Me gusta la libertad que veo en mi hija mayor. 10 años, cumple 11 casi ya, el 9 de diciembre. Libertad sobre lo que le gusta llevar, sobre su físico y sus gustos. Ojalá se mantenga en el tiempo, pienso mientras lo escribo. Recuerdo hace unos años cuando llegó a casa diciendo: "mamá, en el cole me dicen que tengo las piernas gordas" o cuando tenía 4 años y llego diciendo: "mamá en el cole me dicen que soy un chico porque solo llevo pantalones". Seguro que esos comentarios seguirán llegando, pero lo importante es que ella los reciba desde la seguridad de quererse a sí misma. ¡Qué difícil es! Esta semana inevitablemente reflexiono sobre el papel que tenemos a la hora de educar en valores de autoestima, igualdad y diversidad. Porque en el 25N hay que denunciar todas las violencias que sufrimos las mujeres y son demasiadas aún.
Este sábado fui de compras con ella. Quiere ropa, más allá de los leggins y las sudaderas, que son su uniforme diario, pero no hay manera de encontrar una marca que responda a sus requisitos:
- Mamá, que no sea rosa o demasiado colorido, que no tenga brillos y que no sea tan infantil, por favor.
Pero sobre todo y más importante, me dice, "ropa bonita y cómoda mamá, ¿no existe?". "Esto me pica, esto me tira, esto es muy ajustado, esto es demasiado de chica". Y así hasta el infinito y más allá. Dos horas de dar vueltas, de probar y cero compras. Bueno sí, otra sudadera, de la sección de "chicos", colores neutros, dos tallas más y ella feliz.
Uno de los temas que más nos preocupan a las Malasmadres es "cómo educar en igualdad y en feminismo a nuestras hijas y a nuestros hijos". Podemos ser ejemplo, podemos cuestionarnos, revisarnos cada día, mirar con lupa nuestro lenguaje, ser más inclusivas en la manera de hablar, tratar y socializar. Pero además de que esto es un RETO en mayúsculas para nuestra generación, educada en el patriarcado, el problema es que no está solo en nuestras manos.
Nos han dicho frases como "para estar guapa hay que sufrir". Si quieres lucir hermosa, tienes que ir incómoda, apretada, con dolor… Recuerdo tantos días la sensación de llegar a casa y "liberarme". Quitarme los tacones, quitarme los vaqueros que me aprietan, la camiseta que me tira o pica, el sujetador que me deja marcas en la piel y "respirar".
Esto es violencia estética. Una de las violencias que ejerce la sociedad, la publicidad, los medios, el consumo sobre las mujeres. Una violencia enmascarada, silenciosa, que hemos aceptado sin juicios y que nos hace daño, nos quita tiempo, nos empobrece y nos limita de una manera espantosa. Cuando se te cae la venda y te ves frente a ella, revisando tu armario, tus zapatos, tu vida, tus experiencias, tus pelos, tus diálogos internos y externos y tus deseos… FLIPAS.
El otro día decía mi amiga Gemma Fillol que solo hay que darse una vuelta por un supermercado, por la zona de estética y ver la de mensajes que nos espetan: "cuídate, depílate, maquíllate…" con imágenes alejadas de la realidad, llenas de filtros, que no nos representan. Y que además nos empujan a un consumismo intrusivo y violento hacia nuestra propia identidad. Nunca eres suficiente. Nunca estás lo suficientemente delgada, tonificada, depilada y estirada.
Dice Raquel Lobatón en su maravilloso podcast 'Nutrición Incluyente' que "no tiene sentido que para anunciar un tratamiento de depilación no salgan pelos, que para anunciar un tinte, no salgan canas, que para anunciar una crema antiarrugas no salgan arrugas" … Es todo tan loco y absurdo que cuando tu hija te mira y te dice: "mamá, ¿por qué te maquillas?" te quedas sin respuesta, aunque la sepas. "Porque estoy intentando ser mi yo que espera la sociedad, la mujer que me han dicho que tengo que ser".
Y ojo cuidado, que esto no va de no cuidarse, de no preocuparnos por alimentarnos bien, por descansar, por sentirnos bellas, no. Esto va de las autoexigencias impuestas y de poder elegir de una vez lo que queremos, lo que nos gusta y lo que nos hace sentir bien. Porque recordemos que las mujeres no tenemos tiempo, sobre todo, cuando llega la maternidad. Pero nos están diciendo que tenemos que dedicar tiempo a depilarnos, tintarnos el pelo, hacernos tratamientos, maquillarnos, desmaquillarnos… para gustar. Y entonces se impone la tiranía del gustar a otras personas para gustarnos a nosotras mismas. Y ese tiempo que tanto anhelamos para leer, escribir, estudiar, compartir, Malamadrear, reír, vivir, sentir, desear, viajar, jugar, reivindicar… se esfuma en un silencio cómplice ante un modelo de belleza establecido, violento, discriminatorio, desigual y alejado de la realidad.
Me miro al espejo justo mientras escribo esto, desde lejos, de reojo, casi con miedo por ver las ojeras y el pelo encrespado. Y es que después de tantos años una se pierde y ya no sabe ni lo que le gustaba de sí misma y en qué momento dejó de ser ella. Ahora con 40 acepto que no tendré pelazo, me gustan mis pecas, no me tapo el culo con ninguna chaqueta, no llevo sujetador porque no lo he necesitado nunca, cosa que me hubiera gustado aceptar antes, me depilo menos y voy con zapatillas casi siempre. Porque me da la gana y punto.
Ojalá mi hija siga decidiendo por ella misma siempre.