David Guerrero Guevara tenía trece años cuando desapareció, el 6 de abril de 1987, tras salir de su casa, en Málaga. Su madre, Antonia, y sus dos hermanos, Raúl y Jorge, representan mejor que nadie la tenacidad de las familias de desaparecidos. Llevan casi treinta y tres años peleando para que el caso de David no caiga en el olvido judicial ni policial. Más de tres décadas luchando contra la desmemoria y la burocracia que entierran a las familias de los que faltan desde hace muchos años.
Su lucha se ha visto ahora recompensada. Según adelantaba la pasada semana el Diario Sur, la Policía reabrió hace meses la investigación en busca de pistas que arrojen algo de luz sobre el paradero de David, un chico con un extraordinario talento para la pintura. Desde 1987, decenas de agentes han seguido el rastro del niño pintor por toda España y por varios países, sin éxito alguno. Confidencias, revelaciones de videntes, llamadas anónimas… No se ha dejado de recorrer ningún camino y todos han llevado al mismo sitio: a ninguna parte.
La iniciativa de la comisaría provincial de Málaga tiene algo novedoso: los investigadores que están revisando el caso no han tenido nada que ver con él en estos años, ni siquiera pertenecen al Grupo de Homicidios –el que habitualmente ha llevado las pesquisas–, sino que son de la Unidad Adscrita a los Juzgados. Nuevos ojos y nueva perspectiva para lo que en Estados Unidos se llama cold case (caso frío), un asunto que lleva muchos años sin avances. Y en Málaga han imitado la metodología de los norteamericanos: recomponer el caso desde el inicio, buscar ese hilo del que nadie tiró y atacar el asunto como si David hubiese desaparecido hace una semana, buscando los testimonios y las pistas que ayuden a esclarecer uno de los más grandes misterios de nuestra historia criminal.
Antonia Guevara, la madre de David, me contó hace tiempo que se sigue sobresaltando cuando llaman a la puerta y durante unos segundos piensa que será su hijo el que esté al otro lado. Su cuerpo menudo y enjuto encierra una fortaleza extraordinaria, que asoma cada vez que habla de aquella tarde en la que David salió de casa. La Policía le ha insuflado ahora algo más de fuerza y energía para seguir peleando. De la Justicia espera ya muy poco: la burocracia le obligó a dar por fallecido a David en 2016 para poder repartir la herencia de su padre, un trámite tan imprescindible como doloroso. Cuestión de perspectivas: para la Justicia es un caso muerto, para la Policía, un caso frío y para la familia de David, tan caliente como aquel 6 de abril de 1987.