Si sigue vivo –les confieso que yo no tengo ni idea de si es así o no–, no lo sabrá, pero hay quien ha pasado los últimos cuatro años de su vida persiguiéndole, buscando indicios, datos o pruebas de su presencia en todos los rincones del planeta. Para el protagonista de esta historia, Antonio Anglés Martins se convirtió en una obsesión, en su objetivo número uno, en la pieza de caza mayor que cualquier cazador –y todo policía tiene mucho de cazador– quiere cobrarse. Ha escrito cientos de folios de anotaciones, ha analizado llamadas y envíos en busca de su presa, se ha entrevistado con decenas de personas y hay quien ha visto en él a un capitán Ahab enloquecido por abatir a su presa, el asesino de Miriam, Toñi y Desiré.
A su llegada al destino en el que ha pasado los últimos cuatro años preguntó quiénes eran los fugitivos más importantes de España y todas las listas estaban encabezadas por el asesino de Alcàsser, la gran deuda pendiente de nuestras fuerzas de seguridad, el nubarrón que aún hoy desata teorías conspiranoicas, la herida que lleva tres décadas supurando y que sólo la detención del criminal podrá cauterizar para siempre. Por eso se puso manos a la obra, rescató de un juzgado de Valencia los viejos legajos del sumario en busca de algo que se hubiese escapado en todos estos años de investigaciones de la Policía y de la Guardia Civil. Y encontró omisiones, fallos y errores. Activó la cooperación internacional, un término que ni siquiera existía cuando Anglés se subió al buque City of Plymouth en Lisboa, rumbo a las costas irlandesas mientras cientos de policías y guardias civiles seguían su rastro infructuosamente. Allí, en ese barco, se le perdió la pista y ahí arranca la operación Memory, tal y como la llamó el cazador. Quizás porque sabe bien que sin memoria no hay justicia y porque no ha querido que Anglés olvide que tiene una deuda pendiente con nuestra justicia y nuestra sociedad.
Entretanto, él y los suyos detuvieron a cientos de fugitivos reclamados por tribunales españoles y de medio mundo, pero siempre regresaba a la operación Memory en busca de ese hilo que le llevase hasta su pieza. Se va sin conseguirlo, pero ha dejado atrás un enorme trabajo de inteligencia y análisis, unos cimientos con los que los que le den el relevo pueden proseguir la caza. Su cambio de destino es una buena noticia para Anglés. Pero hay una mala: ha contagiado su obsesión a su sucesor y a sus jefes. La operación Memory sigue abierta.