La vieron por última vez por las calles de Vigo el 30 de abril de 2002. Tenía 21 años y se llamaba Déborah Fernández. Su cuerpo desnudo apareció diez días después a cuarenta kilómetros de su domicilio. En abril del año que viene, si la Justicia no lo evita, su muerte quedará impune para siempre, el crimen habrá prescrito. Para evitarlo, su familia, encabezada por su hermana Rosa –una gallega que rebosa fuerza y coraje–, está gastando las últimas balas que el Estado de Derecho ha dejado en su cargador. El caso se reabrió hace unos meses, después de varios archivos, y hace pocos días los forenses del Instituto de Medicina Legal (Imelga) de Galicia recomendaron la exhumación del cuerpo de la chica para determinar las causas exactas de su muerte, que ni siquiera se conocieron con exactitud tras el examen forense: muerte súbita o sofocación con un objeto blando.
El dictamen del Imelga da la razón a la familia, que siempre descartó la muerte natural y cree que un nuevo examen, con las técnicas forenses de hoy, arrojaría luz sobre uno de los casos más misteriosos de la crónica negra del siglo XXI. Déborah murió vestida, tal y como demostraban las marcas de su piel, su cuerpo estuvo varios días escondido en algún lugar preservado de la acción de la fauna necrófaga y quien depositó el cadáver en la cuneta de una carretera local se tomó la molestia de preparar una puesta en escena, que incluyó la introducción de semen en la vagina de la mujer y el abandono de un preservativo con esperma junto al cuerpo. Los restos biológicos, en este caso, serían pruebas de descargo, algo visto en contadas ocasiones en nuestra historia criminal.
La familia de Déborah siempre tuvo en el punto de mira a la expareja de la chica, pero nada ha podido ni siquiera debilitar su presunción de inocencia, que se ha mantenido intacta pese a la exhaustiva investigación que hizo el grupo de Homicidios de la UDEV Central bajo el nombre de Operación Arcano. Déborah y su familia no han buscado los focos en estas dos décadas de dolor, sufrimiento e incógnita. Sólo en los últimos meses se han asomado a los medios, agarrándose a ellos para que al fin haya justicia para Déborah. El rostro de la viguesa muerta en 2002 no es tan reconocible como el de Diana Quer o el de Marta del Castillo, precisamente porque su familia dejó en manos de la Policía y de la Justicia la resolución del caso. El reloj de la prescripción sigue corriendo y todos tienen que hacer su trabajo. También nosotros, los medios de comunicación, culpables muchas veces de seleccionar torpemente lo que es de interés informativo.