El maquillaje, la peluquería y los zapatos de tacón fueron durante siglos elementos exclusivos de los hombres, eran símbolo de masculinidad y, por encima de todo, eran un símbolo de clase.
El primer uso conocido de los tacones se remonta al siglo X, cuando los jinetes usaban botas con tacón para asegurar los pies a los estribos. Como poseer caballos era indicativo de riqueza, llevar zapatos de tacón también lo era. El color rojo en los zapatos de tacón lo puso de moda Luis XIV como icono de la nobleza francesa. Cuanto más altos fuesen los tacones, mayor era la clase social de quien los vestía. Algo similar ocurrió con los perfumes, las pelucas y el maquillaje, cuyo uso estaba reservado a los hombres de clase alta. El maquillaje no se popularizaría entre las mujeres de la nobleza hasta el siglo XVI, cuando la reina Isabel I puso de moda el pintalabios rojo. Las mujeres no empezarían a vestir tacones hasta finales del siglo XVII. Los hombres tacones anchos, las mujeres tacones finos. En ambos casos eran un símbolo de estatus. La mayoría de los trabajos desempeñados por las clases bajas eran incompatibles con los zapatos de tacón, por eso solo las clases altas podían permitirse el lujo de caminar subidos a ellos.
El uso de pintalabios y zapatos de tacón por parte de las mujeres respondía a una aspiración de poder. Era una forma de decir que ellas podían tener las mismas ambiciones que ellos. Sin embargo, esa interpretación se fue deformando a lo largo de la historia. El feminismo de la segunda ola, durante la década de los sesenta y los setenta, como reacción al paternalismo y cosificación de la mujer, señaló al pintalabios como uno de los iconos de sometimiento al patriarcado. Recientemente esto se ha dado la vuelta otra vez. Una parte del movimiento feminista actual de la tercera ola, el que se gestó entre los años ochenta y noventa, es el lipstick feminism (feminismo de pintalabios). Este feminismo lo encarnan mujeres tan populares como Madonna o Beyoncé, o series tan icónicas como Sexo en Nueva York, a través del llamado girl power. Este tipo de feminismo es en gran parte una reivindicación de la libertad femenina, en cuanto a independencia, autoridad, sororidad y no censura de la sexualidad. El pintalabios, así como otros adornos que se asocian al cliché femenino, se utilizan hoy en día como estandarte del poderío de la mujer.
El pintalabios ha estado vinculado a momentos sociales importantes como símbolo de protesta o de fortaleza de la mujer. En 1912, el movimiento sufragista utilizó el pintalabios rojo como emblema de la emancipación femenina y de lucha en sus marchas por Nueva York.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Elisabeth Arden creó un tono para las Fuerzas Armadas estadounidenses y Helena Rubinstein lanzó el color Regimental Red. El Gobierno de Estados Unidos puso en marcha una campaña bajo el lema Beauty as Duty (La belleza como deber), que animaba a las mujeres a cuidar su imagen para dar una apariencia de normalidad a pesar del conflicto bélico.
Uno de los labios más famosos del cine fueron los de Clara Bow, quien aparecía con ellos pintados en las películas de cine mudo de los años veinte. El pintalabios era un recurso para potenciar los labios de las actrices en las películas en blanco y negro. Su uso en el cine ayudó a popularizarlo. El uso de pintalabios se normalizó en los años treinta, cuando se empezaron a comercializar en los salones de belleza de Helena Rubinstein y Elisabeth Arden. Desde ese momento se comienza a entender el pintalabios como un símbolo de la sexualidad adulta, sentido que se potenciará en la década de los 50 con estrellas del cine como Marilyn Monroe.
A partir de los años 70 el pintalabios volvió a convertirse en cosa de hombres. El punk y el glam tuvieron mucho que ver. La subcultura gótica, la música industrial, el death rock y el post-punk, pusieron color a los labios de algunos hombres que se han convertido en iconos contemporáneos, como David Bowie, Robert Smith o Marilyn Manson.
La evolución del pintalabios está íntimamente relacionada con los avances científicos y tecnológicos, especialmente con la química. La primera prueba arqueológica del uso de maquillajes se encontró en el Antiguo Egipto. Los ojos se delineaban con polvos de grafito (kohl), con mineral pirolusita o con negro de humo, que fabricaban quemando maderas resinosas. Los labios se pintaban con pigmentos de colores rojizos y violáceos mezclados con ceras o grasas, a semejanza de las pinturas empleadas en arte como óleos o encáusticas. La mayoría de esos pigmentos eran de origen mineral, como piedras de colores molidas de ocre rojo y rejalgar. A lo largo de la historia las tendencias de maquillaje fueron variando. Tanto los colores como los aglutinantes empleados guardaban similitud con las técnicas pictóricas del momento.
