Los he visto acompañando a tipos con uniformes verdes, con uniformes azules y con uniformes caquis; grandes y pequeños; con mala leche y con buen carácter; con un punto indomable y dóciles; ejemplares extremadamente femeninos y machos dominantes... Pero en todos he visto la misma mirada: la que los perros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado dedican a sus guías, una mirada que no he encontrado en ningún otro ser vivo. Al empezar a trabajar y al acabar, ellos miran a su compañero buscando lo que más desean: su aprobación, estar convencidos de que no han defraudado, de que han cumplido lo que se espera de ellos y que van a ser premiados con un mordedor, una pelota y, sobre todo, con la complicidad de su guía.
He compartido muchas horas con guías caninos de la Policía, la Guardia Civil y el Ejército y las guardo en el rincón de los mejores momentos que me ha dado este oficio. He visto a un tipo hecho y derecho, un militar duro como un pedernal, deshacerse en lágrimas al despedirse del que fue su perro de rescate; he oído a un guía de la Policía Nacional decir que él estudió y aprobó la oposición para ser lo que era, que no le interesaba nada más del trabajo policial; he escuchado jurar en hebreo a otro veterano guía porque la Dirección General no premió a su perra después de un servicio brillante en la que encontró cientos de miles de euros ocultos en un coche caleteado; he visto a un guardia civil, grande como un oso, llorar como un crío al perder prematuramente a su perro; he notado la mirada acuosa de una guía al contar que tenía que jubilar a su perra; he visto presumir a un policía de su perro como quien enseña las fotos de su última y espectacular conquista; he notado el orgullo de un guía contando cómo rescató a su perra, en manos de unos delincuentes, y la convirtió en su compañera; he visto padecer un dolor gigantesco a un guardia civil curtido en unidades especiales cuando ha tenido que sacrificar a su perro…
Entre guía y perro se establece un vínculo único, una conexión difícil de comprender para quienes son ajenos a este mundo. A todos ellos los he escuchado decir que un perro no falla, que son los guías los que se equivocan. Cuidan, protegen y sacan lo mejor de sus compañeros, ya sean pastores belgas malinois, bracos, labradores, perros de aguas, pastores holandeses, pastores alemanes, bretones, border collies… De todos ellos, los guías obtienen petróleo: son capaces de encontrar armas, dinero, explosivos, restos biológicos, drogas, acelerantes del fuego, venenos, supervivientes en una catástrofe… No tienen límites y todos ellos trabajan con más corazón y entrega que el más entusiasta de sus compañeros de dos patas.
En estos tiempos en los que hay un empeño por humanizar todo, como si la vida fuese una película de Disney, y en los que hasta desde el poder legislativo se promulgan leyes en este sentido, no estaría de más escuchar a los profesionales que más horas pasan con los perros, a quienes los han convertido en sus compañeros. Quizás tengan algo que decir y, sobre todo, que enseñar a esos patanes que elaboran leyes sobre protección animal mientras toman smoothies en bares de Malasaña, con el patinete eléctrico en la puerta y un galgo rescatado esperándoles en casa con una kufiya alrededor del cuello.