológico que transformó la forma de pintar: el tubo de aluminio para pintura. Fue el primer envase que servía para conservar la pintura al óleo, evitando que se secara al entrar en contacto con el aire. Antes los pintores solo pintaban en el taller; preparaban las pinturas al óleo al momento, mezclando pigmentos con aceites. El tubo de aluminio para pintura les permitió salir del taller, llevarse sus pinturas y pintar en cualquier lugar. Así surgió el plenairismo o pintura al aire libre tan característica de los impresionistas.
Más adelante se inventó la pintura acrílica, una pintura en la que el aglutinante garantizaba un secado más rápido que el óleo, que mantenía la fidelidad del color del pigmento tras el secado, y más importante, la conservación de la pintura en condiciones adversas, como para la pintura a la intemperie. La pintura acrílica al secar forma un filmógeno, como una piel plástica que mantiene el pigmento adherido y que facilita la superposición de nuevas capas de pintura. Esta nueva técnica desarrollada por los químicos para satisfacer una demanda industrial, resultó ser clave para el desarrollo del muralismo en los años veinte del siglo XX.
Las pinturas que antiguamente más se usaban para pintar a la intemperie eran los frescos, que tenían una vida bastante corta. El fresco consiste en aplicar el pigmento diluido en agua directamente sobre el mortero fresco con el que se enlucían las paredes, de tal manera que el pigmento quedaba integrado en la pared. Sin embargo, de ese modo los pigmentos quedan expuestos a la atmósfera y terminaban reaccionando químicamente con compuestos en estado gaseoso alterando su color. Los compuestos azufrados volátiles de zonas costeras e industriales reaccionan con pigmentos tan comunes hace años como el blanco de plomo, convirtiéndolo en sulfuro de plomo, que es de color marrón.
La pintura acrílica trastocó la forma clásica de pintar. Algunos artistas comenzaron a experimentar con las posibilidades plásticas de este nuevo medio, en algunos casos prescindiendo del pincel y dejando a la pintura gotear sobre un lienzo o rodar sobre él, lo que favoreció a movimientos artísticos como el expresionismo abstracto. Además, la tecnología aerosol que se desarrolló a finales de los años veinte, junto con la pintura acrílica que ya existía, dio paso al uso del espray de pintura acrílica, una técnica que sentó las bases del grafiti moderno.
Esta relación entre ciencia y arte también se estableció a la inversa. La ciencia, en concreto una disciplina de la química conocida como ciencia de materiales, ha ido evolucionando a demanda de los artistas, desarrollando nuevos pigmentos, aglutinantes y materiales necesarios para el arte.
Los escultores también integraron los nuevos materiales en sus obras. Así, en el siglo XX se empezaron a crear esculturas de hormigón, aceros patinables y polímeros que conviven con materiales clásicos como la madera, el mármol o el bronce. Los materiales comenzaron a formar parte del código de comunicación de las obras de arte. La semiótica del arte, que es la disciplina que se encarga de estudiar los símbolos en el arte, no solo analiza las formas, sino que ahora debía tener en cuenta que el bronce no significa lo mismo que el hormigón o la madera. Una madera de pino puede simbolizar la muerte o la humildad, y el oro puede simbolizar el poder, el lujo o la divinidad.
La ciencia como herramienta para el arte, y la cultura científica como parte esencial en la interpretación de las obras de arte, son los dos vínculos fundamentales entre la ciencia y el arte. Llevo más de una década dedicándome a la investigación de estos vínculos. Existen más modos de relacionar la ciencia y el arte, pero estos dos vínculos son los únicos que honran cada forma de conocimiento por lo que es. Por ejemplo, las técnicas propias del arte se suelen usar también para ilustrar contenidos científicos. En este caso no se trata de arte, sino de ilustración científica. Una ilustración o un modelo de una molécula o de una célula, a menudo se sirve de las técnicas propias del arte pero no es arte, puesto que responde a un criterio de utilidad. Eso no es ni mejor ni peor, solo son disciplinas distintas. Del mismo modo, el arte también se ha usado para decorar la comunicación científica, pero sin criterio artístico alguno, utilizando el arte para adornar textos y conferencias solo porque sus formas o sus colores acompañan al contenido.
En 1959 el físico Charles Percy Snow impartió una conferencia titulada 'Las dos culturas' que terminó por establecerse como el nombre de un estereotipo cultural contemporáneo por el que la comunicación entre las ciencias y las humanidades se habría roto, y que precisamente esa falta de interdisciplinariedad supondría un declive cultural para ambas. Estoy de acuerdo con esa tesis. Por eso para establecer relaciones entre disciplinas es fundamental conocerlas en profundidad, para no caer en el error de subestimar una con respecto a la otra o adulterar su propósito original. No hay formas de conocimiento que sean más valiosas o mejores que otras.
Tanto la ciencia como el arte forman parte de la cultura y son formas de conocimiento que nos permiten ver con mayor nitidez lo bueno, lo bello y lo verdadero.