La barra de labios actual es un invento reciente. Los primeros pintalabios se vendían en pequeños botes o envueltos en papel y se aplicaban con pincel. A comienzos del siglo XX la marca Guerlain empezó a fabricar rudimentarias barras de labios. Las aristócratas francesas lo compraban envuelto en frágiles tubos de cartón. En 1915 la Socovill Manufacturing Company fabricó uno de los primeros tubos metálicos en los que se insertarían las barras de labios, facilitando su uso y comercialización. El primer pintalabios de esas características que se vendió en España fue el Milady de la compañía Puig en 1922. En 1923, James Bruce Mason Jr inventó el sistema giratorio que permite subir y bajar la barra de labios, convirtiéndolo en el objeto fácil de aplicar y transportar que hoy conocemos.
Desde el punto de vista químico, el de la formulación cosmética, los pintalabios contienen una amplia variedad de ceras, aceites, pigmentos y emolientes. Las ceras le dan forma y facilitan su aplicación. Se utiliza cera de abeja, cera de carnauba, que es un exudado de los poros de las hojas de palmeras, y la cera de candelilla, que se obtiene de la planta de candelilla. Los aceites y las grasas sirven de emolientes. Incluyen aceite de oliva, manteca de cacao, lanolina, vaselina y aceite de ricino, entre otros. Son los que forman una película dura y brillante tras la aplicación. Los de larga duración suelen contener siliconas para sellar el color.
En los últimos años las formulaciones cosméticas de los pintalabios se han hecho más sofisticadas. El particulado de los pigmentos es más fino y homogéneo. Además, se han añadido ingredientes hidratantes, antioxidantes, humectantes y filtros solares, entre otros, con el fin de hidratar y proteger los labios.
El pintalabios, igual que los zapatos de tacón, comenzó siendo un distintivo de clase y acabó convirtiéndose en un emblema femenino. Del mismo modo, el 8 de marzo pasó de ser el Día Internacional de la Mujer Trabajadora al Día Internacional de la Mujer. Desde lo simbólico, como los zapatos de tacón o el pintalabios, hasta todo lo que concierne a la igualdad de derechos y oportunidades, el progreso de la mujer ha sido, en gran medida, una conquista de poderes que estaban reservados a los hombres.
El poder ha estado en manos de los hombres durante tanto tiempo que algunos consideran lo estereotípicamente masculino de primera, y lo estereotípicamente femenino de segunda. Este cariz machista se aprecia mejor si se analiza a través de las profesiones. La cocina o la moda, actividades antiguamente reservadas a las mujeres, no se consideraron de prestigio hasta que los hombres se apoderaron de ellas. Las modistas y los modistos. Se desprende una clase diferente según el género.
Ocurrió lo mismo con la informática, que fue una profesión de segunda desempeñada por mujeres hasta que fue monopolizada por los hombres. Ahora que la mayoría de los estudiantes de ingeniería informática son hombres, esta profesión ha ganado prestigio y se hacen esfuerzos por persuadir a las mujeres para que estudien esta carrera. Es algo que no sucede a la inversa. Por ejemplo, carreras científicas relacionadas con la salud, antiguamente acaparadas por hombres como medicina o farmacia, son hoy carreras con más de un 70% de mujeres. Esto se percibe como un problema. Como si la inclinación de las mujeres por estudiar estas carreras fuese algo negativo si responde a una pulsión biológica por los cuidados. Como si cuidar fuese algo de poco valor. ¿Por qué algunas cualidades cuando son típicamente femeninas se señalan como taras y no como virtudes? Si no se anima a los chicos a estudiar ciencias de la salud, pero sí se anima a las chicas a estudiar ingenierías, se está dando por hecho que los hombres son los que validan las carreras. Y esto es machista. Hoy en día las ciencias de la salud gozan de mayor reconocimiento social y mejores perspectivas de empleo y sueldo que las ingenierías, así que no se trata de una cuestión de clase o de poder, sino de machismo.
Esto es extrapolable al maquillaje o a los zapatos de tacón. Cuando las mujeres se apoderaron de estos símbolos de poder, no tardaron en señalarse como elementos de sometimiento y cosificación. Cuando algo se vuelve femenino, se minusvalora por el simple hecho de ser femenino. Eso es machismo.
Por eso parte del feminismo contemporáneo rescata los símbolos de la feminidad y los usa como bandera. Pechos, higos y pintalabios. Pero ojo, cuidado con caer en la frivolidad de confundir banderas con objetivos. La lucha del feminismo a lo largo de toda su historia siempre ha sido una lucha de clase.
Así que, además de pintarme los labios porque quiero, lo importante es porque puedo. Estudio lo que quiero porque puedo. Uso zapatos de tacón porque puedo. Y voy a la peluquería porque puedo. Que "la Mari" pueda ir a la peluquería a ponerse guapa es feminista si va porque quiere y, sobre todo, porque puede, porque puede conciliar, porque tiene tiempo, porque no la ningunean, porque gana dinero suficiente, porque tiene una buena carrera profesional… Feminismo no es que le digan ¡qué guapa! al salir de la peluquería. Feminismo es todo lo demás.
Feliz Día Internacional de la Mujer.