Paseando por las calles en las que mi abuela se crio, una mujer se para ante mí, asombrada.
—Estoy viendo a Nía de joven. Eres como viajar en el tiempo.
Efectivamente soy nieta de Nía. Sé que me parezco a ella, pero no sabía hasta qué punto. Hasta el punto de la confusión.
Sin embargo, en las fotos en las que mi abuela tenía mi edad, ella parece mucho mayor que yo. En parte es por la ropa y el pelo corto que se ponían las mujeres casadas de la época. Me parezco más a la Nía de veinte años que a la de treinta. Es algo que nos pasa a todos al contemplar las fotos de nuestros antepasados, que nos vemos más lozanos que ellos.
La realidad es que nos conservaremos mejor que nuestros abuelos. Envejeceremos con mejor forma física y mayor rendimiento intelectual. Esa es la conclusión a la que se ha llegado en los estudios que han comparado a más de 500 hombres y mujeres de 75 y 80 años nacidos con 28 años de diferencia.
Los participantes de la primera cohorte nacieron en 1910 y 1914 y fueron evaluados entre 1989 y 1990. Los participantes de la segunda cohorte nacieron en 1938 o 1939 y 1942 o 1943 y fueron evaluados en 2017–2018. En el estudio en el que se comparó el rendimiento físico máximo, los participantes de la segunda cohorte resultaron ser significativamente más veloces, más fuertes y flexibles. La velocidad al caminar, la fuerza de prensión y la fuerza de extensión de la rodilla se duplicaron.
En el estudio en el que se comparó el rendimiento cognitivo, los participantes de la segunda cohorte obtuvieron mejores resultados. Los nacidos más tarde tenían más fluidez verbal, reaccionaban con mayor rapidez y obtuvieron mejores resultados en los ejercicios numéricos.
El aumento generacional del rendimiento intelectual es algo que se conoce como efecto Flynn: para personas mayores de la misma edad, los nacidos más tarde superan a los nacidos antes en cuanto a capacidades cognitivas. Los últimos análisis sugieren un aumento anual continuo y constante del cociente intelectual en las nuevas generaciones.
No obstante, estudios recientes apuntan a un posible fin de la progresión del efecto Flynn que comenzaría a notarse a partir de la década de 1990, obteniendo por primera vez resultados de rendimiento intelectual peores que sus antecesores. La Organización Mundial de la Salud señala los factores ambientales, entre ellos la contaminación del aire, como uno de los posibles responsables de la disminución de la inteligencia.
La calidad de vida y la esperanza de vida han ido en aumento en los países civilizados. Gozamos de mejor salud que nuestros antepasados. Esto ha sido así gracias a los avances científicos y tecnológicos. Desde nuevos fármacos y tratamientos, hasta todo lo que concierne a la seguridad alimentaria. Tenemos acceso a más alimentos, más seguros, variados y con mayor calidad nutricional que nunca. La atención médica también es más accesible y mejor que en el pasado. Tenemos más recursos para hacer frente a las enfermedades, y más medios para evitar su propagación, desde las vacunas hasta la cloración del agua.
Nuestro aspecto también luce más joven que el de nuestros antepasados, sobre todo porque se ha ido limitando la exposición solar, principal causante de arrugas y manchas de la piel. La mejora de la higiene y la cosmética también han contribuido a ello.
Tener mejor salud que las generaciones anteriores podría explicar la progresión de la capacidad intelectual. También la heterosis, asociada a la reducción histórica de las relaciones endogámicas. Sin embargo, el factor determinante es la formación. Hay una relación clara entre los años dedicados al aprendizaje de cada generación y su capacidad cognitiva. De hecho, al comparar grupos de diferentes generaciones, pero con un nivel de estudios similar, las diferencias en el rendimiento intelectual se vuelven mínimas. Así que, poder estudiar más ha incrementado nuestras habilidades intelectuales.
El nivel de formación y la salud mantienen una relación sinérgica. Gozar de salud propicia el desempeño cognitivo, pero también ocurre a la inversa. Las personas con mayor nivel de estudios suelen tener hábitos de vida más saludables. Además, los países en los que la población puede estudiar durante más tiempo también suelen contar con mejores servicios sanitarios.
Es indudable que el progreso científico ha sido clave para que hoy estemos más lozanos que nunca. Entendiendo lozanía como salud y juventud. Sin embargo, la percepción de la gente de los beneficios que aporta la ciencia ha ido descendiendo a lo largo de las últimas décadas. Según las encuestas, solo el 45,9% de los españoles cree que los beneficios de la ciencia y la tecnología son mayores que sus prejuicios.
Esta tendencia de percibir la ciencia más como una amenaza que como una fuente de bienestar comenzó a gestarse entre los años setenta y ochenta. Hasta alcanzar en los últimos años la cota más alta desconfianza. Tengo varias conjeturas para explicar esta deriva, que compartiré en este espacio en entregas posteriores. Desde el descubrimiento del impacto medioambiental del desarrollo industrial, accidentes y errores del sector científico que tuvieron graves consecuencias a finales del siglo XX, hasta la inverosímil tendencia de la divulgación de descalificar la actividad científica, haciendo ganar más protagonismo a sus sombras que a sus luces. No obstante, la percepción y los hechos van por caminos opuestos. La ciencia es, sin lugar a duda, fuente de bienestar. Si hoy somos más lozanos que nunca es sobre todo gracias al progreso científico y tecnológico.