Existe un día internacional contra los alimentos transgénicos, lo que resulta tan absurdo como que exista un día contra la salud, contra el medioambiente o contra el acceso a los alimentos. El posicionamiento opuesto a los transgénicos, liderado por algunas organizaciones supuestamente ecologistas, no está basado en hechos científicos, pero ha infundido una falsa idea de conciencia medioambiental y ha convencido al 25 % de la población española de que su consumo es perjudicial para la salud.
Antes de entrar en materia es importante distinguir dos términos que a menudo se confunden: transgénicos y organismos modificados genéticamente (OMG). Todos los seres vivos contienen ADN en sus células, incluyendo las plantas y sus frutos. Este material genético es como un manual de instrucciones en el que está escrito cómo es cada ser vivo, así que alterarlo podría cambiar algunas de sus cualidades. La disciplina científica que se dedica al estudio de las modificaciones del ADN es la ingeniería genética. Los transgénicos son aquellos organismos cuyo ADN ha sido alterado para introducir genes de otras especies, mientras que los organismos modificados genéticamente (OMG) pueden incluir modificaciones que no necesariamente provienen de otros organismos, sino que son alteraciones del propio material genético de la especie. A menudo, el término "transgénico" se usa como sinónimo de "modificado genéticamente", pero no todos los OMG son transgénicos.
Las modificaciones genéticas no son algo nuevo, sino que se han hecho a lo largo de toda la historia de la agricultura, solo que se hacían de otra manera y sin tanto conocimiento científico. Los tomates, los plátanos y las zanahorias actuales apenas se parecen a sus versiones originales. Hace miles de años los tomates eran pequeñas bayas de un rojo pálido, los plátanos se comían con gran dificultan porque estaban llenos de semillas duras, y las zanahorias eran delgadas y de un color blanquecino. Sin embargo, la agricultura ha ido transformando estos alimentos para mejorar sus características: mayor tamaño, mejor sabor, mejor aspecto, mayor resistencia a plagas o mejor adaptabilidad al clima. Los agricultores han utilizado métodos como la hibridación, que consiste en cruzar diferentes variedades de una misma especie para obtener nuevas variedades con mejores propiedades. También se ha recurrido a la exposición de las plantas a radiación para generar mutaciones en el ADN que dieron lugar a nuevas características. Estas técnicas, aunque efectivas, tienen un alto grado de incertidumbre y, en muchos casos, pueden generar resultados imprevistos o no deseados, ya que no se controla con precisión el cambio genético que acarrean.
Aquí es donde la ingeniería genética marca la diferencia en la agricultura. A través de la modificación directa del ADN de una planta, es posible introducir cambios específicos, sin los riesgos de mutaciones aleatorias de las técnicas antiguas. Los alimentos transgénicos, como el maíz Bt o el arroz dorado, son ejemplos de cómo esta tecnología ha permitido crear cultivos más resistentes, con menores impactos medioambientales y con beneficios claros para la salud.
Uno de los mayores beneficios de la ingeniería genética en la alimentación es el impacto positivo que puede tener en la salud humana. Los avances científicos permiten la creación de alimentos enriquecidos con nutrientes esenciales. El ejemplo más claro de esto es el arroz dorado, un arroz genéticamente modificado para producir betacaroteno, un precursor de la vitamina A. Este arroz fue desarrollado para combatir la ceguera infantil en países en desarrollo, una enfermedad que afecta a millones de niños debido a la falta de vitamina A en su dieta. Aunque el arroz dorado podría haber sido una solución vital, las campañas en contra de los alimentos transgénicos perpetradas por algunas organizaciones —mal llamadas— ecologistas impidieron su implementación, condenando a muchos niños a sufrir consecuencias irreparables. Otros desarrollos como las patatas resistentes a las enfermedades o el tomate enriquecido con licopeno, también se han visto frenados por la oposición irracional a los OMG, a pesar de sus claros beneficios potenciales.
Los beneficios de los transgénicos no se limitan solo a los alimentos. Uno de los ejemplos más conocidos es la producción de insulina. Antes del desarrollo de esta tecnología, la insulina se extraía de los páncreas de animales, lo que conllevaba riesgos y limitaciones. Hoy en día, la insulina recombinante producida por microorganismos genéticamente modificados es una solución segura y eficaz para los pacientes diabéticos de todo el mundo. Otros productos derivados de la ingeniería genética incluyen vacunas, proteínas terapéuticas y, sobre todo, tratamientos para enfermedades raras para las cuales la ingeniería genética suele ser la única opción.
Además de mejorar la salud, la ingeniería genética juega un papel crucial en el cuidado del medioambiente. Al modificar genéticamente las plantas para hacerlas más resistentes a enfermedades, plagas y condiciones climáticas adversas, se reduce la necesidad de pesticidas y fertilizantes. Esto no solo supone un gran ahorro, sino que disminuye la potencial contaminación del suelo y el agua, pero es que además también mejora la biodiversidad al evitar la alteración de los ecosistemas. Los cultivos transgénicos como el maíz Bt, que resiste el ataque de ciertas plagas, son un ejemplo de cómo se puede minimizar el uso de fitosanitarios al mismo tiempo que se protege la flora y fauna autóctonas.
El potencial de la ingeniería genética para adaptar los cultivos a las nuevas condiciones climáticas es vital para luchar contra el calentamiento global. Los cultivos más eficientes —menos suelo y recursos para obtener el mismo alimento— tienen una menor huella hídrica y de carbono. Al mejorar la productividad agrícola, los OMG también pueden contribuir a reducir la escasez de alimentos, logrando que suelos que se han vuelto infértiles a causa de sequías o inundaciones recurrentes puedan recuperar su uso agrícola. Estos cultivos pueden ser la clave para alimentar a una población mundial creciente, aumentando el acceso a una alimentación más segura y sostenible.
A pesar de los prejuicios, hay cultivos transgénicos que afortunadamente han sido aprobados por la Unión Europea, una de las regiones más estrictas en cuanto a la regulación de organismos modificados genéticamente. Ejemplos de alimentos transgénicos aprobados en Europa incluyen el maíz Bt, el maíz MON810 (resistente a insectos) y la soja resistente al herbicida glifosato. Aunque la legislación europea ha sido cautelosa, la investigación y la evidencia científica han demostrado que estos productos no presentan riesgos para la salud humana y que su uso puede ser una herramienta valiosa para que la agricultura sea cada vez más sostenible.
Las principales autoridades científicas, como la Organización Mundial de la Salud y la Academia Nacional de Ciencias, respaldan el uso de transgénicos, señalando que no existen pruebas que indiquen que los alimentos modificados genéticamente sean peligrosos para el consumo humano ni para el medioambiente. En 2016, más de cien premios Nobel pidieron en una carta pública dirigida a Greenpeace el cese de sus campañas contra los alimentos transgénicos. La última frase de la carta es un buen resumen: "¿Cuántos pobres tienen que morir en el mundo antes de que lo consideremos un crimen contra la humanidad?".
La oposición a los transgénicos es una oposición al progreso, al conocimiento y a la vida. Sin embargo, sus promotores disponen de una desproporcionada maquinaria publicitaria que difunde miedos infundados. Cada individuo con miedo se convierte en un nuevo altavoz propagandístico. En este caso, la promoción del miedo y del desconocimiento trae consigo socios, cuotas y hasta subvenciones, así que hay un importante interés económico detrás. A pesar del ruido, la ciencia sigue trabajando para crear un mundo más justo y sostenible en términos sociales, económicos y medioambientales. Por eso es tan importante poner el conocimiento científico al alcance de toda la sociedad, para que lo bueno no se frene por miedos injustificados.