Mientras 'Le Monde', por no citar otros medios europeos y americanos, calificaba el acuerdo europeo para la reconstrucción de "histórico" y se atrevía a afirmar que "la UE es ahora un Estado"; mientras desmentía la presunta laboriosidad del norte europeo, frente al ocioso sur, en España, la prensa patriotera se las gastaba de manera sinfónica en otras cosas.
Tiempo de noticias cefalópodas, tintas oscurecedoras de las tropelías de Juan Carlos, de las implicaciones e inacción de Felipe; la prensa sinfónica se afanaba en encontrar a Fernando Simón en calzonas, dineros iraníes regando a Podemos y algún punto del articulado del acuerdo de la UE -interpretado a la carta por uno u otro voluntarioso economista de cámara- que ensombreciera, con exigencias inconfesables, la brillantez de lo logrado por el Gobierno de coalición.
La justicia poética ha querido hacer coincidir -la prensa así lo ha resaltado- otras efemérides europeas con la firma histórica para que, con el protagonismo indudable de Pedro Sánchez y Giuseppe Conte, pudiéramos celebrar el 95 aniversario de Jacques Delors, el europeísta y socialista que inició la pelea por la mutualización de la deuda. Y también, el 76 aniversario del día en que un militar demócrata alemán, Claus Schenk Graf, intentara acabar con la vida de Adolf Hitler, antieuropeo nazi, genocida y liberticida.
Mientras en España la prensa sinfónica se afanaba en suavizar el trompazo de la derecha radical española en la UE, su ridículo más espantoso, y en recibir a Sánchez a golpe de caceroladas editoriales y basura opaca, el Parlamento italiano en pie brindaba una ovación a Giuseppe Conte por el éxito en Europa.
La astracanada de Pablo Casado y su grey ultra, incluida la mediática, ha dejado tirada la reputación de la derecha española en la UE, incluido entre sus iguales europeos, para tiempo. La teatralidad exagerada no ha pasado desapercibida, y así, en medios europeos, no ha podido ser considerada menos que traición a los intereses de España. Y catetada.
En Italia, 'campanilismo' es ese fenómeno político consistente en no ver ni entender más allá de donde llega el tañido del campanario de tu pueblo. Los dirigentes de la derecha radical española han ido a Flandes como si fueran Tercios, pero a luchar de lado naranja, perdidos por no oír ya tañer el badajo de su campanario cortesano. Y, claro, han espantado a los propios holandeses, austriacos o daneses ante tanta entrega cateta. Los esperan para hacer frente al autoritarismo de los gobiernos de Polonia y Hungría. En anterior ocasión, contra los enemigos de los valores europeos, la derecha de Casado no estuvo.
Un amigo hizo la mili en el Sáhara y me contaba que la mayor diversión era salir con los demás reclutas y algún lejía a ver quién meaba más lejos, por eso de que "polla española no mea sola" y por ver qué verga era la mejor representante de la furia española urinaria.
El acuerdo ha llegado, por mucha desnaturalización que se intente. 140.000 millones son muchos, más que la distancia desde Casado al campanario que dirige la derecha española; más que la distancia récord alcanzada por el campeón de España de meada patriótica; y más, también, que la marca olímpica de lanzamiento vernáculo de aceituna, por muy entrenado que esté uno.