Recuerdo el día perfectamente, esas cosas como madre no se olvidan. Fue el año pasado. Mi hija mayor me dijo: "Mamá, ¿tú sabes lo que es P-O-R-N-O?", léase deletreando porque es como mi hija me dijo la palabra. Ella no tenía ni idea de lo que era, pero ya sabía que "bueno" no era y por eso me lo dijo deletreando y hablando muy bajito, para que sus hermanas no la escucharan.
"Estábamos en el ordenador del cole, trabajando en equipo, y en Google era de las últimas búsquedas", siguió contándome: "Después, algunas amigas me han dicho que sabían lo que era".
Esta experiencia de mi hija mayor, con tan solo diez años, me dejó claro que llegaba tarde, que tocaba hablar, que ya nuestros problemas no eran las rabietas o las noches sin dormir por terrores nocturnos, sino darle la mejor educación afectivo-sexual posible. Antes de los 8 años ya empezó a hacernos preguntas, coincidiendo con el comienzo de su desarrollo. En el confinamiento le regalamos dos libros: "mi cuerpo mola" y "mi regla mola", que tanto recomiendo. Los leyó y luego comentamos juntas. En estos libros aprendió a conocer su cuerpo y a entender qué era la masturbación o la diversidad corporal. Su hermana, con 8 años ahora, aún no ha comenzado a leer de estos temas, pero es que cada niña o niño tiene unos momentos distintos de aprendizaje y maduración, lo ideal es conocerlos, hablar mucho y respetar su ritmo, pero intentar no llegar tarde.
Hasta entonces, la palabra "porno" no había llegado a nuestras vidas. Una cosa es hablar de sexualidad, de sexo, de lo que sientes en tu cuerpo, identificar emociones y otra dar ese paso. No pensé que llegara tan pronto. Caí en el "mi hija no", "mi hija aún es pequeña" o el "mi hija no ve esas cosas", que la mayoría de las madres y padres pensamos por miedo o inseguridad, por no querer afrontar la realidad o más bien por no saber cómo hacerlo. Nosotras, educadas en el tabú constante, somos la primera generación que abrimos diálogo con nuestros hijos e hijas, que queremos educar en emociones y romper con la dinámica del silencio y la prohibición. Pero esta actitud de no querer ver es irresponsable. Solo hay que pararse y reflexionar un poco para darse cuenta. Porque puede que tú decidas prohibir a tu hija tener móvil hasta los 15 o puede que actives el control parental más fuerte que exista, pero tu hija (o tu hijo), aunque tú lo intentes, va a ver porno y mientras antes seamos conscientes, mejor para ella, para ti y para todas.
La pornografía mainstream "les bombardea con todas las respuestas antes de tener las preguntas", dice mi amiga y experta en violencia de género Marina Marroquí en el duro, pero necesario, documental 'Generación porno', que podéis ver en TV3. Y esto es un horror. Seamos sinceras, nos encantaría detener esta aberración porque "el 50% de los niños y las niñas de entre 11 y 13 años ha visto pornografía en internet". Pero es que "el 30% de los adolescentes accede a ello de forma accidental", como le pasó a mi hija. Así que no podemos mirar a otro lado. Esto va de nuestros hijos e hijas y de cómo el porno está construyendo su educación sexual.
Mientras la sociedad se mueve estos días entre el empoderamiento y la libertad sexual o el mal ejemplo y la hipersexualización de Aitana y sus bailes de la nueva gira, yo tengo clavado este dato: "el 88% de los vídeos porno contiene agresividad física o verbal, generalmente del hombre hacia la mujer" y esto sí que es grave. Como dice el experto y psicólogo Alejandro Villena: "el contenido al que acceden está lejos de reproducir relaciones y comportamientos sanos". Nuestros niños y niñas normalizarán estas conductas y su "escuela de sexo" será la pornografía si no empezamos a tomar conciencia y a reconocer que esto SOLAS las familias no podemos pararlo.
El otro día me decía una madre: "qué puedo hacer", mi hijo tiene control parental y no puede acceder a contenidos porno desde su móvil, pero le llega por WhatsApp donde es imposible frenarlo. Necesitamos que la sociedad y los Gobiernos se impliquen y que se cierre la puerta directa y de libre de acceso. Y mientras, hay que educar en una sexualidad sana, desde los hogares y las escuelas, a todos los niños y las niñas, evitando el absurdo obstáculo del "pin parental". Pero también hay que exigir regulación, porque no podemos olvidar que detrás de todo esto hay una industria imparable, que se enriquece y busca la manera de que no solo veamos su material, sino que además genere adicción. Existe regulación y una directiva transpuesta desde Europa el año pasado, pero es insuficiente y hay que revisarla, vigilar que se cumpla, sancionar a las grandes empresas… Y sobre todo, trabajar en que los sistemas de verificación de edad sean efectivos.
Así que empecemos hablar de lo que no queremos hablar porque llegamos tarde y prohibir no es la solución. En esto tampoco.