Hace unos días, la compañía Coca Cola retiró del mercado europeo varios lotes de refrescos como Sprite o Fanta por la presencia excesiva de cloratos. Esta sustancia fue detectada durante los controles de calidad de la planta de producción de Gante, en Bélgica, desde donde alertaron a la agencia de seguridad alimentaria del país para proceder a identificar y retirar los productos contaminados que llegaron a distribuirse en Bélgica, Países Bajos, Alemania, Reino Unido, Francia y Luxemburgo. La compañía ha aclarado que ninguno de los lotes contaminados llegó a España.

El clorato detectado es un subproducto de desinfección del agua (DBP). Esto significa que es una sustancia que se puede producir durante los procesos de tratamiento de aguas. Para fabricar refrescos se usa agua potable. En muchas industrias son ellos los que se encargan del tratamiento de aguas para la fábrica, en ocasiones también se encargan de tratar las aguas que abastecen a la localidad. También hay fábricas que usan directamente el agua de la traída, previamente tratada en la potabilizadora de la zona y que, en ocasiones recibe un postratamiento en la fábrica de refrescos.

El tratamiento de aguas tiene varias etapas: cribado, coagulación, floculación, sedimentación, filtrado, corrección de pH, cloración… Todas ellas destinadas a obtener agua potable, apta para el consumo, a partir de agua procedente de fuentes diversas (ríos, lagos, etc.). La etapa más relevante del tratamiento es la cloración del agua. La cloración permite destruir microbios patógenos como los causantes del cólera, el tifus, la disentería o la polio. Por eso, la cloración del agua ha sido el avance en salud pública más importante de la historia.

La cloración consiste en añadir cloro al agua a tratar. El cloro se puede añadir en diferentes formatos: hipoclorito, cloro gas, etc. Todas estas sustancias son muy oxidantes, por lo que destruyen la membrana celular de los microbios que pueda haber en el agua; destruye las proteínas de superficie e incluso puede alcanzar y destrozar el material genético de los microorganismos, dejándolos completamente impedidos.

Cuando se añade cloro al agua en forma de hipoclorito, este se descompone de dos maneras: formando cloruros y oxígeno, y formando cloratos. Hay que controlar que la cantidad de cloratos no exceda un límite para que se siga considerando segura para el consumo. El límite está en 700 µg/L. La existencia de este límite se debe a que una ingesta excesiva de cloratos puede afectar a la salud, ya que inhibe la correcta absorción de yodo de la glándula tiroides, y también es capaz de dañar los glóbulos rojos, que son las células encargadas de transportar el oxígeno en la sangre.

No obstante, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha realizado un análisis independiente de los lotes de refrescos afectados y ha concluido que, aunque los niveles de cloratos están por encima de los límites aceptables, el riesgo para los consumidores es mínimo. Habría que consumir cantidades imposibles de refresco para que el clorato tuviese un efecto apreciable en la salud. Aun así, por principio de precaución, la compañía Coca Cola mantuvo la retirada de todos los productos de los lotes posiblemente afectados (que se encuentran entre los códigos 328 GE y 338 GE que figuran en el dorso de las latas y en la parte baja de las etiquetas de las botellas de vidrio y PET).

La cantidad de cloro que se añade al agua para tratarla se recalcula constantemente para ajustarse a las necesidades del agua a tratar. Tanto quedarse cortos como pasarse podría acarrear problemas sanitarios, por eso siempre se añade la cantidad exacta necesaria: suficiente para liquidar los microbios patógenos y sin resultar perjudicial para el consumo humano. Este equilibrio es fácil de mantener, entonces ¿por qué se produjo clorato en exceso en la fabricación de refrescos? Hay varias posibilidades:

Si el agua a tratar contenía más materia orgánica de lo normal se puede producir más clorato del esperado. Otra posibilidad es que el agua tratada se hubiese almacenado durante demasiado tiempo, lo que puede provocar que se produzca más clorato. También pudo ser un problema de mantenimiento de la temperatura, ya que el aumento de temperatura induce a la formación de cloratos. Otra posibilidad es que la contaminación tuviese un origen externo, el más común es que el agua a tratar arrastrase fertilizantes potásicos que contribuyesen al aumento de cloratos en el agua. De momento no se ha hecho público cuál ha sido el error, así que podría ser cualquiera de estas posibilidades.

Hay varias maneras de evitar la formación de cloratos. La principal consiste en medir. En las plantas de tratamiento de aguas se toman medidas constantemente en varios puntos del proceso para garantizar que todo está funcionando correctamente y que el agua obtenida al final es completamente segura para el consumo. Para evitar que se formen cloratos en exceso durante el proceso, uno de los métodos es reducir la cantidad de materia orgánica con la que llega el agua a tratar. Esto se consigue incorporando procesos terciarios al tratamiento como la ultrafiltración o el uso de carbón activo. Mantener el pH del agua debajo de 8 también ayuda a mantener los niveles de cloratos. Evitar tiempos de almacenamiento largos del agua tratada, también minimiza la formación de cloratos. Otra manera consiste en usar hipoclorito fresco para la cloración, o que no haya estado almacenado previamente durante mucho tiempo; de hecho, en algunas plantas de tratamiento el hipoclorito se fabrica in situ por conversión electrolítica de salmueras. Cuando el control de cloratos es difícil de mantener, también se puede optar por usar otros oxidantes no clorados (en este caso se ven afectados los costes, los tiempos de tratamiento, y el tipo de subproductos de desinfección formados).

Hay varios aprendizajes que podemos extraer de este episodio. Uno de ellos es que los sistemas de alerta sanitaria funcionan, permiten detectar, localizar y retirar productos presumiblemente contaminados con rapidez. Otro aprendizaje, el de más calado, es apreciar la importancia de la cloración del agua, una vez más. Se calcula que desde 1919, cuando la cloración del agua comenzó a extenderse, se han salvado más de 200 millones de vidas. Sin embargo, a pesar de llevar más de un siglo clorando el agua, no se ha conseguido que esta solución tan eficaz, fácil de aplicar y económica llegue a todo el mundo: la escasez de agua potable es la causa principal de enfermedades en el mundo. Unos 4.500 niños mueren a diario por carecer de agua potable y de instalaciones básicas de saneamiento.