Llegué a mi tercera maternidad con una crisis profunda de identidad, saturada por un proyecto que me arrasaba y necesitada de un DESCANSO en mayúsculas. Os confesaré que sentí que ser madre era la oportunidad de parar. No porque ser madre sea sinónimo de no hacer nada, sino porque me permitía parar con mi vida hiper productiva como jefa de un equipo, líder de una comunidad con demasiadas responsabilidades para centrarme en una, solo una, para mí mucho más importante en esos momentos: mi tercera hija.

Organicé todo con mi equipo para desaparecer, nada me ilusionaba más. Llegaba al final de mis días de mi tercer embarazo con una barriga tremenda y un burn out de campeonato, pero visualizar cuidar de mi hija, pasear con ella, dedicarme a ese tiempo de maternidad, que con mis dos hijas mayores no había podido vivir, me emocionaba muchísimo.

Un 27 de febrero como hoy, hace cinco años, llegaba Lucía, el nombre que siempre quise ponerle a una de mis hijas, un bebé rechoncho que nos volvió locos a todos. Era nuestra muñeca. El postparto llegó como todos, aun siendo la tercera maternidad, con su vacío inmenso, su soledad que traspasa y tantas dudas que me hicieron sentir primeriza de nuevo. Pero lo que no esperaba es que el postparto llegaría con una pandemia mundial. Recuerdo despertarme cada mañana con mi bebé pegado y el primer pensamiento era: "Cuando abras los ojos, nada de esto será real, será una pesadilla, la pandemia no existe y la vida continua". Pero no, ahí estaba esa locura apoderándose de nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestras maternidades.

"No querías parar, pues se paró el mundo". Por un día no estuvimos a punto de pasar el postparto más pandémico con mis padres en casa. Imaginad lo que hubiera sido que nos encerraran a los cinco más mis padres en un piso de dos habitaciones. ¡Menos mal! Lo que vino después lo recuerdo con ansiedad. Mi piso se convirtió, como tantas casas, en centro de trabajo, escuela y hogar. Pero a eso súmale: plató de televisión. La tristeza y la soledad del postparto la convertí en rabia e impotencia por todo lo que estábamos sufriendo las familias. No hubo una época que saliera más en medios, conectando desde mi salón, con la puerta cerrada y el buenpadre calmando a mi bebé, que cuando se separaba de su teta no paraba de llorar.

A veces pienso que "por qué no me olvidé de todo" y me centré en mí y en ella. Pero algo dentro de mí era más fuerte. Además del pensamiento de "con todo lo que he luchado, no puedo permitir que mi proyecto se vaya a la mierda". Así que mi sueño de un permiso de maternidad digno, consciente y más largo se esfumó para convertirse en meses de lucha, supervivencia, pero con la paz de saber que mi Lucía estaba conmigo y generamos un vínculo tan fuerte que hoy, cinco años después, nos dura.

Recuerdo perfectamente cuando en un momento de desesperación por el miedo que cogí a salir a la calle con ella, mi madre me dijo: "Laura esta niña ha venido a traerte luz", y eso me aliviaba. Poco después, aún en confinamiento, hice un directo con la psicóloga María Fornet. En ese directo, María me pidió hacer un ejercicio: "Escribe una carta de tu yo del futuro en cinco años, en el que te cuentas cómo estás, qué estás haciendo, qué ves, dónde estás". Lo recuerdo como si fuera ayer porque con los ojos cerrados, visualicé claramente que estaba en Málaga. Fue una revelación. No fue un pensamiento, como otras veces, de volver, sentí con todo mi ser que estaba de verdad en Málaga. Fue tan fuerte, que un mes después, llamé a mi madre y le dije: "Nos volvemos, mamá”. No fue fácil: cerrar nuestro local, cambiar colegio, alquilar el piso, cambiar una vida por completo, pero conectar con lo que sientes, con lo que necesitas, sin miedo a lo que dejas o sueltas. Con un bebé de cuatro meses hicimos el cambio y me vine a vivir a mi tierra natal, después de 18 años de distancia.

Horas antes de que naciera Lucía soñaba con que aguantara un poquito más y naciera el 28 de febrero, el día de Andalucía, un día, mañana, tan especial para mí porque, aunque Madrid me ha dado muchísimo, la tierra es la tierra y en mi caso siempre por bandera nuestro acento, ese que durante mucho tiempo me pidieron suavizar, ocultar, ese acento que te conecta con tus raíces y que hoy elevo a la condición de arte. Si me permitís, cierro con el orgullo andaluz de una tierra trabajadora, que nunca pierde la actitud.

Y tú, ¿dónde quieres estar en 5 años?