La maternidad en redes no entiende de gritos, peleas, noches sin dormir ni ganas de huir. La maternidad en redes y en verano te hace sentir una madre extraterrestre, una Malamadre de manual o una madre bruja sacada del peor de los cuentos, de esos que si leyeras a tu hija de noche le quitaría el sueño de por vida.
En verano siempre entro en conflicto con la maternidad en Instagram. Echo de menos fotos de lo que no se muestra, de lo que no se ve, de eso que si no vemos parece que no existiera. El camino a la playa con calor asfixiante, tirando de las niñas, que no paran de discutir. El cesto de la ropa sucia siempre a punto de estallar. Los intentos fallidos de siesta. Los días de no puedo más. Los días de teletrabajo sin saber qué poner de comer y tirando de pantallas. Las cenas de pizza congelada. Toda esa realidad que se esconde por miedo a que se desvele y el mundo sepa que eres una madre normal, que juega poco, que trabaja también en verano y que rasca horas de sueño para ser ella misma, leer o mirar al infinito.
Además de la frustración, está la dichosa justificación, esta creo que es aún peor. Cuando haces una de estas confesiones en Instagram y sientes la necesidad social de terminar tus palabras de desahogo con un "pero las quiero mucho y son lo mejor de mi vida". Una autocensura de lo que sentimos, constante y dañina.
La maternidad en Instagram se tiñe de un amor romántico que exaspera, de trajecitos de baño impolutos, con camisetas a juego y de sonrisas profident, que mis hijas son incapaces de mostrar las tres al mismo tiempo, a menos que les prometa un huevo kínder o un rato de tablet.
La maternidad en Instagram no confiesa, solo muestra parte de una realidad. La maternidad en Instagram no enseña la trastienda y qué se hace para conseguir esa postal de ensueño de una maternidad que se nos vende como real y única, llevándote a ti a una dicotomía horrible entre lo que vives y lo que deberías estar viviendo. Porque lo que te muestra ese scroll infinito de lo que tiene que ser tu maternidad resulta perverso, irreal y una verdad a medias.
Las madres que vivimos el 24/7 con nuestros hijos e hijas, las que nos despertamos de madrugada a cambiar sábanas porque la noche anterior no quisiste despertarla a hacer pis y pensaste "no pasará", las que nos sentimos culpables y les besamos cuando duermen con un amor que traspasa, las que nos levantamos arrastradas a preparar mochilas de campamentos o a llevarlos con la abuela, las que trasponemos a la playa modo sherpa, sudando la gota gorda, las que hacemos encajes de bolillos y malabares en los calendarios para sobrevivir al verano, las que gritamos cuando no podemos más, las que conciliamos como podemos, las que teletrabajamos, sabiendo lo afortunadas que somos, pero "empantallando" y poniendo una lavadora entre reunión y reunión, las que abrimos la nevera y otra vez no tenemos fruta que darles a media mañana, las que tachamos los días en el calendario para que vuelva al cole, pero les queremos igual, no somos menos madres, no, y quiero creer que somos todas, aunque no lo mostremos en redes sociales.
Las madres que no quieren que vuelva la rutina, que echarán de menos el verano y temen volver a los horarios escolares tampoco son menos madres, pero nos miran de reojo, con recelo y yo me pregunto si serán conscientes del privilegio de vivir una maternidad que le es propia, por supuesto, pero no es la de todas o si viven en un autoengaño por no querer confesar que ellas también sueñan con tiempo propio, con soledad, con una vida donde querer ser más que madre no tenga que justificarse a cada paso, como si de ello dependiera el amor a nuestros hijos e hijas.
Hasta que no nos respetemos unas a otras, empaticemos, abracemos a la madre que tenemos al lado y a la madre que somos, difícilmente avanzaremos y lucharemos por un modelo de maternidad libre y respetado por toda la sociedad. Todas las maternidades son válidas porque todas somos las mejores madres que podemos ser, con nuestras circunstancias y vidas. En verano, también.