Llevo un mes sin pintarme las uñas, bueno, sin ir a un centro de estética a que me las arreglen, limen, corten la cutícula y pongan base, esmalte permanente y top coat... Esto que os puede parecer una chorrada, ha sido todo un reto para mí. Me había acostumbrado tanto a tenerlas pintadas y "supuestamente arregladas" que si no lo hacía sentía que me faltaba algo, sentía que mis uñas no estaban presentables y dignas de una entrevista, de unas fotos, de una grabación y mucho menos de un evento. Caí de lleno en la trampa, en las redes de la industria que nos quiere hacer insuficientes constantemente. Y esa insuficiencia puede manifestarse en tus uñas, en tu pelo, en tus arrugas, en tus pechos, en tus carnes flácidas, en tus cejas, en tus manchas, en tus pestañas… ¿Os dais cuenta? Se han encargado de ir explorando cada rincón del cuerpo de una mujer y convertirlo en un lugar susceptible de mejorar y cuando digo cada lugar, es cada lugar. Pensadlo, recorred detenidamente con la mirada vuestro cuerpo y encontrad un lugar libre de estética. Para todo, para todo hay una solución, un tratamiento, una crema, un aparato, un complemento.
Es una locura, que hemos aceptado, que nos empobrece, como dice la activista mexicana Raquel Lobatón y que, si no podemos comprar, miramos con ojos de "quizás algún día" o fantaseamos en "cómo nos quedaría", "qué tal estaríamos" porque lo que está claro es que, si no lo hacemos, no cumplimos con la belleza establecida, con el atractivo y el deseo de ¿quiénes? Los hombres por supuesto. Y entonces, ¿qué hacemos? Pues con el presupuesto que contamos, nos obsesionamos con algo. En mi caso fue las uñas. Y no quiere decir que no me las vaya a volver a hacer más, pero me acercaré a ello o al menos lo intentaré hacer desde otro lugar, con una mirada distinta a mis uñas "sin arreglar". Sin caer en la tiranía del "debería" hacerme las uñas, dedicar mi tiempo que no me sobra a ello y por supuesto un presupuesto al mes que podría destinar a otra cosa, que seguramente a mí, me genera más satisfacción.
Lo del tiempo me preocupa y mucho. ¿Cómo vamos a conquistar derechos, ocupar lugares de decisión, autocuidarnos, invertir en nuestro intelecto, en nuestro saber, cuidar a otras personas, compartir, tomarnos un café con aquella amiga, estudiar o simplemente disfrutar de no hacer nada si dedicamos el poco tiempo que tenemos a estas imposiciones sociales?
He descubierto en estos meses que además mis uñas estaban fatal, debilitadas y se rompían con facilidad. Claro, la industria me estaba diciendo: "¿Ves?, necesitas hacerte la manicura", una y otra vez, probar nuevos tratamientos, echarte aceite, hacerlas con gel. Y es que está todo muy bien pensado para que cuando empieces, no puedas parar. Porque además la gente se acostumbra a que lleves la piel perfecta, las uñas o el pelo perfectos y cuando no lo haces, pareces dejada y despreocupada. O lo que es peor, te preguntarán: "¿Qué te ha pasado? No pareces tú".
Y es que solo solo hay que darse una vuelta por las redes sociales, por las revistas de moda, por la televisión para comprobar que seguimos ancladas en el mismo modelo de belleza de hace décadas. ¿Avanzamos? Bueno, sí y no. Quizás vemos cuerpos menos normativos en alguna ocasión, en un spot, en una campaña y quedan como algo puntual, llamativo, destacado, no como algo cotidiano. Lo aplaudimos. Además, y esto me pasó en la película de Barbie, todas seguían el modelo de belleza, de cuidado estético, pestañas postizas, cejas pigmentadas, pelo Pantene, sonrisa nuclear… ¿Dónde está la revolución?
Eso sí, luego salimos a la calle, a la panadería, a la puerta del colegio, vamos a la playa y "menos mal" diversidad corporal, bellezas sin filtro, naturalidad, pero… dentro de cada una de nosotras insatisfacción constante por no llegar al modelo social establecido. Presión por no entrar a la talla 38 o miedo a perder el privilegio de esa talla si es la nuestra. Cuando llegan los 40 esto va a peor, llega el antiaging, llegan las canas, las arrugas, las manchas y la flacidez. Pero tranquila, la industria tiene la respuesta para todo, para controlarnos, para perpetuar estereotipos y para que NUNCA, NUNCA, estemos felices con nuestra belleza, con nuestro cuerpo, con nuestra sonrisa, con nuestros pechos, con nuestro culo, con nuestro pelo…
Y ojo, si te quejas seguramente es porque eres una feminista amargada (y fea, claro) que está frustrada y envidiosa. Pero que no nos engañen. Aunque creamos que sí, no estamos decidiendo libremente cuando lo hacemos, cuando decimos que sí a esta tiranía de la belleza, hay todo un sistema, unas estructuras y una cultura, que pesa muchísimo, que está sosteniéndolo.
Como dice Esther Pineda en su imperdible libro Bellas para morir: "La industria de la belleza ha construido y difundido de forma masiva una estética moldeada, prefabricada, manufacturada, y les ha vendido a las mujeres la idea de que la belleza es el medio que garantiza el éxito económico, social y amoroso, por lo cual al transformar su cuerpo podrán ser aceptadas, queridas y reconocidas por sus grupos de pares, sus familiares, sus amigos y su pareja. Esto, aunado al desarrollo de la industria cosmética, farmacológica y médica, y a la masificación y democratización de las modificaciones estéticas – las cuales se hicieron accesibles a amplias capas de la población de distintas clases sociales- mediante el abaratamiento de sus costos, ha tenido como consecuencia un boom en la realización de estos procedimientos. Empero, los únicos beneficiarios son los hombres, pues son satisfechos sus imaginarios, al mismo tiempo que se acrecientan las ganancias de las industrias que dirigen y se enriquecen a partir de los complejos, el sufrimiento y las inseguridades de las mujeres".
De todo esto y más, de la violencia estética que sufrimos las mujeres a cada paso, de la cultura de dietas que nos acompaña desde siempre, de nutrición inclusiva, de romper con esta presión social, de educar en el cambio he hablado esta semana en el podcast de Malasmadres con una crack, con la maestra, con una mujer que desde su lugar está revolucionando lo establecido, la mexicana Raquel Lobatón, que hoy te recomiendo.
Piénsalo. Tenemos que despertar y dar un paso al frente. Ya está bien que nos hagan sentir insuficientes como mujeres.