En las últimas semanas, Barcelona, Madrid y otras ciudades han sido escenarios de manifestaciones extremadamente violentas: furgonetas en llamas, policías apaleados y agredidos, comercios saqueados… La excusa para incendiar las calles era el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, aunque el sábado, por ejemplo, en Barcelona las convocatorias iban desde el derecho a la vivienda al fin del racismo, pasando por una insólita petición de amnistía total. Ya puestos, podían haber sumado la causa de las matanzas de bebés foca o la reivindicación del patués en los textos oficiales del valle de Benasque. Lo cierto es que en la Ciudad Condal los convocantes se quejaban el sábado en sus grupos de Telergram, al término de las protestas, de la escasa asistencia de manifestantes y de que "por desgracia" había sido una manifestación pacífica. Y eso pese a sus llamamientos en las horas previas en los mismos canales, que ilustraban con fotografías de policías envueltos en llamas.
En Madrid el fracaso fue aún mayor, pese a que la convocatoria prometía una noche larga y dura. Más de 700 policías –UIP, UPR, comisaría de Centro y Brigada de Información– embolsaron desde el primer momento a los manifestantes en Atocha.Unos 200 lograron salir del Paseo del Prado en dirección a la Cuesta de Moyano, donde se vieron encerrados por el gigantesco despliegue de seguridad, del que muchos se quejaron amargamente –"así no hay manera"–: sólo podían abandonar la zona de uno en uno y mostrando su documentación. El dispositivo policial diseñado por la Delegación del Gobierno frustró tanto a los violentos que, a falta de otro entretenimiento, se pelearon entre ellos: los más radicales acusaban a los que decidieron hacer una sentada de “comeflores” por no arremeter contra la UIP.
En los días previos, tanto los Mossos d’Esquadra como la Policía Nacional realizaron detenciones importantes: en Barcelona cayeron ocho peligrosos anarquistas relacionados con el incendio de una furgoneta de la Guardia Urbana –el juez los envió a prisión, acusándolos de tentativa de homicidio– y tres de los atacantes de la comisaría de Vic. En Madrid, se detuvo a cuatro jóvenes, responsables del apalear a una oficial de la UPR y de apedrear a un agente de la misma unidad. El mensaje es claro: ningún acto violento quedará impune. Nadie podrá dormir tranquilo después de agredir a un policía.
Para los violentos –anarquistas, antifascistas, radicales de extrema izquierda…–, estas acciones policiales son "represión"; pero es, simplemente, la acción del Estado de Derecho, el soporte de la libertad y de la convivencia. Cuando desaparece, por pequeño que sea el rincón en el que no esté, son los violentos los que imponen su ley. Y ahí perdemos todos. Basta recordar el Campo de Gibraltar hace un par de años, cuando los narcos quisieron doblar el pulso al Estado. El enorme despliegue del sábado en Madrid y las detenciones posteriores a los incidentes no son más que el Estado de Derecho hecho carne. El encarcelamiento de Pablo Hasél para cumplir sus condenas, también. Bienvenidos.