Las cenizas son el residuo sólido de una combustión. Dependiendo de qué se haya quemado las cenizas tendrán una composición diferente, aunque siempre contienen metales en forma de óxidos, nitratos y carbonatos que dan lugar a una mezcla alcalina (alcalina es lo contrario de ácida). Por ejemplo, la ceniza que se usa para ungir la frente durante la misa del Miércoles de Ceniza es rica en potasio, calcio y magnesio, elementos abundantes en los ramos del Domingo de Ramos que se queman para celebrar este día y que permanecen tras la combustión. La imposición de las cenizas simboliza el reconocimiento de que "eres polvo y al polvo volverás", y se considera un signo penitencial, en cierto modo de purificación, de limpieza, algo que está íntimamente ligado a la naturaleza química de las cenizas.

Antes de que se conociese la química de las cenizas ya se utilizaban para desinfectar. Al mezclar agua con ceniza procedente de la quema de madera se obtiene una sustancia que se conocía como "lejía de ceniza". Esta mezcla blanqueaba los tejidos, eliminaba manchas y malos olores. Aunque su mecanismo de acción no estaba descrito, funcionaba. Ahora se sabe que la lejía de ceniza funciona porque es una mezcla tan alcalina, con un pH tan elevado, que es capaz de destruir la membrana celular de los microbios que causan el mal olor y el deterioro de la ropa, por eso servía para desinfectar. Incluso cuando ya se había inventado el jabón, antiguamente se añadía ceniza como paso final de la colada; de hecho, los restos de ceniza se eliminaban con un colador, de ahí nació la expresión "hacer la colada".

La historia de la invención del jabón tiene una relación mucho más íntima con la ceniza. Se desconoce el origen exacto del jabón, pero hay diferentes hipótesis. Algunas referencias sitúan el origen en Babilonia en el 2800 a. C., en Egipto en el 1500 a. C. o en Fenicia en el 600 a. C. Todas ellas surgen de la combinación rudimentaria de grasas con cenizas. Es posible que los primeros jabones se obtuviesen fortuitamente en los mataderos, donde abunda la grasa animal. La ceniza mezclada con la grasa produce una reacción química llamada saponificación. Las grasas están formadas por triglicéridos que, al juntarse con una sustancia alcalina como las cenizas, se separan en sus partes: ácidos grasos y glicerina. Los ácidos grasos se combinan con los metales de la ceniza formando carboxilatos, es decir, jabones.

Los jabones sirven para limpiar porque químicamente tienen dos extremos: un extremo que es afín a las grasas y otro extremo afín al agua. Así, los jabones envuelven los residuos de grasa por un lado, y los mantienen disueltos en agua por el otro. Estas envolturas se denominan micelas. Así que los jabones son capaces de envolver las grasas y "disolverlas" en agua, por tanto, eliminan las manchas.

Los primeros jabones de los que hay constancia se utilizaban para lavar tejidos. Más adelante se incorporaría el jabón a la higiene personal. El médico griego Galeano ya recomendaba en torno al año 200 d.C. que lavarse el cuerpo con jabón evitaba enfermedades. No sabía por qué era así, pero la recomendación de lavarse con jabón reducía la incidencia de enfermedades de sus pacientes y aceleraba su recuperación. Esa misma recomendación la mantuvo el médico Ignaz Semmelweis para asistir a los partos. Él sostenía que cuando los médicos que atendían partos se lavaban las manos con jabón, la tasa de mortandad del área de maternidad se reducía drásticamente. Era una observación clínica que compartió con sus colegas en 1847, y que estos rechazaron por no encontrarle fundamento científico alguno. Ahora se sabe que el jabón salva vidas porque es capaz de destruir la envoltura grasa de muchos virus, bacterias y hongos patógenos. Pero no fue hasta 1864 que el químico Louis Pasteur propuso la teoría germinal de las enfermedades infecciosas, que había enfermedades producidas por unos seres invisibles, microscópicos: los microbios. Ni Galeano ni Semmelweis sabían de la existencia de estos microorganismos, por eso sus recomendaciones no se tomaron en serio hasta ese momento, porque aunque funcionaban, hasta que se conoció la teoría de Pasteur no sabían explicar por qué.

La producción de jabón se fue haciendo más sofisticada a partir del siglo IX, cuando en Marsella (Francia) y Savona (Italia) se fabricaba con grasas procedentes del aceite de oliva que se cocían lentamente mezcladas con cenizas. No mucho después se creó en España el jabón de Castilla que también se fabricaba con aceites vegetales, pero incorporaba la mejora de usar cenizas procedentes de la quema controlada de madera, así que la sustancia alcalina que producía la saponificación era mucho más pura, ayudando a obtener un jabón de mejor calidad.

En el siglo XIX la ceniza se sustituyó por uno solo de sus componentes: el carbonato de sodio, también conocido como "ceniza de sosa". Primero fue desarrollado por el químico Leblanc, y más tarde el proceso lo mejoró el químico Solvay, quien desarrollaría el método Solvay para su fabricación industrial. Desde ese momento, la producción de jabón dejaría de depender de la quema de maderas. La ceniza se sustituyó por carbonatos e hidróxidos, y las grasas se empezaron a escoger en función de su índice de saponificación, que es una medida indirecta de la longitud de los ácidos grasos presentes en los triglicéridos. Cuanto más cortos, como los de los aceites vegetales de palma o coco, mayor índice de saponificación y, por tanto, más adecuados para fabricar jabón. Si al alto índice de saponificación se le suma un ajuste correcto de las cantidades de álcali y grasa, y un aporte extra de calor a la reacción, se favorecerá la reacción completa de todos los ácidos grasos con el álcali. El resultado será un jabón de gran transparencia, lo que denota la pureza de su composición.