Vandalizar el arte en nombre del clima es estúpido porque acabarán dañando sin remedio alguna obra, están escogiendo un enemigo equivocado y restando credibilidad a la lucha contra el cambio climático, convirtiendo una causa noble en mero espectáculo.
El pasado domingo 23 de abril dos activistas de la organización Letzte Generation lanzaron puré de patatas a una obra de Claude Monet de la serie Les meules en el Museo Barberini de Potsdam. El 9 de octubre, dos activistas de la organización Extinction Rebellion pegaban sus manos en el cuadro Masacre en Corea de Pablo Picasso expuesto en el National Gallery of Victoria de Melbourne. El 14 de octubre, dos activistas de la organización Just Stop Oil lanzaban salsa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres a grito de "¿Qué tiene más valor, el arte o la vida?", "¿Qué te preocupa más, la protección de un cuadro o la de nuestro planeta y las personas?".
Las consignas de la protesta plantean falsas dicotomías. La protección del arte y la protección del medioambiente no son excluyentes, la consideración de lo uno no implica la desconsideración de lo otro.
Afortunadamente las tres obras de arte estaban protegidas con vidrio o metacrilato y ninguno de los actos vandálicos causaron daños irreparables. Los protagonistas reconocieron que no era su intención dañar las obras, solo usarlas para llamar la atención sobre el cambio climático. No obstante, ¿hasta qué punto conocían los activistas el grado de protección de estas obras de arte y cómo les afectaría el ataque? Dudo que hayan hecho un estudio pormenorizado acerca de la conservación de estas obras. El pegamento se puede llevar por delante pinturas y barnices, la salsa de tomate puede teñir un lienzo con los carotenos o disolver un óleo con su acidez, el almidón de la fécula de un puré de patatas puede endurecer el tejido de un lienzo o volver quebradizo el papel.
El pasado 5 de octubre también hubo un ataque en mi ciudad A Coruña, perpetrado por la organización Greenpeace. Varios activistas estuvieron colgados durante más de dos horas de la fachada de la Casa Molina, obra del arquitecto Rafael González Villar. El edificio de 1915 tiene un gran valor arquitectónico, combina los estilos modernista y ecléctico, cuenta con ornamentos como guirnaldas y florones inspirados en la vegetación. En la actualidad el edificio está siendo sometido a trabajos de restauración. Los activistas aprovecharon los andamios instalados en la fachada para colgar una pancarta de protesta contra el MidCat. Por suerte el edificio no sufrió daños.
Aunque ninguna obra fue irremediablemente dañada, si estos actos vandálicos continúan, es cuestión de tiempo que alguien cometa un error. Ya ha sucedido en el pasado. La ronda de noche de Rembrandt fue acuchillada en 1911 llevándose por delante parte del barniz del cuadro, en 1990 una persona le lanzó ácido. A la Venus del Espejo de Velázquez le asestaron en 1914 siete cuchilladas. La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista de Leonardo da Vinci fue atacado con pintura roja en 1962 y en 1987 recibió un disparo. En 1974 escribieron con pintura roja "Kill Lies All" sobre el Guernica de Picasso cuando estaba en el MoMa de Nueva York. El Danae de Rembrant fue acuchillado y rociado con ácido sulfúrico en 1985 en el Museo Hermitage de San Petersburgo; se tardaron doce años en restaurarlo. En 2003 pintaron con rotulador La libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix. En 2007 asestaron un puñetazo a Le pont d'Argenteuil de Claude Monet dejándole una raja de diez centímetros. En 2007 besaron un cuadro de Cy Twombly y lo dejaron manchado de carmín. En 2006 pegaron un chicle en La Bahía de Helen Frankenthaler. El mismo año la escultura de porcelana Fontaine de Marcel Duchamp fue atacada a martillazos en el Centro Pompidou en París causando un descascarillado irreparable. La mayoría de estos ataques se hicieron en nombre de una reivindicación política. Usaron el arte como escaparate, pero el resultado fue que las reivindicaciones quedaron en segundo plano o, aun peor para ellos, su causa perdió todo el crédito. Para la opinión pública, atacar el patrimonio cultural convierte a los activistas en terroristas.
Los últimos cuadros atacados, conocidos mundialmente por todos, están siendo utilizados como escaparate para una causa que no les corresponde. Aunque esos cuadros están expuestos al alcance de cualquiera en los museos, para algunos representan el objeto de las élites. Los atacan porque representan el poder. Para las miradas de corto alcance el arte es solo eso. Para el resto, el arte es cultura. Por eso vandalizar obras de arte despierta más rechazo que conciencias, porque es un ataque contra lo que somos.
El lugar de utilizar el arte como diana de las protestas climáticas, el arte ha servido como aliado para la causa ecologista. Existen numerosas obras de arte de protesta sobre el cambio climático. Está la famosa escultura El invernadero rojo de Patrick Hamilton de 2021, que es un invernadero de metacrilato de color rojo en el que se puede entrar; la Campaña electoral de Isaac Cordal de 2011 en la que un grupo de políticos discuten sobre el calentamiento global mientras el agua les ahoga; o la instalación Ice Watch de Olafur Eliasson de 2014 que consistió en treinta enormes bloques de hielo de Groenlandia que se colocaron en las calles de Londres hasta que se derritieron. Sin embargo, una de las imágenes que más influencia tuvo sobre la conciencia ecologista fue una fotografía titulada Earthrise (el amanecer de la Tierra). En 1968, en la misión espacial Apolo 8, se tomó la primera fotografía en color de la Tierra desde el espacio. Aquella foto y aquellos días supusieron para la humanidad una suerte de efecto perspectiva colectivo. Probablemente Earthrise sea la foto medioambiental más influyente jamás tomada. Esa foto conllevó el nacimiento de los primeros movimientos ecologistas; la gente se dio cuenta de que vivimos en un planeta frágil y que es necesario protegerlo.
Por todo esto, vandalizar obras de arte es elegir el enemigo equivocado. Además, genera más rechazo que simpatía. Además, responde a una asociación estúpida. Se está usando el precio estimado de las obras de arte atacadas para señalar que los actos vandálicos no son contra el arte, sino contra el poder. Qué grave es confundir precio con valor.
Este es el peligro de frivolizar sobre el cambio climático. En lugar de ofrecer información cierta, clara y proporcional, todo se convierte en espectáculo. Es cierto que el cambio climático tiene una importantísima lectura en clave socioeconómica. Por un lado, vivir sin sentimiento de culpa medioambiental es caro, solo está al alcance de quien se puede permitir el coche eléctrico, los paneles solares en el tejado, el televisor OLED y la lavadora con clasificación energética triple A. Por otro lado, los efectos del cambio climático no solo se notarán en las temperaturas, las sequías y los eventos climáticos extremos, sino que el golpe más sonado para nuestras vidas está siendo el económico. Lo que no han entendido estos activistas climáticos es que el problema no es el precio de estas obras de arte, el problema es el precio de la cesta de la compra.