Recuerdo muy bien la llamada. Habían pasado apenas unas horas desde que José Bretón denunció la desaparición de sus dos hijos, Ruth y José, cuando estaban en el parque Cruz Conde. La angelical cara de ella y el rostro de pillo de él se difundieron a toda velocidad por todos los rincones de España. Yo –entonces trabajaba como reportero en Interviú– llamé a una buena fuente de la UDEV Central. "En ese parque no se puede perder ningún niño. Allí no han llegado. Bájate a Córdoba porque me temo lo peor", me dijo.
Luego llegó la infructuosa búsqueda, en la que no quedó un rincón sin levantar de la finca Las Quemadillas; las largas horas en las que la Policía intentó que Bretón confesase en torno a los restos de la hoguera que obsesionaba a los investigadores; el dolor y la desesperación de Ruth, víctima de una crueldad que hoy tiene epíteto –violencia vicaria–; el papel de Luis, el policía sombra que se ganó la confianza de Bretón y que trató de dar con el paradero de los cuerpos de Ruth y José, sin conseguirlo; el error de la antropóloga enmendado por el profesor Francisco Etxeberria, que distinguió restos humanos donde la facultativa de la Policía sólo vio restos de roedores.
Casi dos años después de aquel 8 de octubre de 2011 –en junio de 2013– llegó el juicio en la Audiencia de Córdoba, el primero que cubrí para laSexta. Sentado a poca distancia del acusado uno se daba cuenta de su insignificancia: su aspecto y su voz eran los de alguien a quien la vida le tenía reservado un papel de eterno extra, pero él se convirtió en protagonista a costa de la vida de sus hijos, esos a los que él quería tanto, tal y como repitió decenas de veces en la vista oral, esos a los que abrasó en un crematorio fabricado por él mismo mientras llamaba a Ruth por teléfono, sin que ella le respondiese por recomendación de su psicólogo.
Bretón lleva diez años en la cárcel. Participa en programas de justicia restaurativa en los que se da la oportunidad a los internos a hablar de sus crímenes. Tal y como desveló Pedro Simón en 'El Mundo', allí reconoció por primera vez su crimen. Quizás esperaba así hacer aún más daño a Ruth, su única motivación en estos diez años.