Hace ya varios años que venimos oyendo noticias sobre el semáforo nutricional Nutriscore: una etiqueta que pretendía ser de implantación obligatoria en España y que prometía ayudar a hacer mejores elecciones en nuestra cesta de la compra para conseguir una dieta más saludable.
Este sistema, parecido al semáforo nutricional, calificaba a los alimentos en cinco colores y letras, de la A en color verde, hasta la E en color rojo, en función de su composición nutricional. Concretamente según su contenido en calorías, grasas, azúcares, fibra, proteínas y sal. De manera que los alimentos con tonalidades verdes serían, presuntamente, mejores para conseguir una buena alimentación, mientras que los colores rojos deberían ser de un consumo más esporádico para no desequilibrar nuestra dieta.
Un sistema no exento de polémica y que, como todo lo que ha intentado simplificar las elecciones de alimentos en nuestra cesta de la compra, finalmente no ha acabado de cuajar y ha acabado en solamente buenas intenciones. Con el anterior sistema de puntuación hemos visto cómo se puntuaba el aceite de oliva con un color ambar, o como alimentos ultraprocesados conseguirían un sello verde. Situación que no ha pasado desapercibida para los dietistas-nutricionistas y expertos en alimentación que ponían el grito en el cielo.
Sus defensores matizaban: este sistema servía para hacer elecciones entre alimentos de una misma categoría, y no entre categorías diferentes de alimentos. Es decir, para comparar galletas con galletas, o patatas fritas con patatas fritas. Aun así, el sistema era objeto no hace tanto de una reformulación de su fórmula de puntuación, especialmente después de ver cómo puntuaba alimentos como el aceite de oliva virgen extra.
Parece que no fue suficiente ya que, según recogen varios medios, la Organización de Consumidores y Usuarios indica que un comité científico ha actualizado la forma de puntuación para los alimentos sólidos, cambiando el sistema para puntuar mejor los alimentos con mayor presencia de fibra y proteínas, y penalizando en mayor medida la presencia de azúcar y sal. Dicho de otra manera, poniendo más trabas en el camino de los ultraprocesados para conseguir un color verde y una calificación 'A'.
Esto supone cambios como que, para el aceite de oliva, se calificará con una B verde en lugar de una C ambar. O que para los frutos secos y semillas oleaginosas pasarán a ser valoradas según criterios del grupo de las grasas en lugar de frutas y verduras. También se verán beneficiados los productos a base de cereales 100% integrales.
Parece que este nuevo algoritmo del etiquetado estaría disponible y listo para finales de este año, dando un periodo de transición para los fabricantes, de tal manera que puedan adaptarse al cambio.
A nivel nutricional cabe preguntarse si este cambio será suficiente, porque seguimos sin salvar la barrera de comparación entre alimentos de diferentes grupos. O de si las "trampas" seguirán funcionando. Nos referimos a algo tan fácil como: un alimento que es rico en azúcares sencillos o sal, al añadirle fibra y proteínas, podría llegar a mejorar su calificación. Básicamente, lo que ha venido sucediendo todo este tiempo.
El problema sigue siendo el mismo: el nutricionismo. Dicho de otra manera, el fijarse y valorar los nutrientes y no el alimento en su conjunto, el aporte que hace a todos los niveles, desde su densidad nutricional, hasta su ración recomendada de consumo según criterios científicos, y no tanto según la ración recomendada por el fabricante. Porque el sistema sigue manteniendo la valoración por 100 gramos de alimento. Hecho que siempre jugará en contra del aceite de oliva virgen extra. Que por muy cardiosaludable que sea, nunca se consume ni se recomendará consumir 100 gramos cada día.
Volvemos a intentar simplificar algo que debe verse bajo una óptica holística y que intervienen muchos más factores que simples cantidades de calorías y nutrientes.