El fallecimiento del papa Francisco marca el final de un pontificado que, entre otras muchas cosas, ha destacado por un gesto que no suele ocupar titulares pero que tiene calado: su capacidad para mostrar con sencillez la compatibilidad entre la fe y la ciencia. En un tiempo en el que la desinformación y la polarización son una amenaza para la razón, Francisco se posicionó como un papa conciliado con la ciencia: defendió la epistemología de la ciencia –qué es la verdad para la ciencia y cuáles son sus fundamentos, límites y métodos de validación del conocimiento– poniendo en el centro el valor del consenso, habló de medio ambiente citando con rigor informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, defendió la teoría de la evolución, encontró en el Big Bang un relato compatible con la creación y abrió las puertas del Vaticano al conocimiento científico a través de la Pontificia Academia de las Ciencias.
En 2015, con la publicación de la encíclica Laudato Si', Francisco se convirtió en el primer papa en dedicar una encíclica entera al medio ambiente. La definió como una cuestión moral y social, vinculando la degradación del planeta con la pobreza y la injusticia. Pero más allá de la denuncia, lo hizo desde una postura científica: incorporó datos sobre calentamiento global, pérdida de biodiversidad y contaminación, en línea con el consenso de la comunidad científica. En 2023, su exhortación apostólica Laudate Deum reforzó ese compromiso. En ella responsabilizaba a los lobbies económicos y a la falta de acción política, y afirmaba que "el mundo que nos acoge quizá se está acercando a un punto de quiebre". Pocas voces con su proyección han defendido el consenso científico con tanta claridad y vehemencia.
En 2014, durante un discurso ante la Pontificia Academia de las Ciencias, afirmó que las teorías del Big Bang y de la evolución no son incompatibles con la fe católica. "El Big Bang, que hoy se considera el origen del mundo, no contradice la intervención de un creador divino, sino que la exige”. Y añadió: "La evolución en la naturaleza no es incompatible con la noción de creación, porque requiere la creación de seres que evolucionan". Frente al enfrentamiento que durante siglos marcó artificialmente la relación entre ciencia y religión, Francisco apostó por la convivencia y la complementariedad. La fe, para responder al por qué; la ciencia, para comprender el cómo.
Uno de los grandes pilares de esta visión fue la Pontificia Academia de las Ciencias, un organismo que, desde 1936, asesora al Vaticano en materia científica, promueve el avance de las ciencias y la reflexión interdisciplinar sobre cuestiones epistemológicas y éticas derivadas del progreso científico. Bajo el pontificado de Francisco, la academia se convirtió en un espacio de encuentro entre líderes religiosos y científicos de talla mundial. Por ella han pasado premios Nobel, climatólogos, genetistas, físicos, químicos o expertos en inteligencia artificial, seleccionados por sus contribuciones originales a la ciencia y su integridad moral, sin distinción de raza, religión o nacionalidad. Francisco entendió que el conocimiento científico no es una amenaza, sino que es una herramienta poderosa para profundizar en la fe. Apoyó investigaciones sobre la edición genética, la automatización del trabajo, la ética de los algoritmos y la justicia climática. Siempre con una condición: que el avance científico estuviese al servicio de la dignidad humana.
Si algo definió la relación del papa Francisco con la ciencia fue su dimensión ética. En sus intervenciones alertó sobre el uso inadecuado de la tecnología o la desigualdad en el acceso a la medicina. Reclamaba una "ciencia con alma". Una ciencia que no solo diga lo que podemos hacer, sino también lo que debemos hacer. Es decir, dotar a la actividad científica de una dimensión moral.
En un mundo donde muchos aún enfrentan fe y razón como dos trincheras irreconciliables, el papa Francisco mostró con naturalidad que la virtud está en su convivencia. Tal y como comentaba mi párroco, el padre Alfonso Rodríguez Castiñeiras, en la homilía del pasado Domingo de Resurrección, "una fe sin razón lleva a la violencia, al fundamentalismo; y una razón sin fe lleva al materialismo, a la insensibilidad y a la intrascendencia". El legado de Francisco no será solo el de un papa preocupado por la pobreza, la emigración o el diálogo interreligioso. Será también el de un líder espiritual que entendió que hay diferentes formas conciliables de acercarse a la verdad. Y que la ciencia, lejos de alejarnos de Dios, puede ser una forma más de acercarnos a los misterios de la vida.