Tiene la mirada limpísima, una sonrisa de tipo fiable y luce unos ademanes y un porte que transmiten tranquilidad, el sosiego de quien lleva toda la vida estando muy seguro de sí mismo. El día antes de la comida en la que se le homenajeó con motivo de su jubilación salió a correr por la cuesta de la Pentitra con algunos compañeros a los que dobla la edad y mientras escribo estas líneas –es fin de semana– debe andar devorando kilómetros con su bici de montaña, “con motor, pero hay que dar pedales, ¿eh?”, me advirtió hace poco, ante la infundada sospecha de que yo pensase que a sus sesenta y cuatro tacos no iba a ser capaz de mantener el nivel.
El jueves, más de cien policías y unos pocos civiles rindieron homenaje a la trayectoria del inspector jefe José Carlos Martín-Romo, un tipo único, que se retira tras cuarenta y cuatro años en la Policía y más de treinta en el Grupo Especial de Operaciones (GEO). En su despedida decidió lucir el uniforme azul de gala de policía nacional, no el de geo, que ha vestido hasta su último día de servicio, como coordinador del GOES. En su pecho, tres cruces rojas, de las de verdad, de las que se ganan jugándose el tipo frente a verdaderos hijos de puta como el comando Madrid de ETA o la guerrilla de Charles Taylor para sacar de Liberia a nuestra delegación diplomática en mitad de una guerra civil.
Su mujer, Manoli, y sus hijas, Marina y Silvia —las que mayor precio han pagado por una carrera impecable–, sostuvieron emocionalmente a Romo durante todo el homenaje, en el que a muchos tipos duros se les empaparon los ojos. En un espacio libre de compañeros desleales aficionados a las grabaciones y de periodistas vigilantes de la moral y las buenas costumbres, se evocó la carrera de Joseca, de Romo o de Algodón 30, el indicativo con el que se presentó ya hace unos cuantos años a uno de los comisarios presentes en el homenaje: “Teníamos que cazar en Barcelona a un verdadero cabrón, un tipo que se había enfrentado a tiros con un zeta. Llegaron Romo y los suyos y lo engrilletaron en dos minutos”. En la comida, celebrada en un hotel de Guadalajara, no muy lejos de la sede del GEO, estaban policías que forman parte de la historia de nuestro país, pese a que nunca quedará así escrito: el que decidió que era una buena idea abordar barcos cargados de droga en alta mar, el que resolvió los secuestros más profesionales de las últimas décadas y muchos hombres anónimos que, como Algodón 30, han hecho un servicio impagable a España. Allí estaban algunos de los policías con los que Romo se subió al maltrecho buque Agios en la mayor operación encubierta de la historia, que sirvió para dar caza a Sito MIñanco y para intervenir cuatro toneladas de cocaína. Hasta el ministro del Interior llamó durante la comida al jubilado para agradecerle tantos servicios.
Romo se va, pero ha dejado lo más importante que nadie puede dejar cuando se marcha: un legado impagable, unas enseñanzas y un saber hacer que en los últimos años impartió en el GOES. Así se lo reconocieron muchos de ellos con su presencia en el homenaje.
José Carlos Martín-Romo, el hombre tranquilo, el cirujano implacable e impecable en mil y una operaciones, se quebró varias veces en la hora del adiós. Los tipos duros también tienen sus grietas.