El 27 de enero de 1993, unos apicultores vieron un brazo semienterrado de una de las tres adolescentes desaparecidas 74 días antes en Alcàsser (Valencia), Toñi, Miriam y Desiré. Los que estuvimos aquellas primeras semanas en el escenario de los hechos o siguiendo el rastro de la fuga de Antonio Anglés por media España fuimos testigos de lo vivido esos días de 1993: la caza de testimonios previo pago, un pequeño pueblo convertido en plató televisivo, el altavoz de los medios para todo aquel que desease sus minutos de fama, dijese lo que dijese, por disparatado que fuese.
En las siguientes semanas, meses y hasta años comenzó una carrera de dislates, alimentada por el siniestro criminólogo Juan Ignacio Blanco, el presentador Pepe Navarro y Fernando García, el padre de una de las víctimas, que descubrió que si los medios no tenían noticias –porque no las había-, él las crearía. Los primeros años de ese delirio son narrados de forma minuciosa en la serie de Ramón Campos y Elías León Siminiani 'El caso Alcàsser', estrenada recientemente en Netflix. Lo que pasó después, aún pervive. Si uno echa hoy un vistazo a las redes leerá teorías que echan por tierra la sentencia que condenó a 170 años de cárcel a Miguel Ricart e individuos que aseguran tener pruebas que desmontan lo que los defensores de la conspiranoia llaman despectivamente "versión oficial". Una de las pruebas es esa grabación en vídeo que asegura en el documental de Netflix tener en su poder Juan Ignacio Blanco en la que se ve a un grupo de notables de la Comunidad Valenciana pasándolo muy bien mientras las niñas de Alcàsser son torturadas. Blanco nunca entregó, ni a los responsables del documental ni a nadie, esa supuesta cinta. Sencillamente, porque no existe.
Los delirios de Blanco y García se difundían cada noche en el programa de Pepe Navarro, 'Esta noche cruzamos el Mississippi'. Allí se acusó a personas honorables, como el subdelegado del Gobierno en Alicante Alfonso Calvé, de participar en snuff movies de las que fueron víctimas Toñi, Miriam y Desiré. En directo, se llegó a afirmar que se subastaba quién mataba a las víctimas y que el que más pagaba se podía quedar, por ejemplo, con una mano de las víctimas como trofeo. Nadie parecía recordar que los cuerpos de las tres niñas de Alcàsser conservaban todas sus extremidades. Por supuesto, Ricart era una cabeza de turco y a Anglés le habían eliminado esos poderosos. Estas afirmaciones tuvieron sus sentencias, aunque Alfonso Calvé, por ejemplo, murió antes de ver cómo la Justicia reparaba su honor.
Como muchos años después, en los atentados del 11 de marzo de 2004, las teorías conspiranoicas de Alcàsser nacieron de pequeñas verdades o de grandes errores, todo ello moldeado para que cuadre en la teoría a desarrollar. La mochila hallada en la comisaría de Vallecas sin explosionar en el 11M fue uno de los cimientos de todas las barbaridades que se dijeron entonces. En Alcàsser, un deficiente levantamiento de los cadáveres y una pésima inspección ocular fueron a lo que se agarraron los conspiranoicos para comenzar a levantar un edificio de disparates. Llegado el momento del juicio, la acusación particular ejercida en nombre del padre de Miriam, Fernando García, lejos de acusarle, hizo de abogado defensor de Ricart, presentándole como víctima de una enorme conspiración. Los medios que se resistieron a dar pábulo a las teorías de la conspiración de Alcàsser, especialmente los diarios locales Levante y Las Provincias, pagaron muy caro su compromiso con la verdad, en forma de insultos, bajas de suscripciones y descalificaciones casi diarias. Pese a ello, un grupo de profesionales honrados como Javier Martínez, Teresa Domínguez o Yolanda Laguna aguantaron el tipo sin sucumbir a la conspiranoia. En el caso del 11M aún resuenan los alaridos de Pedro Jota o de Jiménez Losantos contra ABC y sus periodistas por dinamitar las teorías que lanzaban la Cope y el diario El Mundo. Mención aparte merece el ex policía Jero Boloix, que se fajó aquellos meses posteriores al crimen de Alcàsser en los platós de Canal 9 y dejó varias veces al descubierto las patrañas de Blanco, aún a sabiendas del coste profesional que podría tener para él lo que entonces era nadar a contracorriente.
Han pasado más de 25 años desde los crímenes de Alcàsser. Ricart está ya en libertad, Antonio Anglés sigue siendo un objetivo prioritario para la Guardia Civil, que mantiene abierta la Operación Deseada, para cazarle. Nieves Herrero sigue siendo el nombre al que se recurre para recordar los abusos de los medios aquellos meses. Juan Ignacio Blanco y Fernando García han sido condenados por injurias y Pepe Navarro ha protagonizado varias batallas judiciales con alguna de sus parejas. Hoy, aún hay quien cree que Toñi, Miriam y Desiré murieron grabando una siniestra película, como hay quien asegura que ETA estuvo detrás de los atentados del 11-M. Por ahí fuera hay quien sostiene que Hitler no murió en 1945 en el búnker de Berlín, que la NASA nunca llegó a la luna y que el World Trade Center fue destruido por los judíos. La conspiranoia nunca muere.