El título de este artículo es una de las citas más famosas atribuidas a Mark Twain, pero es falsa, lo que resulta tan irónico como ilustrativo. La frase que más se le parece está en su autobiografía publicada en 1906 y dice "How easy it is to make people believe a lie, and hard it is to undo that work again!", cuya traducción podría ser "¡Qué fácil que es hacer que las personas crean en una mentira, y qué difícil que es deshacer ese trabajo!".
Algo similar escribió Bastiat en sus Sofismas económicos (1859): "Ellos pueden expresar en pocas palabras una verdad a medias, pero nosotros, para desmontar esa media verdad, nos vemos obligados a elaborar largas y áridas disertaciones". Esta desproporción entre el esfuerzo requerido para engañar y el requerido para deshacer el engaño es lo que en el siglo XXI se popularizó con el nombre de "Principio de asimetría de la estupidez" cuyo enunciado sería: "La cantidad de energía necesaria para refutar una estupidez es un orden de magnitud mayor que la necesaria para producirlo". Aunque un orden de magnitud es una buena hipérbole, lo cierto es que hay estupideces que han calado tanto que no solo se necesita un esfuerzo titánico para refutarlas, sino que algunas ya han cristalizado como leyes.
Las falsedades o las verdades a medias gozan de buena acogida. La razón es que las ideas simples no requieren de paciencia ni de erudición, ofrecen respuestas asequibles a cuestiones complejas. Además, si en la mentira hay un ápice de verdad, esta funciona como un embudo. Esa verdad puede ser un dato cierto, o puede ser un disfraz, algo que aparenta ser pero no es.
Hay disfraces de muchos tipos. Un lenguaje aparentemente culto sirve para adornar lo vulgar y lo simple, y también sirve para apartar de la conversación a la mayoría. Así funcionan las "neolenguas" de la posmodernidad. A base de prefijos, de repetición de palabras inusuales y de atribución de nuevos significados crean una lengua que funciona como un laberinto. No son cultismos, solo lo aparentan. Pero con esa trampa han logrado que algunos no se atrevan a participar en el debate porque creen que ignoran de qué se habla, cuando lo que de verdad ignoran es una lengua inventada ad hoc. Luego usas una de esas palabras fuera de sus reglas y no sabes a qué colectivos has ofendido. Pretenden apropiarse del lenguaje de la ciencia –"cuántico", "molecular", "espectro", "sexo", "químico"…– para darse una pátina de credibilidad. El delirio ha llegado a tal punto que empieza a haber científicos que han dejado de usar palabras de nuestra jerga para no ser malinterpretados. Rendirse así es un error. Los científicos debemos proteger nuestro lenguaje para que estos delirios no se cuelen por la puerta de atrás. Reconozco que cuando leí a Deleuze malentendiendo palabras como mol, molécula o rizoma me entró la risa. Cuando hablan en el idioma de uno se detecta muy fácilmente a los impostores.
Los discursos vacíos se disfrazan con conceptos científicos, pero también con alusiones cultas, desde mitos griegos a pasajes bíblicos. Estas trampas siempre usan la misma treta: presentan como literal y verdadero aquello que en realidad es una abstracción. Ese es su embudo. Esto no es nada nuevo ni original. En el libro Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873) Nietzsche ya lo había dejado por escrito: "El hombre tiene una invencible inclinación a dejarse engañar y está como hechizado por la felicidad cuando el rapsoda le narra cuentos épicos como si fuesen verdades, o cuando en una obra de teatro el cómico, haciendo el papel de rey, actúa más regiamente que un rey en la realidad".
Ha habido tal cantidad de engaños sobre temas científicos cristalizados en forma de ley que, en lugar de invertir tanta energía en refutar un daño ya hecho, debemos adelantarnos a él. Debemos ser más proactivos que reactivos. En cuanto detectamos que se publican estupideces contra una tecnología nueva o un nuevo descubrimiento científico, hay que actuar con celeridad, refutando el engaño también, pero sobre todo divulgando en positivo.
Lasfalsedades pronunciadas durante años contra la energía nuclearhan culminado en el cierre reciente de las últimas centrales nucleares de Alemania. Es una mala noticia para la ciencia, y también para todos sus "apartes": el medioambiente, la economía, la democracia… Ahora en Alemania se quema más gas y carbón para obtener energía suficiente. La energía nuclear es una energía limpia respecto a gases de efecto invernadero, con lo cual se ha hecho lo contrario a lo que se debería hacer. Así no hay quien pueda lidiar con el cambio climático ni con nada. El engaño lo ha envenenado todo.
Lo mismo que está sucediendo con la energía nuclear ha sucedido con la ingeniería genética, vetando tecnologías como la transgénesis. Ahora que la escasez de agua apremia, no podemos contar ni con trigo, ni con maíz, ni con soja resistentes a la sequía. Haber cerrado tantas puertas al uso de transgénicos en la agricultura nos ha vuelto más improductivos e insostenibles.
Todas las estupideces que se han publicado contra sectores tan regulados como la industria alimentaria o la farmacéutica –bajo el paraguas de un escepticismo mal entendido– también han contribuido a dinamitar la percepción social de la ciencia y a que tanta gente viva con la sospecha constante del engaño.
El engaño actual que se está gestando, si antes no le ponemos remedio, es contra la Inteligencia Artificial. Todos los días se publican estupideces contra ella. Hay críticas legítimas, como las que conciernen a la regulación del uso de datos o a la evaluación de riesgos derivados de los sesgos de la IA –que con frecuencia son un acento de los nuestros–. Pero hay otras críticas frecuentes que son estupideces pronunciadas por ignorantes en la materia. Por ejemplo, no es cierto que la IA no esté regulada. En el ámbito sanitario el uso de softwares asistidos por IA autorizados para uso clínico tiene una regulación tan severa como cualquier medicamento. La aprobación por parte de las autoridades sanitarias de estas herramientas es especialmente larga y costosa. Así que tenemos la certeza de que el software que llevan los aparatos de resonancia magnética nuclear, de PET, de SPECT, o de cualquier otra técnica de imagen médica cumple con los requisitos de seguridad y eficacia más estrictos.
Me da miedo que el ruido de la estupidez llegue a impedir que tecnologías tan necesarias como la IA no penetren donde son necesarias. Por eso hay que plantar cara antes de que el engaño cobre mayores dimensiones. Hay que divulgar en positivo, como por ejemplo explicando el modo en el quela IA está ayudando a diagnosticar e investigar tratamientos para el Alzhéimer, el Parkinson, la esclerosis múltiple y otras enfermedades neurodegenerativas, algo que está siendo vital –uso la palabra vital con toda la intención–.
No permitamos que de nuevo gane el engaño, lo que aparenta y no lo que es. Antepongamos la erudición a la vulgaridad. Que gane lo bueno, lo bello y lo verdadero.