Nuevo batacazo de la economía española. 44.436 desempleados más a sumar en febrero, lo que contabiliza un total de cuatro millones de parados. Los peores datos se corresponden a servicios.

La hostelería se descalabra un mes más con una caída del 2,6%. Lógico en un país de monocultivo con un peso enorme del turismo, principal industria del país. Y los datos podrían ser catastróficos si sumáramos los trabajadores pendientes de un ERTE, más de 900.000. En total 5,5 millones y medio de españoles sin empleo activo. Cerca de aquellos datos de pesadilla en lo peor de la anterior crisis, con tasas de paro del 27% y seis millones de españolitos en el dique seco hace tan sólo ocho años. No aprendimos nada de aquel leñazo y estamos condenados a repetirlo.

El único sector que aguanta estable los cierres y aperturas de las Comunidades y terrazas de ambiente es la industria, que permite reducir el desempleo en las Comunidades que no lo apuestan todo a una carta: la del ocio. Es el caso de Euskadi, que mantiene su apuesta por la industria y el I+D, con inversiones cercanas a la media europea, es decir, a años luz de la media española.

Nuestra economía es más de alicatar la costa y poner tapas a los europeos del norte, los que fabrican cosas y atesoran sedes de multinacionales, los que gozan de salarios altos y trabajaos estables, los que persiguen la economía sumergida y no lapidan fortunas en levantar aeropuertos cada cien kilómetros y centros de congresos en cada cabecera de comarca.

España tiene ahora 600.000 empleos industriales menos que en 2007. Y la industria es motor de crecimiento. Sinónimo de empleo de calidad, competitivo y estable. Pero España y sus gobernantes hace décadas que apostaron por el sector terciario: empleos de temporada, muchos sin cualificación, inestables, mal pagados y con poco futuro. Y por supuesto con una conciencia de clase y capacidad de lucha por sus reivindicaciones muy mermada. Cerrar una cadena hostelera es fácil y no da los quebraderos de cabeza que proporciona tocarles las gónadas a los operarios de una acería en Barakaldo o un astillero en Ferrol. Los trabajadores de la industria aportan mucho valor añadido, y saben defender sus derechos.

Todos los gobiernos claman por un cambio del modelo productivo español, más volcado hacía la industria, pero ninguno ha apostado decididamente por ello. No hay planes ni conocimiento. No hay cultura industrial fuera de dos o tres zonas alejadas de Madrid, como Euskadi, Asturias o La Rioja y nuestros cortoplacistas gobernantes nunca se han tomado en serio este sector económico que genera riqueza y trabajo de calidad.

El sector pierde fuerza, y con él el peso de nuestro país, condenado salvo milagro a ser el bar de nuestros vecinos ricos.

En este páramo industrial levantado con el esfuerzo de los sucesivos gobiernos, hay algún motivo para la esperanza.

El astillero de La Naval, el mayor de Euskadi, especializado en grandes buques dotados de compleja tecnología, con más de un siglo botando navíos, estaba condenado a desaparecer. Una mala gestión parecía laminar una empresa con futuro y notable cartera de pedidos. El astillero quebró hace unos años y los buitres de las promociones ya sobrevolaban sus instalaciones para levantar allí promociones de colmenas y centros comerciales que sólo contribuirían a inflar la próxima burbuja sin jóvenes que puedan hipotecarse en ellas. Sobre la bocina ha aparecido la oferta de un empresario del sector para volver a construir barcos y mantener los golosos terrenos frente a la ría dedicado a la industria. Lo que viene ocurriendo allí hace siglos.

Generando riqueza y prosperidad. Si el proyecto cuaja estoy seguro de que mis vecinos de la margen izquierda sabrán aprovechar esta nueva oportunidad.

Otro caso es de SEAT en Martorell. Allí un grupo de inversores locales y extranjeros apuesta por invertir en una zona donde otras empresas llevan años levando anclas. Y lo triste, mediocre, egoísta y populista es que el Govern no acuda al anuncio de importantes inversiones porque está Felipe VI en la fábrica. Señores, un inversor alemán al que nuestras cuitas le importan un huevo de pato va a poner pasta donde Nissan se la llevaba hace un año. Disimulen y hagan como si los trabajadores de SEAT les importaran algo y acudan al acto. El teutón ha apostado decididamente por su región e invita a todas las administraciones, hagan un esfuerzo por el bienestar de una zona vapuleada y bájense un momento del coche oficial para trabajar. Dejen el postureo para la rueda de prensa durante el informativo. No vaya a ser que tedesco flipe con su falta de seriedad y se lleve los coches eléctricos a Cracovia. O a Fuenlabrada, que les jodería más. ¿O es que si consiguen la independencia pretenden vivir de la exportación de calçots? Luego ya si quieren, báñense en hidrogel.