Parecía una llamada más. Una entre las 5.600 que se recibieron en Madrid ese fin de semana en la sala del 091, el clavo al que se agarran los ciudadanos cuando las cosas vienen muy mal dadas. Eran las 2.25 de la madrugada. El operador percibió la angustia de la mujer que llamaba:
—El novio de mi hija dice que va a quemarla viva. Y ya la ha intentado matar otras veces. Es en la calle Cavanajos, 12… Envíen a alguien, por favor…
El Zeta 180, adscrito a los GAC (Grupos de Atención al Ciudadano), fue el elegido para acudir al domicilio indicado. Parecía una asistencia más. Una entre las más de 2.400 que los zetas hicieron ese fin de semana por las calles de Madrid. En el zeta iban dos policías, de 34 y 40 años. Con ocho y once años de antigüedad en el cuerpo y más de cinco en los GAC, acostumbrados a lo que se cuece en las calles de Madrid: reyertas, episodios de violencia machista, tentativas de suicidio, asistencias sanitarias, robos con fuerza… La comunicación que recibieron desde la sala les sonaba a rutina. Un día más en la oficina del zeta. Al llegar al lugar indicado les esperaba la mujer que había llamado. Aterrorizada, los acompañó hasta la puerta de la vivienda donde estaba su hija y el hombre que amenazaba con matarla. La mujer metió la llave en la cerradura y se apartó para dejar paso a los dos uniformados. Para lo ocurrido a partir de ese instante nadie está preparado.
Los dos policías se encontraron un pasillo completamente a oscuras. De la penumbra salió un hombre que, cuchillo en mano, se abalanzó sobre los dos agentes. Uno recibió un corte en el cuello, otro, una puñalada en el tórax, que no fue mortal gracias al chaleco de protección. Desde el suelo, uno de los policías disparó dos veces. Antonio Gámiz, de 51 años, cayó muerto en el acto. Acababa así una vida llena de detenciones, requerimientos y, sobre todo, agresiones a Lucía, su pareja, la mujer a la que iba a matar quemándola viva esa misma noche.
No fue una llamada más. Ni un servicio más. Los policías del GAC están habituados a tomar decisiones en pocos segundos en medio de situaciones críticas. Pero para acabar con la vida de un ser humano nadie está preparado. Las heridas de los dos componentes del Zeta 180 sanarán rápido. Las que están por debajo de la piel tardarán más en curar. Unos días después de lo ocurrido en un oscuro pasillo de Vallecas, los dos policías acudieron a declarar ante los agentes de la Brigada de Policía Judicial, encargados de elaborar el atestado. De ellos, de sus jefes y de sus compañeros solo han recibido buenas palabras y el aval de que actuaron de manera impecable. Ellos llevarán siempre en sus almas el filo del cuchillo, el eco de los disparos, el olor de la pólvora y el del miedo. Y siempre los acompañarán cuando los componentes del Zeta 180 vuelvan al servicio. Buen servicio.