Ella es una representante de la aristocracia de los sucesos que imparte magisterio desde las páginas de la prensa local, el último refugio de los suceseros de pata negra. Ha tenido una semana atareada. En su territorio ha ocurrido uno de esos crímenes mediáticos, es decir, un asesinato por el que nos interesamos los periodistas de medios nacionales. El caso no tiene mayor misterio ni recorrido: crimen, detención en el instante y, eso sí, juez que decreta el secreto de las actuaciones para preservar, en este caso, la privacidad de la víctima –una menor– y las investigaciones en torno al autor, alguien con todas las trazas de tener serios problemas mentales.
La sucesera local y sus compañeros aportaron día a día información precisa sobre el caso, aún respetando el secreto de las actuaciones. Al fin y al cabo, son ellos los que manejan mejor las fuentes policiales y judiciales de la zona. Fueron desvelando episodios pasados del autor del crimen, localizando víctimas de sus desmanes anteriores… Hicieron un buen trabajo. Marca de la casa en el caso de la sucesera de la que les hablo.
A mitad de semana recibió una llamada. Un programa de televisión se interesaba por el caso y recurría a la sucesera local para que les orientase sobre la búsqueda de testimonios. La conversación debió ser algo así –perdón por las licencias–:
–Dime, ¿quién nos puede contar algo sobre el caso? En dúplex, por Skype, en plató, como sea… ¿Un policía? ¿Un familiar de la niña?
–No creo que un policía vaya a prestarse. Hay secreto de sumario. La familia está destrozada.
–Ya, jo, tía… Es que vamos a tope con el tema. ¿Algún criminólogo?
–Es que un criminólogo no sabe nada de este caso. Como te digo, hay secreto de las actuaciones.
–Ya, tía, el secreto sumarial. Qué fastidio. No sé, ¿un policía de un sindicato?
–Bueno, es que tampoco va a saber nada.
–Pues tía, alguien que hable y ya está…
La sucesera de la que les hablo es discreta y no revelará nunca, por muchas sidras que lleve encima, esta conversación. Desde aquí le pido que si un día le hago una llamada parecida, haga lo posible por echarme del oficio.
Y es que esto se empezó a joder con el primero que pidió a “alguien que hable”, sin importarle quién era y cuánto sabía.