Madres que, para trabajar, primero tienen que hacer cuentas porque si se quedan en casa cuidando hasta ahorran dinero. Madres que paran su carrera, dejan de trabajar porque no les compensa, porque no les llega ni para pagar el transporte y el comedor de los niños. Madres abandonadas y expulsadas del mercado laboral porque ya tienen 40, han cuidado durante unos años y no tienen ninguna oportunidad. Madres que no valen, madres que decidieron cuidar porque no había otra salida. Madres que son ciudadanas de segunda, pero callan porque duele profundo confesar que no fue una decisión elegida, sino la única salida para seguir adelante. Madres a las que les cuesta dinero ir a trabajar.
¿En qué momento hemos aceptado que la renuncia se venda como una elección personal? ¿Qué día fue el que decidimos romantizar que el sistema laboral nos expulsa de mala manera a las madres? ¿Por qué aceptamos que los cuidados no sean un trabajo digno? ¿A qué esperamos a levantarnos y exigir el derecho a cuidar y ser cuidadas?
El sábado me escapé un rato SOLA, ¡qué maravilla! Sobre todo, porque después de comprar el regalo que necesitaba, me quedé como media hora más en el coche, disfrutando del silencio y desahogándome por stories de lo que había vivido aquella tarde y que me tenía indignada.
Estaba buscando unas velas, que no encontré, cuando apareció ella, una 'Malamadre' confesa. María, 36 años, se acercó con su sonrisa y su hija de 10 años a saludarme. Con vergüenza, pero con emoción de encontrarse con "una amiga de toda la vida", comenzó a contarme su historia. Cuando las madres hablamos sin filtros, con la sinceridad de lo vivido, se genera una conexión difícil de explicar, que nos une en una conversación fortuita, pero que nos conecta para siempre con un hilo invisible, aunque nuestras vidas sean muy distintas. Ella me daba las gracias por la lucha por la conciliación y me contaba lo difícil que era. Había trabajado durante 15 años en una tienda de aquel centro comercial donde estábamos y tenía buenas condiciones. Me decía: "Esto ya es imposible encontrarlo". Durante la pandemia, siguió contándome, se separó de su pareja, y padre de sus hijos (la niña de 10 y un niño de 7, que aparecían y desaparecían mientras hablábamos). Al tiempo conoció a su nueva pareja, se la veía feliz, y se fue a Jaén donde vivieron un tiempo. Dejó su trabajo, se hizo autónoma, pero hace poco volvieron a Málaga a vivir, con una deuda por cerrar su negocio, con la custodia de sus hijos y con el sueño de volver a trabajar algún día.
"He decidido tomarme un año para estar con ellos y así cuidarles yo", siguió contándome. Pero sus ojos me contaban otra cosa. Hablando, comenzó a salir la verdad y la imposibilidad de conseguir un trabajo digno: "Encuentro trabajos por 600 euros. Con ese dinero, yo tendría que pagar a alguien que recoja a mis niños del colegio, más el transporte, el comedor, tendría que pagar para trabajar. Entonces, me sale más a cuenta quedarme en casa, que me den la ayuda de 400 euros e ir tirando", me contaba con la emoción contenida.
-¿Y cómo lo llevas?
-Mal, ¿no me ves?, señalando la calva en el pelo que se disimulaba con la coleta. Pero es lo que hay, me decía.
María no es la única. María no es un caso aislado. María no es la única madre en España que renuncia a trabajar porque ir a trabajar le cuesta dinero, porque ir a trabajar es un privilegio que no es asumible para muchas madres. María es una de muchas. Y es horrible que hayamos aceptado esto. ¿Sabéis que pasa? Que se romantiza, que la maternidad es tan intensamente emocional y personal, según nos han hecho creer, que se vende como una elección libre, que es muy duro reconocer que te quedas en casa, cuidando de tus hijos porque NADIE te da una oportunidad con 36 años. Y si te la dan, las cuentas no te salen.
María es una de esas madres a las que les cuesta dinero ir a trabajar. María es una de esas madres olvidadas por un sistema laboral que no las quiere. María es una de esas madres que viste de elección propia, la renuncia a la que le empuja el sistema, un sistema que da la espalda a los cuidados, un sistema que se olvida de que la maternidad da bienestar social, un sistema que no cuida ni quiere a las madres. María renuncia para cuidar, pero María, cuando pueda trabajar, no encontrará ya empresas que apuesten por ella porque en su curriculum hay unos años que no valen, unos años en los que solo fue madre.
¿Cuándo vamos a reconocer el trabajo de maternar, criar, educar y cuidar? ¿Cuándo vamos a dejar de vestir de elección propia lo que es una renuncia clara por un sistema que nos aparta, nos expulsa y nos abandona? ¿Cuándo vamos a romper el silencio las madres que, avergonzadas y con culpa, decimos que lo primero son nuestros hijos e hijas, olvidándonos de nosotras y de lo que realmente queremos? Ese día, tendremos que asumir, que nos tachen de "Malasmadres", pero comenzará la revolución y con ella el reconocimiento social y económico que nos merecemos.
Y mientras eso llega, se seguirá debatiendo sobre el derecho a cuidar en Europa y sobre la legislación necesaria, se les llenará la boca a los políticos y políticas de este país que "cuidar es una responsabilidad social", pero no lo asumirán porque sale más a cuenta que muchas Marías, que muchas madres, se aparten voluntariamente del mercado laboral para no competir, para no ser un obstáculo en los intereses económicos de las empresas. Y mientras seguirán dando "ayudas" de 400 euros cuando realmente lo que quieren las madres es trabajar sin que les cueste dinero.