El mensaje que recibimos es que a las mujeres no les interesa la ciencia. Los titulares son machacones: '¿Por qué las mujeres no eligen carreras de ciencias?','¿Por qué las niñas no quieren ser científicas?', 'Cómo conseguir que haya más mujeres en la ciencia', o 'Las niñas también pueden ser científicas'. Pocas cosas hay menos científicas que la repetición acrítica, rehuir de los datos y ser imprecisos con el lenguaje.
La ciencia se presenta como una palabra baúl en la que cabe de todo, desde la tecnología hasta la historia. Esa imprecisión permite amasar los datos hasta ver el problema que se quiera. ¿Crees que hay menos mujeres estudiando carreras científicas? Introduces la tecnología en la ecuación y el porcentaje de mujeres científicas caerá; aunque no tanto como parece a la luz de los titulares: si se habla de carreras STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) la mujeres siguen siendo mayoría, el 55%. En cambio, si se eliminan las 'ciencias' y solo se presta atención a las 'ingenierías', el porcentaje de mujeres matriculadas cae al 27%. Al contrario de lo que sucede con las 'ciencias puras' como la química o la biología, o con las 'ciencias de la salud' (medicina, veterinaria, farmacia…) donde las mujeres representan una abrumadora mayoría, el 72%. Las mujeres son mayoría en las carreras científicas desde hace más de treinta años. Los datos son tozudos, por mucho que se repitan mensajes que dan a entender lo contrario.
Que haya más mujeres en ciencia no quiere decir que no haya que analizar a qué se deben las diferencias tan significativas que hay entre especialidades. Por ejemplo, prestando atención a las ingenierías, hay más mujeres en las especialidades relacionadas con la alimentación, el textil y el medioambiente (60-70% mujeres); y hay más hombres en ingeniería civil, industrial, informática, mecánica y automovilística (70-80% hombres). Estas cifras son prácticamente las mismas entre las especialidades de Formación Profesional. Esto significa que hay una clara inclinación por ciertas disciplinas dependiente del sexo.
Al haber una correlación evidente entre el sexo y la inclinación por ciertos estudios, es importante seguir registrando los datos segregados por sexos. Si el 'sexo' desaparece de los formularios de inscripción en los centros de estudios y se cambia por 'género' –que es una variable subjetiva– no se podrá hacer un análisis objetivo de los datos. En algunas universidades ya se está optando por la casilla de género –femenino, masculino, no binario, fluido, intergénero, etc.– lo que entorpecerá todavía más la interpretación y el tratamiento científico de los datos.
Hay diferentes hipótesis que tratan de explicar a qué se deben estas inclinaciones dependientes del sexo, y también hay diferentes posturas sobre la idoneidad de intervenir para tratar de igualar las cifras. Una de las hipótesis más fuertes es que los estereotipos y roles sexistas (el género) son la causa principal de estas inclinaciones, entendiendo que hay un condicionamiento sociocultural que está coartando la libertad de elección. Por tanto, si el género es la causa de la desigualdad, la solución sería desmontar los estereotipos y roles sexistas. De ese modo, los hombres se acabarían inclinando naturalmente por carreras feminizadas y las mujeres por carreras masculinizadas hasta alcanzar la igualdad. Esta hipótesis sería contraria a las campañas de persuasión que tiñen de rosa los robots y las calculadoras o que ponen el foco en la dimensión moral de las tecnologías, presentándolas como disciplinas que sirven para cuidar a personas o cuidar del medioambiente, exaltando así los roles de género.
Otra hipótesis fuerte es que el género es una conducta derivada del sexo, es decir, es un comportamiento condicionado por la biología. Esto significaría que, en las sociedades más libres, las inclinaciones por especialidades según el sexo ocurrirían de forma natural. Si esta hipótesis es cierta, las campañas de persuasión dirigidas a las niñas para que se decanten por ciertas especialidades no solo no tendrían sentido, sino que se entenderían como estrategias de manipulación contrarias a su libertad o su predisposición innata.
Sea cual sea la hipótesis en la que se decida creer –más mediada por lo social, por lo biológico o como un conglomerado de ambos– la mayoría de los mensajes y campañas se dirigen solo a las mujeres, culpándolas de la desigualdad y responsabilizándolas de corregirla: 'La falta de confianza de las niñas arruina sus vocaciones', 'Las chicas infravaloran sus capacidades', 'Si nosotras pudimos tú también puedes'. Este es el elefante en la habitación, el machismo. Se está dando a entender que las mujeres no pueden realizar ciertas actividades debido a la alteración de sus funciones intelectuales, lo cual encaja con la definición de discapacidad. Con estos mensajes se está asumiendo que ser mujer es un tipo de discapacidad; que sus elecciones, sus juicios y sus capacidades son peores que las de los hombres. Por tanto, se está sugiriendo que los hombres escogen las carreras correctas, acceden a los trabajos correctos y tienen las capacidades correctas. No se anima a los hombres a escoger carreras feminizadas, no se cuestionan sus elecciones, porque todo lo que ellos eligen se convierte directamente en algo aspiracional para ellas. La balanza del prestigio continúa inclinada hacia lo que ellos hacen.
Hay debates que es interesante que sigan vivos, como el que hay entre los condicionantes sociales y los biológicos, o como el de la conveniencia de las campañas de persuasión; pero hay otros que deberían morir con los datos, como el de que a las mujeres no les interesa la ciencia. Sí les interesa, más que a los hombres. Pero lo más importante de todo esto es eliminar el machismo de todas las campañas y mensajes que se dan en nombre de la igualdad. La igualdad es inalcanzable si se construye minusvalorando a la mujer.