En Navidad colgué el traje de activista en el perchero de la entrada. Por varias razones. Para olvidarme de la lucha por unos días, aunque siempre vaya conmigo, para escuchar más y "predicar" menos, para ser Laura, la amiga, la hija, la madre, la pareja… Porque reivindicar agota mucho, muchísimo. Y a veces, las personas que te rodean no son conscientes ni te permiten parar, no aceptan que no opines de algo y que simplemente vivas, sin más. Así que seguramente la principal razón fue por mi salud mental, esa que, en la rueda de la vida diaria, del "concilia como puedas", emprende con pasión, sigue luchando con tesón, se resiente y no cuidas. En estas dos semanas puse el botón OFF a muchas cosas, el silencio de "la radio mente", que diría mi amiga Charuca y me pinché anestesia emocional para que no me dolieran tanto realidades como los asesinatos machistas que se han sucedido en estas fechas y que son la mayor expresión de desigualdad que sufrimos las mujeres.
Esa parada en boxes para darme a las comilonas, a las discusiones familiares cotidianas, a la intensidad imparable de mis hijas, a los abrazos de feliz año y a los brindis non stop ha sido fundamental para recargar el combustible de la lucha y volver con energía. Porque cuando tienes tu misión clara, esto no se detiene y siempre buscas la manera de seguir avanzando, de trazar caminos para llegar a tu objetivo, que en mi caso es una conciliación real y que ninguna mujer, NINGUNA, tenga que renunciar por el mero hecho de ser madre. ¿Cómo puede seguir pasando esto? Mujeres a mi alrededor que se piden reducciones de jornada para poder llevar a sus hijos o hijas al colegio. Mujeres que frenan sus carreras con una excedencia porque han tenido un bebé y no les permiten flexibilidad. Mujeres que rechazan una oportunidad porque están solas o se sienten muy solas en los cuidados. Mujeres que abandonan porque el teletrabajo no es opción cuando su trabajo es 100% digital. Mujeres a las que no se les permite ejercer su derecho a cuidar porque sí. Porque este sistema está montado así y no interesa cambiarlo. Tiene guasa la cosa, como se dice en mi tierra.
Y en estas estaba, aquí sentada, frente a la hoja en blanco, intentando inspirarme para la primera columna del año, aún con la saturación navideña en mi cuerpo y mi mente, cuando mi compañera de lucha Maite me ha mandado este vídeo:
"El autobús del cambio". Una campaña de change.org para llevar a los partidos políticos las miles de firmas recogidas por las 10 peticiones con más apoyo aquel diciembre de 2015.
Estamos preparando la memoria de estos 7 años de lucha social y ver este vídeo me remueve muchísimo. Fue la campaña que me inició en el activismo social y político. Y al verme ahí, me he emocionado. Los ojos se me han llenado de lágrimas y le he dicho a Maite:
"Ahí creía que todo era posible".
Y lo creía de verdad, con todas mis fuerzas, con vehemencia, con una pasión que me movía por encima de cualquier cosa. Con una energía que me llevaría a cualquier lugar, a enfrentarme a quien fuera porque era de justicia. Porque el dolor de mi renuncia, el sufrimiento de tener que abandonar mi carrera cuando fui madre, se convirtió en la fuerza de una lucha en la que creía por encima de todo.
Echo de menos esa sensación de creerme capaz de todo. Echo en falta ese desconocimiento de la realidad, de un sistema que se eleva como un muro de acero para decirte: "hasta aquí". Me emociona ver cómo con ingenuidad, pero mucho esfuerzo y determinación, se consiguen las cosas. Porque ese pensamiento optimista, y algo naif, me ha traído hasta aquí. A 7 años después, sentirme activista de verdad y tener el firme convencimiento aún de que es posible, sí es posible, tiene que serlo, pero también la certeza de que es muy difícil. Y de que sola no puedo. De que el cambio necesita muchas voces y el impulso de cientos de miles de mujeres. Porque juntas podemos romper esas estructuras patriarcales que se resisten a avanzar, que no quieren aceptar que las mujeres no estamos dispuestas a seguir calladas, silenciadas y engañadas.
Está difícil sí, pero posible, es nuestra revolución. Y 2023 el comienzo del cambio.