Estimado lector, enhorabuena si es usted un calamar, loligo vulgaris, porque la legislación le ampara. No está permitido que lo pesquen con luces. Están prohibidas excepto las necesarias en cubierta. Pero si, hombre, mujer, es usted homo sapiens, mis condolencias y solidaridad como congénere: no estamos protegidos. Nos cazan con luces.
Las ciudades ya están preparadas, de momento con luces apagadas, para recibir el cardumen consumista. La competición cateta ya ha comenzado ¿quién ganará estas Navidades? La amenaza del virus apenas cuenta, algunos políticos se preocupan por usted para garantizarle que podrá asistir a ese ritual consumista que cada año dura desde el puente de la Constitución hasta Reyes.
De esa manera, podrá comprar el pavo, los mantecados, el alcohol y, de camino, unos botines para el niño, el móvil para la niña y que no falte la batamanta para la suegra. Y qué más, después de lo necesario, durante un mes.
Pues, vueltas y vueltas, comidas de empresas -se dice en Sevilla que hay más comidas de empresa que empresas-, de amigos, de antiguos alumnos y tanto más. Se trata de consumir como ritual, pero no ya como ese desperdicio constructivo; la parte maldita, a la que se refería Georges Bataille, sino como una rutina iluminada para dar de comer al monstruo .
Esa Navidad es la que hoy está en peligro, por la que se pelea frente a los intereses sanitarios de la gente. Para nada el espíritu navideño de los cristianos conmemorando el nacimiento de su dios, ni la fraternidad de los ateos demostrada entre semejantes o familiares. "Los escaparates esperan el día que servirán al esplendor de un siniestro industrial", escribía Bataille.
Te dirán, sin embargo, que es tu derecho. Claro, y que sirve para dar muchos jornales, también. Jornales precarios, de explotación temporal y de consumo desenfrenado e inútil que luego hay que pagar en meses posteriores -en tiempos de ERTE- ,como las consecuencias para la salud a golpe de dietas milagro.
Se han apoderado del significado de la alegría, los demás somos unos malajes porque queremos que los trabajadores puedan ser felices todo el año y que consuman como y cuando les dé la gana y cuanto puedan. Pero se trata de eso, de muchas luces para atraparte en el cebo, seducirte , sacarte las mantecas y, al mismo tiempo, hacerte cómplice de una felicidad que solo es patrimonio de ese "siniestro industrial".
Esa economía es la que defienden, la de eventos. Toca la Navidad, luego la Semana Santa, las ferias... Es nuestro derecho a divertirnos, celebrar la vida, pero no debería ser la trampa en la que se amparan políticos desaprensivos y empresarios aprovechados . Formamos parte de su plan, no somos calamares, y es una pena.
Bernardino de Sahagún, para explicar los ritos sagrados de sacrificios humanos en la America novohispana, decía que los hombres y las guerras fueron creados para que hubiera gente de la cual fuera posible obtener el corazón y la sangre para que el sol pudiera comer. La luz, ahora artificial, nos acerca a ese mito: al sol hay que darle de comer y aquí estamos los ingenuos consumidores para alimentarlo.