Nuestra alimentación está llena de costumbres que son el sumatorio de las que hemos heredado por tradición y las que hemos creado nosotros. Rutinas que componen nuestra forma de entender cómo tenemos que comer y cómo es la mejor manera de hacerlo. Y de éstas, unas corresponden simplemente a hábitos, ya sea por manías personales o nuestro ritmo de vida, y otras que están fundamentadas por creencias.
Hasta hace no mucho costó quitar como verdad universal aquello de que el desayuno es la comida más importante del día, o que debemos de comer 5 veces al día para estar sanos. Por no hablar del famoso “desayuna como un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo”. Y así, una gran cantidad de hábitos y dichos populares que componen nuestro imaginario de dieta ideal.
Entre ellos también se encuentra el postre. Un plato (o alimento) que se toma después de las comidas o las cenas y que parece que es esencial para haber hecho una toma completa. Algo que también parece que está relacionado con la indulgencia, que es un momento “dulce” y que “si no tomas postre, no has comido”
¿Es indispensable para seguir una dieta equilibrada? No. Aunque normalmente se recomiende consumir de postre fruta fresca y de temporada, o lácteos como los yogures enteros sin azúcar, la realidad es que una dieta puede ser perfectamente equilibrada sin necesidad de comer postre.
Pero debemos entenderlo bien: sí es fundamental tomar la fruta y es muy interesante nutricionalmente consumir lácteos enteros sin azúcar como el yogur, el queso fresco o la leche, además de leches fermentadas como el kéfir. Debemos tomar, como mínimo, 3 piezas de fruta fresca cada día, y se recomienda entre 2 y 4 raciones de lácteos de calidad también al día. Pero no necesariamente tiene que ser en forma de postre.
Incluso puede ser “perjudicial” si nos hemos quedado saciados con la comida y nos “forzamos” a comernos la fruta (o forzamos a comerla). Porque no pasa nada si en vez de al final de comidas y cenas, esas tres piezas de fruta aparecen en el desayuno, la media mañana, la merienda o como un snack entre horas. Y no hace falta obligarnos en se momento, que a lo mejor no tenemos hambre, a comerla sí o sí. Incluso consiguiendo que podamos llegar a rechazarla porque realmente no nos apetece.
Lo que si debe desaparecer es la creencia que el postre es un momento relajado, de indulgencia, donde empiezan a caber alimentos de consumo ocasional con una forma más frecuente de la que se debería. Estamos hablando de ultraprocesados ricos en hidratos de carbono simples, azúcar, grasas de baja calidad o, incluso, sal. La repostería, postres lácteos (como flanes y natillas) o cualquier dulce puede apetecer, porque es verdad que siempre apetece “un dulce”, pero es no es un postre saludable.
Tampoco quiere decir que tengamos que eliminar el postre por sistema. De hecho, la creencia de que el postre engorda también está muy extendida. Muchas personas viven el momento del postre como un extra. Posiblemente relacionado con lo anterior, con entenderlo como un especio para tartas y dulces. Pero si pensamos en ello como simplemente el último plato de las tomas principales del día, donde los protagonistas son la fruta o los lácteos de calidad, el postre es totalmente compatible con un proceso de pérdida de grasa corporal en caso de que sea necesario.
Por lo que podemos quedarnos con que comer postre no es indispensable, siempre y cuando el resto del día cumplamos con esas tres raciones de fruta, así como lácteos como los quesos frescos, el requesón o los yogures enteros sin azúcar.