¡Que levante la mano quien no está deseando que llegue agosto! Ese mes en el que parece que el mundo se acaba, que España se para y que se convierte en un imposible tener la respuesta de un cliente, avanzar con un proyecto o encontrar a un compañero o compañera conectado. Yo soy una más, rendida a las bondades del mes en el que cumplo un año más. Pero sí que es verdad que la película me ha cambiado por varias razones. Mi deseo de agosto era mucho más intenso cuando no era madre y podía darme al vagueo más absoluto. Cuando trabajaba por cuenta ajena y a la vuelta de las vacaciones se me había olvidado hasta la contraseña de mi email. Cuando la juventud me disparaba planes sin parar y agosto era EL MES en el que tu vida podía cambiar. Pero al mismo tiempo, me generaba más angustia que ahora que agosto llegara a su fin. Porque cuando llegaban al final las vacaciones el abismo se abría ante mí. Era una sensación angustiosa pensar que trabajaba todo el año para que llegaran esas dos o tres semanas a lo sumo.

Cuando eso pasaba, llegaba el bajón emocional de pensar: "No soy lo suficientemente feliz en mi trabajo". Y entonces la crisis de que realmente no estaba en el lugar que quería. Ahora que soy feliz en mi trabajo, y lo digo 100%, entendiendo por felicidad que no es estar happy todos los días, en todas las reuniones, realizando todas las tareas... sino que me siento satisfecha y plena con lo que hago, con sus momentos mejores y sus épocas de dificultad y preocupaciones. Pero hay una realidad que ahora se hace demasiado intensa: es imposible desconectar. Las autónomas de este país me entenderán. Y entonces llega la crisis contraria. "¿No seré demasiado feliz? ¿No será una trampa esto de encontrar tu IKIGAI (término usado para referirse al propósito) y no ser capaz de diferenciar entre la vida y el trabajo?". Porque están tan unidos que se entremezclan. Porque cuando consigues que tu vida esté alineada a tu trabajo el disfrute está asegurado, pero también la sobredosis de conexión a todos los niveles.

Y mientras tacho en el calendario los días que faltan para darle carpetazo a julio, me vienen a la cabeza las palabras de mi amigo José Carlos Ruíz, más sabio que filósofo, sobre que uno puede ser feliz sin que necesariamente el trabajo nos llene o nos resulte placentero. Que esa felicidad podemos encontrarla en otras parcelas, en aquellos llamados y olvidados hobbies que venían en épocas pasadas a complementar nuestras vida, sin tener que caer en la esclavitud de "tengo que ser feliz en mi trabajo".

Cuando escucho a José Carlos me es imposible llevarle la contraria porque su manera de exponer la verdad es tan clara que me convence al instante. Pero yo creo que no sería capaz de ser esa persona de la que habla que divide su vida, la compartimenta y es capaz de no sentirse llena en su vida laboral y compensarlo en otros momentos.

Sobre esto le preguntaba a mi mentora y amiga Margarita Álvarez, experta en felicidad. Ella creó el Instituto de la Felicidad en Coca-Cola y ha investigado mucho sobre este gran tema objetivo de la humanidad y de Aristóteles: "Ser feliz". En su libro Deconstruyendo la felicidad hace un magnífico recorrido por las variables que influyen directamente en nuestra felicidad y por supuesto estar conectada a un trabajo que nos satisface y que valoramos es clave fundamental. Pero... ¿nos hemos pasado en esto de conseguir a toda costa ser felices en el trabajo?, le preguntaba en el encuentro de 'Teletrabajo, conciliación y desconexión digital' que mantuvimos la semana pasada. "Confundimos la felicidad con la alegría y con estar siempre bien", me decía Margarita, "pero el vínculo entre el bienestar emocional de una persona y su trabajo es una realidad incuestionable".

La verdadera felicidad en el trabajo tiene que ver con el crecimiento personal. Entender cuáles son las piezas básicas que nos llenan en el trabajo es necesario para conseguir ser felices o sentirnos plenos en nuestro trabajo, continuaba Margarita.

Así que antes de que termine agosto y nos del bajón emocional por alejarnos de la felicidad del 'dolce far niente', bajemos las expectativas de la felicidad y seamos conscientes de que el estado 'happy flower' solo existe en los reels de coaching barato que nos frustran más que ayudarnos.

Yo mientras voy a intentar buscar esas zonas grises sin cobertura, donde la vida se me antoja más placentera, que según la secretaria de Estado para la Digitalización, Carme Artigas, que también me acompañó en este encuentro, será cosa del pasado en 2025. ¡Aprovechemos hasta entonces!

Sed felices en julio, en agosto y siempre que podáis. Porque "la felicidad en el fondo sería seguir deseando lo que ya tienes", que diría José Carlos Ruíz para cerrar esta columna veraniega.